Los cafés durante los siglos XIX y XX en México fueron centro de reunión para artistas e intelectuales; sin embargo, en la actualidad no existe ningún establecimiento “que sea emblemático de un escritor, un grupo o en el que se hayan proyectado libros definitivos”, sostiene el poeta y ensayista Marco Antonio Campos.
El también cronista dice a La Jornada que la cafetería El Parnaso “era el último café que reunía más escritores en Coyoacán. Todavía no se masificaba la zona como ahora, ya no sabes ni quién está a lado. No van a quedar más que sombras, es una tristeza”.
El Café de Manrique es el más antiguo registrado, probablemente establecido en 1789 en la esquina de Manrique (hoy República de Chile) y Tacuba. Fue mencionado en la novela Los bandidos de Río Frío, de Manuel Payno. Se dice que el mismo Miguel Hidalgo y Costilla asistió al sitio.
En su libro Los cafés del siglo XIX en México, Clementina Díaz y de Ovando refirió que Luis González Obregón mencionó que este tipo de establecimientos hacia 1810 eran “muy abundosos y concurridos, eran sitios de reunión, clubs políticos, de tertulia literaria, mentideros, salón de lectura de periódicos”.
Un texto que difundió el gobierno federal en octubre pasado establece que la asistencia de las mujeres en las cafeterías era mal vista a principios del siglo XIX. Hacia 1833 ya era común ver a las jóvenes en esos lugares con sus pretendientes. En 1875, en el Café del Progreso se permitió que las mujeres sirvieran el aromático.
Campos, autor del libro El café literario en Ciudad de México de los siglos XIX y XX, recuerda que cuando comenzó la investigación pensaba que “la tradición mexicana de los escritores y en general es el bar o las cantinas, pero fue descubriendo que había una gran veta de ellos que concebían proyectos de revista o lecturas en un café”.
El también cronista y colaborador de este periódico relata que en el siglo XIX los cafés se hallaban principalmente del Zócalo hasta Bolívar. Estaba el Cazadores en la plaza principal, el Veroly, que después se convertiría en el Café del Progreso que describe Manuel Payno en El fistol del diablo.
Otros fueron La Gran Sociedad y La Bella Unión, en Isabel la Católica, El Bazar y La Concordia, que estaba en Madero, y donde eran asiduos los modernistas como José Juan Tablada y Salvador Díaz Mirón. “Entre los parroquianos podían encontrarse escritores del primer y segundo romanticismo mexicanos”.
A principios del siglo XX, en los años 20, uno de los “más recordados y mitificados es el Café de Nadie, en el que se reunían los estridentistas”, cuenta Campos. El importante intelectual de izquierda Arqueles Vela escribió la novela El Café de Nadie. En tanto, el poeta y revolucionario Germán List Arzubide recuerda el establecimiento en El movimiento estridentista.
Entre los años 30 y 50 del siglo pasado despuntó el Café París, que se localizó en Gante y luego en 5 de Mayo. Campos detalla que “ahí llegaban los pintores Orozco, Rivera y Frida Kahlo, la fotógrafa Dolores Álvarez Bravo, los escritores Alí Chumacero, Octavio Paz y Xavier Villaurrutia”, así como Silvestre Revueltas y Ermilo Abreu Gómez, a quienes Paz describe, “con mala leche, como más o menos marxistas”.
Ya en esa época hay cafés que se identificaban con un escritor, “por ejemplo el Sorrento, donde prácticamente acampaba León Felipe. En Las Chufas, que se cayó con el terremoto de 1985, prácticamente vivía Tomás Segovia. Hay un poema suyo recordándolo. Hay otro de Eduardo Lizalde en que pone el café como trapeador”, según el también traductor.
En Las Chufas, situado en la calle de López, aunque también se le atribuyen ubicaciones distintas en otro momento, se reunió el exilio español y centroamericano entre los años 40 y 60 del siglo pasado. Ahí se encontraba a los guatemaltecos Carlos Illescas y Augusto Monterroso, la salvadoreña Claribel Alegría, la costarricense Ninfa Santos y el español Ramón Gaya, entre otros artistas.
En el Café Villarías, ubicado en la calle de López, se reunían aquellos en quienes “el tormento de la Guerra Civil permaneció presente y definió”. Se vinculó al Centro Republicano Español de México y fue una representación informal de la República Española.
En el artículo “Un buen café cambia la vida” (La Jornada, 12 de junio de 2008), la escritora y periodista Elena Poniatowska refirió que “si en la universidad, Rosario Castellanos tomaba café con Jaime Sabines, lo cual mejoró considerablemente su poesía en los 50, se reunían en el Konditori y en el Kinneret de la Zona Rosa Octavio Paz, Carlos Fuentes, Juan García Ponce, Fernando Benítez, José Luis Cuevas, y los más jóvenes, José Agustín y Gustavo Sainz”.
En los años 60 fue conocido el Café Carmel, de Jacobo Glantz, donde se desarrollaban exposiciones y actividades artísticas. Ahí tuvo su sede la revista de izquierda El espectador, en la que participaban intelectuales como Luis Villoro, Carlos Fuentes, Víctor Flores Olea, Enrique González Pedrero, Jaime García Terrés y Francisco López Cámara.
Hacia los años 60 fue conocido el café Las Américas, donde se podía encontrar al cronista Carlos Monsiváis y donde se reunían estudiantes universitarios. Se sabe que durante el movimiento de 1968 se practicaron detenciones arbitrarias de sus asiduos.
Marco Antonio Campos (CDMX, 1949) rememora que un “hombre mucho de café fue Juan Rulfo, a quien yo traté entre 1979 y 1984. Nos veíamos en un café que estaba cerca de nuestras casas: el Ágora. Lo que él tomaba era, como maquinita, café expreso y coca cola. Imagino que las noches de insomnio eran muy fuertes. Y tomaba todo el tiempo”.
Campos opina que con las cadenas como “Vips, Wings, Toks, Starbucks y Sanborns, como decía bien Tomás Segovia, se copiaba, sobre todo lo malo, el modo industrial estadunidense. El impacto fue negativo para la cultura”.
En contraste, se lanzaron los proyectos autogestivos de La Selva, de Chiapas, y La Organización, de Oaxaca, que se expandieron para establecer una relación directa entre los caficultores y el consumidor. El primero acabó desapareciendo. En tanto, la iniciativa oaxaqueña aún está presente.
Añade que en los años 80 y 90 se hicieron presentes el café del Parnaso, el Ágora y el de la Gandhi en el sur de la Ciudad de México. Sin embargo, en la actualidad es muy raro encontrar escritores en los cafés. “Ya no son lugares de reunión o de tertulias literarias. Han desaparecido muchos”.
Claudia Bautista, presidenta de la Red de Librerías Independientes (Reli) y copropietaria de Hyperión, ubicada en Xalapa, señala que “las librerías, antes de que se pusiera de moda tener una cafetería, han estado vinculadas a la cuestión del café de manera muy natural. Añade que en nuestro país una librería se sostiene muchas veces por la cafetería, sobre todo a partir de la pandemia, cuando las formas de consumo se modificaron”.
Por su parte, el integrante de la cooperativa y cafetería cultural Chapata Vive, Martín Navarro, opina que “el mercado arrasó con muchas perspectivas de la cultura y ésta se vio obligada a resistir en espacios pequeños como el suyo, que buscan subsistir una perspectiva de compartir el arte, el diálogo, la escucha y la cultura”.