La presencia de venezolanos en la frontera norte de México ha desatado polémica en la comunidad inmigrante venezolana que ya residía en EU. Durante 2022, cientos de miles de venezolanos han arriesgado todo, internándose en el peligroso “tapón del Darién”, transitando a pie Centroamérica y México, para llegar a la frontera norte, donde esperaban solicitar asilo.
Los venezolanos que usan esa ruta siguen los pasos de haitianos que ya cruzaron ese estrecho. Tras el terremoto de 2010, miles de haitianos marcharon desde Sudamérica, por el Darién hasta la frontera con EU. La imagen de los Texas Rangers azotando desde sus caballos a haitianos que cruzaban la frontera fue denunciada como gesto de crueldad e ignominia frente al drama de la inmigración. Sin embargo, las expresiones de solidaridad con el pueblo migrante venezolano han sido desiguales, particularmente entre sus connacionales ya asentados en EU.
¿Qué causó esta ola migratoria? Las motivaciones combinan factores políticos y económicos nacionales y trasnacionales. Resulta notable, por ejemplo, que las condiciones de precariedad habían sido aún más agudas en los años precedentes, por lo que habría que considerar otras dimensiones del problema. Es posible que el flujo migratorio haya encontrado aliciente en la percepción equivocada de que, con la salida de Trump, Biden traería condiciones más beneficiosas para los inmigrantes.
En la última década, los venezolanos que emigraban se establecieron en países latinoamericanos. Sin embargo, comenzaron a experimentar deportaciones y agresiones por quienes los percibían como “invasión indeseable”. Esto condujo a una vergonzosa xenofobia. En Perú ha habido protestas contra su presencia. En Chile refugiados fueron atacados. En Ecuador hubo linchamientos y, a lo largo de la región, los feminicidios constituyen un síntoma de las violaciones de los derechos humanos de quienes persiguen una mejor vida.
Estos factores ¿contribuyen al redireccionamiento de la migración hacia EU? Ello no parece suficiente para explicar la presencia de miles de venezolanos en la frontera estadunidense en 2022. Otro factor se vincula a lo que podemos describir como el mapeado y difusión de las rutas migratorias. Los caminantes se desplazan por vías prestablecidas, las cuales cuentan con una “infraestructura”, redes (de extorsión) y una incipiente cultura que, si bien no facilita ni hace menos penoso el trayecto, al menos lo hace factible. Quienes tienen recursos evitan “el tapón del Darién” tomando lanchas rápidas desde Colombia para llegar a Nicaragua. Ello también constituye una oportunidad para criminales que han sabido monetizar el viacrucis migrante. Estas facetas de la experiencia quedan documentadas en redes sociales; especialmente TikTok y WhatsApp. Los venezolanos registran así su éxodo mientras construyen una memoria y un saber de la diáspora.
¿Cuál ha sido la reacción de la clase política de EU y de venezolanos ya establecidos allí? Ninguno ha sabido responder con empatía humanitaria.
Pese a ser crítico severo de Nicolás Maduro, políticos como Marco Rubio, senador de Florida, no han promovido ninguna iniciativa para asistir a los migrantes venezolanos. Durante la administración Trump, se negaron apoyar el estado temporal de protección (TPS) para venezolanos. Si bien Biden otorgó dicha protección en marzo de 2021, la llegada de más migrantes revivió el llamado Título 42, originalmente impuesto por Trump en 2020, eliminando cualquier esperanza de asilo. En su lugar, Biden propuso lo imposible: considerar los casos de 24 mil venezolanos, siempre que cuenten con pasaportes vigentes, soliciten asilo desde su país, tengan pasaje aéreo y un benefactor económico en EU. Sin acceso a pasaportes, sin representación diplomática en el país, ni recursos económicos, la solución parece más bien táctica dilatoria. La respuesta de los políticos de EU y su decisión de transformar a los migrantes en comodín para maniobras internas era de esperarse.
Lo que ha sorprendido más es la reacción de miembros la comunidad migrante venezolana. En varios medios criticaron a los nuevos migrantes: los llamaron “personas indeseables” y “peligrosas”, reacción que recuerda la discriminación hacia los cubanos que salieron del puerto de Mariel en 1980. Unos y otros fueron tachados de incultos, criminales, bochornosos. Unos y otros fueron representados como oportunistas en busca de beneficios económicos o, peor, de ser enviados clandestinamente por los respectivos líderes del país para lesionar a EU.
El video de una madre venezolana que caminó con su hijo discapacitado desde Ecuador hasta Nueva York resulta emblemático de los discursos moralistas y punitivos que describimos. Cuando decidió celebrar su logro en Times Square, fue objeto de las críticas más crueles. Ello parece sustentarse en una dicotomía entre venezolanos meritorios y venezolanos “indeseables.” Unos calificados como profesionales y refinados emprendedores; otros marginales y “desconocedores de su lugar”. Esto pone de relieve otro debate: ¿quién representa a Venezuela?
Como el “éxodo de Mariel”, la crisis migratoria venezolana evidencia el lugar de nociones de clase social y raza, en las diásporas. En el caso venezolano se trata de factores que siguen dividiendo a la comunidad.
Cabe denunciar los usos políticos de la ordalía venezolana por EU (recuérdense los “envíos” de inmigrantes desde estados republicanos hacia estados demócratas); tanto como las puestas en escena de “las repatriaciones” organizadas por el gobierno de Venezuela y las expresiones de odio clasista y racista de los connacionales radicados en otros países.
Cuando el inmigrante se convierte en comodín de disputas políticas, cesa su humanidad y deviene signo que se intercambia en una confrontación entre sectores que sólo disputan sus propios intereses. En definitiva, ningún grupo puede o debe ejercer el monopolio de lo “venezolano”.