El control de precios impuesto por Occidente a Rusia traerá como resultado una distorsión en el mercado de los hidrocarburos. La civilización que se ostenta como defensora de la libertad de mercado actúa exactamente en contra de su filosofía y de sus intereses.
Cuando se fija un precio de manera artificial por un problema político, en lugar de incidir en una caída de los precios, se expresa en el encarecimiento de la energía en los países que imponen las restricciones, debido a dos factores: la reducción de la oferta petrolera en Occidente y el invierno, época en la que se demanda más energía. Además, si el barril de petróleo a nivel global se sitúa por debajo de 60 dólares, de nada servirá la sanción a Vladimir Putin.
Sería más efectivo cancelar en forma directa las compras de energéticos a Rusia, aunque hay grandes consumidores que no impondrán restricciones ni controles, como China e India. En esas naciones se comercializa libremente el petróleo.
Rusia no aceptará las condiciones impuestas por Occidente, si el precio internacional se mantiene más arriba del nivel fijado y frenará sus entregas directas a la región del mundo que más necesita el producto. En consecuencia, se complicarán los intercambios, cosa que se aprecia en el cierre de ductos y en la lentitud en que circulan los barcos petroleros por el Bósforo, frente a Estambul, en donde esperan la autorización para dirigirse a su destino final.
La demanda creciente en Occidente y la oferta limitada se traducen en desabasto, en mayores costos, en desplazamientos más largos del producto, en el cierre temporal de fábricas y en la cancelación definitiva de ductos hacia Europa Occidental. Esta recomposición de los mercados afectará profundamente a Europa que ya padece una alta inflación en medio de la recesión.
En este proceso, el gobierno de Putin mantendrá sus ingresos en divisas. En cambio, los países que imponen el castigo pagarán más caro los hidrocarburos que importan y no contarán con energéticos suficientes para producir bienes y servicios ni para calentar sus hogares.
Sin duda que Occidente debe buscar una salida a la crisis en Ucrania; sin embargo, no es una buena opción el control de precios sobre los hidrocarburos.