Chilpancingo, Gro., No fue una guerra lo que vivió México en los años 60 y 70, “sino terrorismo de Estado”, precisa Alejandra Cárdenas Santana, doctora en historia, feminista y sobreviviente de tortura y secuestro en el Campo Militar 1. Y en este contexto, una veintena de campesinos viejos y maltrechos narraron, por primera vez en público, uno de los episodios de la embestida contrainsurgente más brutal, ocurrido en la población de El Quemado, sierra de Atoyac: una masacre sistemática que perpetró el Ejército Mexicano, no contra un foco guerrillero, sino contra una población ajena a la lucha armada.
Campesinos recios, los declarantes suspendían su testimonio con el llanto en la garganta. Abel Barrera, integrante de la Comisión de la Verdad, ponía su mano en el hombro del orador para que pudiera continuar. Así, se engarzaron un relato tras otro en una sesión de Diálogos por la Verdad, que resultó ser catártica. Voces que hablaron sobre un sufrimiento atroz ocurrido 50 años atrás.
Con este ejercicio (al que asistieron más de 200 personas, se escucharon 40 relatos y se rindieron en privado otros 60) se forjó lo que los comisionados del Mecanismo para el Esclarecimiento Histórico llamaron “el primer eslabón” de un proceso que abarcará todo el país. En el cierre del acto, el jesuita David Fernández expresó el compromiso de ampliar las sesiones de estos diálogos para sumar muchas más voces.
“Presidente López Obrador, escuche a estos viejitos”, suplicó Elsa Martínez, quien habló en nombre de sus tíos Martín Gatica, de 87 años, y Clemente Ramírez Trinidad, de 79, quienes por su mala vista y peor oído ya no pudieron subir al escenario para narrar cómo fueron detenidos y torturados en septiembre de 1972 por miembros del Ejército en El Quemado.
Otro anciano, Francisco Vargas Vinalay, dijo: “Que esto sea un gran mensaje para nuestro Presidente y para Alejandro Encinas (subsecretario de Gobernación para Derechos Humanos). López Obrador no se puede ir sin reparar el daño que causó Luis Echeverría”.
Menuda y discreta, Cárdenas Santana (académica de la Universidad Autónoma de Guerrero) empieza su testimonio de esta manera: “A diferencia de muchos de ustedes, que sufrieron el terrorismo de Estado sin tener nada que ver, yo sí tuve que ver. Yo sí fui colaboradora del maestro Lucio Cabañas”.
Cuando fue detenida y acusada de rebelión, de lo cual “me siento muy orgullosa”, fue presentada con vida después de estar encerrada en los calabozos conocidos como El ferrocarril en el Campo Militar 1 (donde estuvo “desaparecida”), principalmente por las movilizaciones de las doñas del Comité Eureka y porque fue declarada “prisionera de conciencia” por Amnistía Internacional. Ahí vio vivos a Félix Radilla, Jaime López Sollano, Concepción Jiménez y Luis Hernández Cabañas, todos desaparecidos.
También participó Micaela Cabañas, hija del jefe guerrillero, quien con su llanto hizo llorar a lágrima viva al contar la historia de amor de su madre, que fue encarcelada, violada por el ex gobernador Rubén Figueroa y décadas después asesinada. “Llevo 48 años esperando justicia. Y es agotador, ustedes lo saben bien”, concluyó. Y sí, en el auditorio repleto sabían bien lo que es esperar medio siglo.