A lo largo de las recientes cuatro décadas, los productores de café en México se han interesado en la calidad y el sabor de su producto; están orgullosos de que sea consumido y reconocido en Europa y fortalecen una cultura profunda vinculada con él, dijo el filósofo y sociólogo Armando Bartra.
En entrevista con La Jornada, el coautor de La hora del café: dos siglos a muchas voces relató que “hay una enorme cauda de desigualdad y de explotación detrás de una pequeña taza de café” y propuso “reflexionar sobre lo que hay detrás”.
La leyenda más difundida sobre el origen del café sostiene que se halla en la provincia de Kaffaen, en Abisinia, actual Etiopía, en donde crecía de forma silvestre.
Después de popularizarse su ingesta en Europa, las primeras plantas llegaron a la Nueva España a finales del siglo XVIII, provenientes de Cuba, para ser sembradas en Córdoba, Veracruz.
Bartra (Barcelona, 1941), quien coescribió el libro La hora del café con Rosario Cobo y Lorena Paz Paredes, mencionó que en nuestro país “todo el siglo XX y lo que llevamos del siglo XXI es de producción de café de calidad en algunos casos, en otros, sin ella, pero sí en volumen.
“Los campesinos en las grandes regiones productoras de café, por ejemplo, de Chiapas, Oaxaca, Puebla y Veracruz, no son grandes consumidores de la bebida o no lo eran. Estaban cultivando primero por cuenta del dueño del cafetal y hacían un trabajo muy mal pagado. Era negocio del patrón”.
Desde finales de los años 80 del siglo pasado, añadió el filósofo, “los productores mexicanos de café están interesados en la calidad y el sabor. No nada más en que les dé para comer y para sostener a su familia. Es mucho más importante, quizá, que las reflexiones culturales, artísticas o filosóficas de los tomadores de café de la ciudad”.
Un hito para la producción del café en México fue la formación de la Unión de Comunidades Indígenas de la Región del Istmo (Uciri), promovida en 1981 por el obispo mexicano Arturo Lona y el sacerdote holandés Francisco Van der Hoff.
La organización encabezó el impulso al comercio justo, que busca “desarrollar alianzas sociales solidarias entre diferentes sectores y, adicionalmente, buscar que éstas se reflejen en los términos monetarios del intercambio”, como lo explicó Bartra en el libro mencionado.
También incidió, según el testimonio de un campesino en esa publicación, en “abrirnos los ojos sobre el valor que tiene el cuidado de la naturaleza, enseñarnos a hacer juntos una agricultura sustentable que significa respetar a la madre tierra en vez de ofenderla”.
Bartra afirmó: “los campesinos tienen una cultura profunda del café. Me refiero a que no conozco a ningún intelectual tomador del aromático a quien se le haya ocurrido que su producción puede ser ecológicamente sostenible, es decir, que en un cafetal puede haber árboles frutales, cítricos, plátano, árboles maderables y plantas de ornato. La cultura del café campesina es cada vez más ecológica. En ese sentido, le dan más profundidad”.
Cristina Payán (1943-1997), entonces directora del Museo Nacional de Culturas Populares, realizó en 1997, en ese recinto, la gran exposición La vida en un sorbo: lo que hay detrás de una taza de café, que se exhibió durante un año.