“¡Cámara Robert, ya párate, vámonos, nos va a dejar el camión”, vociferaba un joven a mis espaldas, pero no volteé a ver de qué se trataba hasta que escuché que el que gritaba le decía al aludido “¿qué tienes wey, porqué chillas?, ¿te sientes mal?”.
“¡Nooo weeey!”, respondió, visiblemente “emocionado” por los nubarrones del alcohol y el ambiente que lo rodeaba, con voz aguardentosa y apenas entendible: “¡No mames, no ves que estoy bien pinche felipe!, ¡pensé que no los vería (a las bandas), pensé que no se iban a presentar! y, sobre todo, ¡vi a Kiss wey, los vi!”.
La boca del chavo estaba llena de una gran verdad: todos estábamos felipes de haber sido testigos de la realización del Hell and Heaven Metal Fest, cuya exitosa edición lo ubica como un referente del género en Latinoamérica y, de paso, les calla la boca a los escépticos (entre ellos, reconozco, un servidor) que no lo consideraban.
Llegada la fecha de celebración del festival, cual Dante tras las puertas del infierno de la incertidumbre y acompañado de mis dos Beatriz-Virgilio adolescentes, descendí a los círculos del infierno metalero enclavado en el foro Pegaso, en las gélidas tierras toluqueñas.
Era el viernes 2 y la fila para entrar a ese abismo era larga; cosa curiosa, en este infierno todos queríamos ya estar. Tras lograr el acceso, acudimos Heaven Stage para apreciar a la súcubo Alissa White-Gluz y los Arch Enemy, cuyo potente death metal melódico, cautivó a cientos de personas, quienes, arrastrados por sus vertiginosos ritmos, entraban al slam.
Demonios como Naglfar, Taake, Marduk, Possessed o Venom devastaron en el Trve Metal Stage, con la malignidad característica del death o black metal, a la antigua escuela, atrayendo a las almas penantes. Mientras que sonidos más alternativos congregaban al público en el escenario de conocida cerveza, donde actuaron bandas como Soul Asylum o Candlebox, quienes interpretaron clásicos como Far Behind.
El Hell Stage recibió a la banda nerlandesa Epica, a la que el público le brindó una gran ovación; acto seguido, en el escenario Heaven, el líder de Rammstein, Till Lidemann, sustituyendo a los maniacos suecos de Meshuggah, dio lo mejor de sí. La reina del metal: Doro, en el Hell Stage, mostró el porqué del mote.
El deseo de ver a Pantera nos carcomía. La banda cuyo regreso a los escenarios, después de 21 años de inactividad, ha causado controversia, pues, para muchos, se trata de una banda tributo. Sea como fuere, Phil Anselmo y Rex Brown (miembros originales), junto con Zakk Wylde y Charlie Benante (Anthrax), devastaron el escenario en un concierto memorable, que ya forma parte de la historia no sólo del metal, sino de la música en general.
Con los primeros acordes de A New Level el infierno se desató;I’ m Broken y Fuckin’ Hostile, destructoras: el sentido tributo a Dimebag Darrell y Vinnie Paul llegó con Cemetery Gates; el headbanging regresó con Walk y con Cowboys From Hell ardió el cielo. Las expectativas, rebasadas. Scorpions, para otra ocasión, pues dos horas de camino nos esperaban al regreso.
El sábado 3 los sonidos fueron más densos, rápidos y furiosos. De entrada, el Trve Metal Stage nos recibía con los Demolition Hammer y sus frenéticos ritmos thrashers, que generaron violentos e intensos Wall of death. Por su parte, el cielo recibió a los Heaven Shall Burn, quienes encendieron los ánimos, pese al clima frío. Las Kittie hicieron lo propio en el Hell Stage.
La misa negra inicio con las blasfemas sonoridades de Behemoth en el ¡Heaven Stage!, congregando a miles de condenados. En el escenario cervecero, Doyle, legendario guitarrista de los Misfits, mostraba su interesante proyecto solista; el death metal denso y pesado de Benediction llenaba el Trve, mientras que Trivium pasaba penurias por el sonido en el Heaven.
Por México, bandas como For Centuries mostraban en el New Blood Stage el excelente nivel que se tiene en el país; el punk rock de los legendarios Bad Religion sonaba en el espacio de la cebada, casi al mismo tiempo, los Judas Priest incendiaban el Hell Stage con una dosis candente de su clásico heavy metal. Poco después, el Heaven recibía a los Slipkont, aunque preferimos acudir al Valhalla sonoro de los vikingos Unleashed, concluyendo una jornada llena de metal.
Familias enteras, adultos mayores, personas maduras, adolescentes, niños de brazos, pintados y hasta caracterizados como los integrantes de los legendarios Kiss, ingresaban felices al festival, al que la gente acudía, lo mismo para ver a sus ídolos que para tomarse una foto para su Instagram; “no mames wey, está super chingón esto”, decía una chica cuya mochila portaba tres diferentes outfit para la ocasión, como se lo confesó a su amiga y acompañante.
La jornada estuvo plagada de diversas sonoridades como el hardcore de Soziedad Alkoholika, el nu metal de P.O.D., el ska de Panteón Rococó, que la rompió en el stage cervecero –lástima de los connatos de bronca– y el death metal old school de Hypocrisy. Lo curioso de la ocasión: el heavy con tintes cristianos de Stryper se escuchó en el mismo escenario en el que, posteriormente, las ocultistas y satánicas sonoridades de Mercyful Fate invocaron al maligno.
Anthrax sonaba como si estuviera en un aparato de sonido sin el botón de estéreo, pese a ello, generó una devastación digna de un huracán. Mismo problema para Dave Mustaine y los suyos, Megadeth, quienes también sufrieron problemas de audio graves, los cuales superaron, ofreciendo un show excelente.
Finalmente, pasadas las 11 de la noche, de forma impactante (¡no podría ser de otra manera!) Kiss bajó, literalmente, al escenario para ofrecer un show épico, lleno de luces, pirotecnia y hasta acrobacias aéreas, ritual que, con un cuarto de siglo de existencia, ha sobrevivido por generaciones, porque, finalmente, Kiss es Kiss, si no, pregúntenle al chico que lloró al verlos por primera vez.