Uno de los graves problemas que aquejan al mundo es el hambre. La crisis sanitaria del covid ha generado, según la FAO, 45 millones más de pobres en América Latina y el Caribe. En 2019 se estimaba que en esta misma región había 47 millones de personas que vivían con hambre.
En México, de acuerdo con datos de Coneval, la población vulnerable por ingresos, es decir que no tienen capacidad para una canasta alimentaria básica, aun haciendo uso de todos sus ingresos, ha pasado de 9.1 millones de personas en 2016 a 11.2 millones en 2020.
La Cepal estima que para 2022, la población en estas condiciones pasará a ser 9.4 por ciento de la población. Si a ello sumamos el efecto inflacionario podemos observar un crecimiento en el valor monetario mensual de la línea de pobreza por ingresos en 27.7 por ciento de enero de 2020 a octubre de 2022, la tendencia hacia un incremento en la pobreza alimentaria es clara. En términos de ingresos, Coneval considera, a octubre de 2022, que la línea de pobreza extrema por ingresos es de 2 mil 112 pesos mensuales por persona en zonas urbanas.
Ante este panorama, la pregunta pertinente es si se produce alimento suficiente para hacer frente al problema del hambre. Al mirar la producción de alimentos nos encontramos con un fenómeno de gran magnitud: la pérdida y el desperdicio de alimentos. Según la FAO: “las pérdidas de alimentos se refieren a la disminución de la masa disponible para consumo humano a lo largo de la cadena de suministro, sobre todo en las fases de producción, poscosecha, almacenamiento y transporte.
El desperdicio de alimentos se refiere a las pérdidas derivadas de la decisión de desechar los que aún tienen valor y se asocia principalmente al comportamiento de los vendedores mayoristas y minoristas, servicios de venta de comida y consumidores”. Este fenómeno, por supuesto, reduce la disponibilidad de alimentos con el consecuente efecto en la salud y nutrición de un gran sector de la población; además, genera pérdidas económicas a lo largo de la cadena de suministros y, por último, tiene un efecto negativo en el medio ambiente, ya que los recursos se utilizan de una forma no sostenible y existe una gran generación de deshechos.
Respecto a la cantidad de alimentos desperdiciados en México, Genaro Aguilar Gutiérrez encontró en un estudio sobre 79 productos, que alcanza más de 20 millones de toneladas al año. Estimaciones que hace en su estudio lo llevan a concluir que se desperdicia, en promedio, 34.6 por ciento de los producidos. La Comisión para la Cooperación Ambiental calcula que la pérdida o desperdicio de alimento en México, en 2017, alcanzó 28 millones de toneladas.
Podemos observar que alimento existe y que éste está en condiciones de ser consumido. En este contexto nacen los bancos de alimentos como una forma de constituirse como puente entre la abundancia que termina como pérdida o desperdicio y personas que viven en inseguridad alimentaria.
Este tipo de organizaciones no lucrativas de la sociedad civil nacen en 1967 y en México comienzan en la década de los 90. Hoy existe una red de bancos de alimentos constituida como asociación civil que integra a 53 distribuidos en 27 estados de la República. Esa red de bancos distribuye alimento a un millón 925 mil personas en forma recurrente. Su operación se realiza acorde con lo establecido por la norma oficial mexicana NOM-169-SSA1-1998 para la asistencia social alimentaria a grupos de riesgo.
En cuanto a su forma de operar, la red de bancos ha establecido convenios con empresas privadas para proporcionar alimentos en perfecto estado, mismos que se concentran en las instalaciones de cada banco. Ahí se clasifica y procesa para ser distribuido. Ahora bien, las personas que reciben el beneficio deben inscribirse en el banco como individuos o como comunidad. Se realiza un estudio socioeconómico para asegurar que quienes reciben la ayuda realmente la necesitan y se establece una cuota de recuperación y un mecanismo de entrega. Este último permite que la operación de los bancos sea sostenible y que la ayuda se dignifique.
La existencia de los bancos de alimentos no garantiza la solución de los problemas que aborda; sin embargo, su labor tiene efectos inmediatos tanto en el desperdicio y pérdida de alimentos como en quienes sufren inseguridad alimentaria. Además, es un modelo de cooperación intersectorial justo, que ha probado ser efectivo y que requiere de difusión y apoyo para mantenerse como puente que ayuda a paliar dos grandes problemáticas que tienen efectos profundos en la vida de millones de personas.