Ciudad de México. El montaje La carrera de la vida provoca trotar, bailar y hasta volar con un divertido y conmovedor itinerario por las estaciones que se atraviesan desde el momento en que nacemos. Danza aérea, piruetas, trapecios, música y actuación son las herramientas en esta competencia que hace correr al público por las instalaciones del Centro Nacional de las Artes (Cenart).
Se requiere de tenis, ropa cómoda y mucho ánimo, porque se trata de un transitar por las distintas zonas del espacio cultural, pues las áreas abiertas se transforman en escenarios improvisados e imaginativos. Aunque eso sí, al iniciar, los personajes de esta carrera preparan al público con un calentamiento cardiovascular para llevar agua al cerebro.
Cuando las jacarandas pinten de violeta en marzo se estrenará La carrera de la vida en temporada completa, gracias al financiamiento del programa México en Escena, para que el público pueda ejercitarse y pasear de noche por los espacios del Cenart.
El adelanto de esta obra con la compañía Tránsito Cinco Artes Escénicas formó parte de la programación del festival Luces de Invierno con actividades para toda la familia, que incluyen teatro, danza, circo y música en la temporada decembrina y con entrada gratuita.
La directora del montaje, Jessica González, contó en entrevista que este ejercicio escénico surgió durante el periodo de pandemia, después de un laboratorio con los actores en el que determinaron que querían hablar sobre la resiliencia en la vida, “buscamos hacerlo en recorrido”. Comentó que desde el inicio de su maestría en la Escuela Nacional de Arte Teatral deseaba hacer un proyecto que involucrara artes circenses, teatro y danza.
La obra es completamente en movimiento, cambia de un espacio a otro, “un reto total”. La idea surgió “porque veníamos del encierro; me parecía superimportante lograr que la gente se comunicara de nuevo, y una manera de lograrlo eran los espacios abiertos. Apenas estábamos volviendo a los teatros”. Una vez abiertos, con el reinicio de actividades en los foros, se saturaron las agendas para recibir las nuevas propuestas escénicas. El Cenart es un espacio bellísimo, afirmó la directora, por eso “justo es lo que quería, hacer una ruta”.
El punto de salida es en la explanada Ricardo Legorreta, donde algunos arrancan más aventajados que otros, porque la carrera de la vida no sabe de justicia y sí de privilegios. Ante las escaleras de la biblioteca, frente a la Plaza de las Artes, entre barcos de papel se emprende el vuelo por los días de infancia con música dulce. Más adelante, en la colorida fuente aprendemos de los corazones rotos.
El baile cobra vida ante la escultura de Federico Silva, con peripecias sobre una silla de ruedas, porque la juventud nos hace sentir rebeldes, invencibles, desafiando a la vida. Luego, se hace una parada por la estación del enamoramiento con canciones románticas que hacen rodar frente a la Escuela Nacional de Música, momentos que hacen sentir que la vida es color de rosa.
“La madurez es una utopía de la que todo mundo habla”, nos enseñan hacia el final del trayecto. “La carrera de la vida es el mismo recorrido, aunque no todos lo van a recorrer igual”, nos dice el narrador, pues algunos lo hacen con dolor de cabeza o con el corazón roto. Pero es necesario aprender a volar. Los actores descienden de los altos muros de esta fachada para danzar en equilibrio vertical.