El nuevo disco de Los Beatles es una lección de música.
Es nuevo aunque tenga 56 años de edad, luego que la magia de la tecnología puso, hada madrina, en la mente, manos y destreza de los ingenieros Giles Martin y Geoff Emerick, las ideas maestras para mostrar al mundo que Los Bítles siguen siendo artistas desconocidos cuyas virtudes técnicas viven nubladas por la neblina de la fama.
Es música clásica que rebasa el lugar común y una manera de demostrarlo es indagar, por ejemplo, cómo su obra protagoniza obras literarias, pictóricas, musicales por supuesto, escénicas. De vario linaje.
Esa presencia por fortuna no es obvia, sino tangencial, taimada, reclinada, sutil. Los oídos atentos a los valores musicales de Los Beatles no nublados por la fama reconocen de inmediato ese juego de espejos, a través del sentido de la vista y del resto de las maneras de percibir el arte.
El autor más identificado por lectores, aun los inadvertidos, es Haruki Murakami, cuyos libros rebosan música de Los Bíceps y está presente incluso en algunos de sus títulos, el más célebre de los cuales está entre paréntesis: Tokyo Blues (Norwegian Wood) y en relatos cortos, como “Yesterday”, de 2014, y su libro reciente: Primera persona del singular, que incluye el relato cuyo título también lo dice todo: “With the Beatles”.
Los artistas que han logrado obras maestras donde la música de Los Virus es una presencia evidente o tras cortinas, son aquellos que poseen oído musical.
Ellos son quienes mejor aprecian el valor del nuevo disco de Los Beatles: Revolver (SuperDeluxe).
La lección de música ocurre en la escucha de cualquiera de las versiones de este disco, ya sea en el álbum doble de dos cidís, o en la monumental que dura eternidades y que en las plataformas de streaming tienen una duración promedio de tres horas.
Se trata del nuevo trabajo de re-masterización, que en la práctica resulta una labor de re-composición. De volver a poner. Re-volver, de su título Revolver: hacer girar, tornar en la tornamesa. Evolucionar.
El tema de los productores de discos es fascinante. Hacen cosas increíbles, difíciles de creer para muchos, por ejemplo, lo que hacen con los así llamados en la industria de la música “músicos de sesión”, encargados de añadir fragmentos, corregir errores, poner lustre a lo que los músicos famosos no son capaces de lograr y ellos son tan anónimos que hacen el trabajo de quienes se hacen famosos a costa del trabajo de estos héroes, los músicos de sesión y las sorpresas son de este tamaño: Los Monkeys no hacían giras y se veían poco en conciertos en vivo, porque todos sus discos fueron hechos por músicos de sesión. Pa’su mecha.
Y esta es una manera de resaltar el valor inmenso del nuevo disco de Los Beatles y explicar por qué es una lección de música:
En primer lugar, el trabajo de los ingenieros Giles Martin (hijo del legendario George Martin, quien grabó el disco original) y Geoff Emerick, consistió en limpiar la cinta original, quitar todo polvo, ruido, nubes, estorbos, para poner al desnudo los instrumentos y voces de los Fab Four y eso no lo soporta (en todos sentidos) ningún músico que no posea valores musicales verdaderos.
Es así que refrendamos la valía estratégica de George Harrison, el autor del sonido Beatle, así como volvemos a poner palomita y 10 de calificación a uno de los mejores bateristas de la historia de la cultura rock: Ringo Starr y el trabajo antes anónimo del célebre músico vegetariano don Polma Carne al esgrimir el bajo electrónico de maneras deslumbrantes, alucinógenas y humildes: siempre al servicio de la cuadratura de la música, a velocidades increíbles y con un sentido de la musicalidad pocas veces vista en la historia. Y bueno, last but not least: refrendar que John Lennon es ante todo un poeta y un revolucionario en todos sentidos.
La novedad del álbum Revolver es esa, en primer lugar, pero tiene muchas otras vertientes: la regrabación del original monoaural también es sorprendente y, lo mejor de todo, las largas secuencias de tomas desechadas, sesiones de ensayo, aciertos y pentimentos y nuevamente refrendamos: en lo personal, me gustan más los ensayos que los conciertos, porque en los ensayos entramos a la intimidad absoluta de la creación musical, vemos cómo se construye cada milagro, cada hazaña, cada epifanía.
Sé de muchos que se aburrieron con los largos metrajes del reciente filme Let it Be y sé también la razón: de Los Beatles se espera lo de siempre: el lugar común, la melodía conocida, la repetición ad nauseum de lo mismo, la zona de confort.
Las sesiones de estudio de Los Beatles no solamente son divertidas por las bromas y el sentido del humor genial de Juanito Lennin: son la cocina, el secreto revelado, la receta que no suelen compartir los mejores cocineros. Todo es cuestión de poner atención y disfrutar.
Disfrutar, por ejemplo, las tomas acústicas donde escuchamos solamente la orquesta de cuerdas, la orquesta de alientos metales, sin voces, sin los instrumentos de Los Bíceps. En eso consiste la lección de música: en aprender a disfrutar.
Y, nuevamente, como nos ha ocurrido con otros discos de Los Beatles donde abundan las tomas desechadas, tomamos decisiones radicales: nos gusta más lo que dejaron en el tintero que lo que publicaron.
Es como si un escritor, el más célebre (¿Shakespeare? ¿Les gusta el ejemplo?), nos pusiera en las manos el manuscrito de su libro y al leerlo comparamos en nuestra mente con lo que conocíamos porque se publicó y decimos: “¡Esto es mejor que lo que salió como libro! ¡Lo tachado es más virtuoso que lo palomeado! ¡El pentimento es en realidad el acierto!”
Existen, en el mundo de la bibliofilia, las célebres “ediciones críticas” donde podemos hacer ese ejercicio.
A propósito de ejercicio: la lección de música del nuevo disco de Los Beatles consiste en ejercitar nuestro sentido del oído; la versión remasterizada del original nos permite ejercitar algo que nos gusta mucho hacer: elegir qué queremos escuchar. Así, podemos fijar nuestra atención en los coros, por ejemplo, y dejar de escuchar el resto. O bien, escuchar el cuarteto de cuerdas en Eleanor Rigby e ignorar las voces y los otros instrumentos.
Es como si nos sentaran frente a la consola de grabación y nos pusiéramos a activar y deslizar botones a placer.
De hecho, ese es un ejercicio que recomiendo hacer siempre. Es como ver una película que ya conocemos y fijar ahora nuestra atención en lo que está fuera de cuadro, en los personajes secundarios, en el paisaje, el mobiliario, la calle, el parque y otras cosas.
Ese ejercicio, insisto, es sumamente recomendable al escuchar la remasterización de los ingenieros Martin y Emerick. Aún los oídos más perezosos se rinden ante los milagros que pueden ocurrir cuando separamos en nuestra mente los sonidos a placer.
Eso sucede con las tomas alternativas que traen los discos extras del nuevo disco de Revolver: versiones puramente orquestales, o versiones con guitarra acústica, o a velocidades diferentes o con intenciones distintas.
No solamente opinaremos acerca de las decisiones que tomaron Los Beatles y George Martin a la hora de ofrecernos el producto final, el disco que conocemos todos, sino que llegaremos a acuerdos con nosotros mismos respecto de qué y cómo nos hubiera gustado que sonara Revolver, que es lo mismo que decir: “Señor Shakespeare: amo su libro como se publicó, pero amo más todo lo que usted tachó, desechó, hizo de lado”.
Tenemos ante nosotros una lección de música como en el cuento magistral de Pascal Quignard que así se llama: Lección de música, donde el maestro hace añicos el instrumento del alumno y lo conduce a descubrir la pureza del silencio para enseguida conocer la pureza del sonido.
Escuchemos así, con oídos puros, limpios y desnudos, el nuevo hermoso disco de Los Bítles.