Los feminicidios “no son sólo números”, son hechos que detonan un “enorme dolor en las familias”. Cambian el resto de la existencia, la sumen en depresión, angustia, impotencia y enojo, pues la respuesta de las autoridades suele revictimizarlas y entorpecer los procesos. Además de que la falta de capacitación e insensibilidad son la constante.
En Chiapas, a la madre de una víctima, un ministerio público le dijo que para qué insistía en esclarecer lo ocurrido, cuando de mil casos que llevaba, sólo lograba solucionar uno o dos, por lo que la recomendación fue “ya no está tu hija, ya murió”.
A otra madre, una autoridad le expuso: “para qué sufre, ya ni modo, lo hecho, hecho está. Ya mataron a su hija, ¿qué puede hacer? Lo único que tiene que hacer es vivir su vida y resignarse. Dios ya se la llevó, ya no tiene nada qué hacer”.
Ante repuestas como esas, “hay madres que dejan los casos y otras salen a gritar y a exigir justicia”, expuso María de la Luz Estrada, directora ejecutiva del Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio, durante la presentación del informe Impactos del Feminicidio en México y las Respuestas del Estado, realizado con base en los testimonios de 19 familias.
Añadió que a la revictimización e insensibilidad de quienes tienen la obligación de resolver los feminicidios y llevar a la justicia a los culpables, en el entorno cercano a la víctima, se agrega “la culpa, ese es uno de los sentimientos más recurrentes, por no haber podido proteger a sus hijas como hubieran querido hacerlo. Por no haber estado más al pendiente de sus relaciones personales. Cuestionan incluso qué podrían haber hecho diferente, para evitar la muerte de sus hijas”.
Esto, comentó, forma parte de la prevalencia de “normas socioculturales patriarcales que responsabilizan a las mujeres de las violencias que viven, por eso cargan con la culpa”.
Insistió en que los feminidios trastornan la existencia de quienes sobreviven a las víctimas. “El testimonio de una madre refiere: ‘a mí no me gusta ser mala persona, y nunca me ha gustado maldecir a alguien, pero no sabes cómo odio al maldito que me arrebató no sólo a mi hija, también mi seguridad, mi fe. Me arrebató el amor hacia la vida, las ganas de sonreír, de querer convivir con los demás, de ver a mis amigos. Me arrebató muchas cosas, no nada más a mi hija’”.
Otro de los hallazgos del estudio es la depresión que experimentan los familiares, situación por la que transitan “sin el acompañamiento adecuado”, porque no se les brinda apoyo sicológico y emocional.
También enfrentan “enfermedades sicosomáticas, tienen pensamientos recurrentes sobre el hecho victimizante, y muchas veces dolor por seguir viviendo” después de lo ocurrido a sus hijas.