Los posicionamientos de la política exterior rusa son notables por su firmeza y continuidad. Se remontan, por lo menos al siglo XVIII, cuando Rusia expandía sus dominios invadiendo Europa, Turquía, el Cáucaso y parte de Medio Oriente, convirtiéndose en un imperio mundial.
Entre 1944 y 1946, antes del nacimiento de la OTAN, en 1949, la URSS dominó a Bulgaria, Rumania, Checoeslovaquia, Hungría y Polonia. Antes ya había ocupado Estonia, Letonia y Lituania. Imponía el comunismo y evitaba que en esos territorios se formara alguna fuerza capaz de atacarla. Bajó la cortina de hierro, como la llamó Churchill.
Expansionista en todo, desarrolló armas nucleares y la respectiva cohetería. Se consolidó como potencia mayor. Ya se apuntaba el hecho de las dos Europas: Este y Oeste.
En aparente contradicción, después de sufrir dos guerras mundiales, es explicable su intención de dominar como forma de definición geopolítica. Es su singular doctrina defensiva. Su versión en otros continentes fue de claro apoyo a cualquier intento de la propagación comunista. Semejante a Estados Unidos (EU) y sus aliados, Rusia busca el equilibrio yendo a la ofensiva.
Para los 80 la hegemonía soviética en el viejo continente y sus radiaciones hacia África, sureste asiático y América Latina se advertía como amenaza para el mundo. Para ciertos estudiosos, su mayor vulnerabilidad era y es su debilidad económica.
No puede sostener un esfuerzo bélico largo. Fue la carrera armamentista con EU lo que finalmente liquidó a la URSS. Quizá esa es la apuesta de OTAN.
La falla de la inteligencia occidental ha sido no haber sabido interpretar la realidad rusa. En esa lógica está la invasión de Ucrania. Se explica teniéndose en cuenta que desde el siglo IX su territorio ha sido alternativamente ruso y no.
Su interpretación actual ha sido refrendada Vladimir Putin. La declaró como ser eje de la Estrategia de Seguridad Nacional. Se sintetiza en no permitir un paso más de la OTAN para aumentar su zona de influencia con cargo a lo que Rusia siente suya.
De regreso a la mente imperial, Rusia sostiene que su meta centenaria sigue siendo consolidarse como uno de los centros de influencia mundial. Se afirma con una política exterior, económica y militar fuertes. Así se explican los conflictos en Afganistán, Asia Central, Región Transcaucásica, el sur de África y América Latina.
Cree en sus principios de política exterior como prerrequisito de su existencia. Para ella son irrefutables, históricos y actuales: le es mandato supremo garantizar la seguridad, la soberanía y la integridad territorial. Es su privilegio decidir cómo.
Desde su perspectiva sus principios le son confiables porque han sido efectivos. Contribuyeron a crear la emoción de concebirla como su Madre Rusia. Motor del fortísimo patriotismo, sentido de pertenencia y sacrificio, certidumbre de un deber cenital. Una peculiaridad tan singular no ha sido entendida por Occidente.
Su posición declarativa es “fortalecer la paz internacional sobre la base del derecho internacional y la Carta de las Naciones Unidas y contribuir a la supresión de focos de tensión y conflictos en los territorios vecinos”.
La nostalgia del zarismo con que Putin la conduce transmite un mensaje inconfundible: “Vamos por más”. Fue deficiencia de la OTAN, y particularmente de EU, no haber anticipado lo inminente del ataque a Ucrania. ¡Así es Rusia! ¿Dónde está el engaño?
Para más contundencia, desde la conferencia internacional de seguridad llevada a cabo en Munich en 2007, cargó contra la visión hegemónica y unipolar encabezada por EU. Advirtió que la determinación es definitiva. El riesgo aún persiste, pero Occidente no llega a calibrar el ultimátum, ni con precisión ni a tiempo.
La Madre Rusia por siglos ha actuado así y le va bien. Recordemos las conferencias de Teherán, Yalta y Potsdam, donde el oso ruso durmió a sus contertulios. Con gran ligereza cercó a Berlín, creó Alemania Oriental y levantó el muro.
Después jaqueó a EU emplazando cohetes en Cuba y forzándolo además a retirar los suyos de Turquía. Agitó a Europa Occidental apoyando por décadas movimientos subversivos. Ahora está empezando a tomar presencia en el Ártico.
Es su manera de defenderse. La decisión es no ceder. La invasión rusa actual es un episodio que empezó el 24 de febrero de 2022, siendo sólo parte de lo iniciado en 2014. Para impedir más avances de la OTAN, se dieron señas de que el país rojo actuaría sobre Ucrania, no se le entendió. No debió haber sido sorpresa.
Esta reflexión deja claro que el actual conflicto no es un choque limitado más. No, estamos ante lo que bien puede transformarse en un choque de civilizaciones. De él surgiría el imperio de una nueva geopolítica y su derivación, una nueva geoeconomía y vuelta a otra carrera armamentista. Esperamos que no sea el Armagedón.