¿Es el gas natural el “puente ideal” hacia las energías limpias, hacia ese mundo de maravilla que se mueve con fuentes solares y eólicas (hasta ahora más en los discursos demagógicos de gobiernos y multinacionales que en la realidad)?
En el debate público se insiste en considerar al gas natural, de cara al cambio climático, como una “energía puente”, sobre todo porque resulta 50 veces menos contaminante que otros combustibles fósiles. Esa definición, sin embargo, suele quedar fuera aspectos como la “quema y venteo de metano que genera afectaciones en el ambiente”, así como “el uso intensivo de la tierra y el agua”, según un estudio de la organización civil PODER Latam.
El estudio encontró que 23 empresas controlan 76 por ciento del mercado de gas en América Latina. Sólo cuatro son empresas estatales, mientras el resto son propiedad de multinacionales. “Las empresas públicas están en crisis, ha aumentado la deuda y esto abre la puerta para que entren más actores privados”.
Igualmente, identificó 89 redes de gasoductos en América Latina, una infraestructura que “corre el riesgo de convertirse en activos varados o permanecer subutilizada”.
En el caso mexicano, llegamos al “pico de la producción de gas natural del 2009 y de ahí en adelante hemos bajado la producción y aumentado el consumo”.
Ello se explica por la decisión, durante el gobierno de Vicente Fox, de producir gran parte de la energía eléctrica en centrales de ciclo combinado. Desde entonces, las importaciones mexicanas de gas han aumentado 600 por ciento, dijo Luca Ferrari, investigador de la UNAM y coordinador del Programa Estratégico Nacional en Energía y Cambio Climático del Conacyt.
Ferrari, quien participó en la charla titulada “Gas natural, transición energética justa y derechos humanos”, convocada por la organización PODER.
“México es un importador neto de energías. Somos dependientes y eso va más allá de una cuestión ideológica”, expuso el investigador.
Cuando nos referimos a la soberanía energética, se habla de la Dos Bocas, de la compra de Deer Park y de la reconfiguración de las otras refinerías, “pero no se habla del consumo de gas”, aunque la mitad de nuestras importaciones energéticas son precisamente de gas que, por cierto, “se produce con fracking en Texas y Pennsylvania”.
Esa dependencia del gas estadunidense “representa una subordinación importante respecto de Estados Unidos, que luego se juega en los conflictos que podamos tener con este país”.
A guisa de ejemplo sobre esos conflictos, el investigador citó la reciente noticia de la prolongación del plazo para la importación de maíz transgénico “por las presiones de EU”. “Es parte de esa dependencia y subordinación a Estados Unidos, es un tema serio”.
“No hay ninguna política de soberanía energética en gas natural. La producción de Pemex es absolutamente insuficiente. Es un despropósito tener que depender de EU, considerando las reservas que tenemos”, coincidió Rosanety Barrios, consultora, quien trabajó más de una década en la Comisión Reguladora de Energía, justo en temas relacionados con el transporte del gas natural.
Entre los factores que contribuyen a la dependencia mexicana, la experta mencionó insuficiencias en tecnología, infraestructura, presupuesto, así como la falta de planeación adecuada. “Pemex está quemando una cantidad (de gas) prácticamente igual a la que produce”.
En este gobierno se ha dado continuidad a la política iniciada en el sexenio foxista, una política que “choca con el discurso de la soberanía” pues, sostuvo Ferrari, mientras se hacen esfuerzos por reducir las importaciones de gasolina y diésel, las importaciones de gas natural siguen viento en popa.
Aun con energías renovables, si continúa el mismo modelo económico, no habrá soluciones para las crisis ambiental y social.
El investigador concluyó: “Hay que construir alternativas para vivir con menos energía. Tenemos una crisis ambiental y una crisis social. El gobierno actual no lo entiende o no lo ve, porque sigue con una visión desarrollista, extractivista, nada más bajo el control del Estado”.