El siglo XX fue prolijo en descifrar el funcionamiento de la mente-cerebro. Las neurociencias han ampliado el campo de conocimiento de las conductas sociales, entrelazando emociones y comportamientos políticos. Por otro lado, la cibernética y el big data trasladan dichos conocimientos a la vida cotidiana. Saber cómo nos comportamos ha facilitado el desarrollo de campañas publicitarias destinadas a reforzar y rechazar valores ideológicos con los cuales coincidimos o discrepamos. A cada descubrimiento de cómo funciona nuestro cerebro le sigue la creación de algún algoritmo capaz de estimular conductas que recreen emociones a fin de reproducirlas bajo nuevos parámetros. La naturaleza humana es reconducida, cuando no manipulada.
Interrogar qué dispara y cuáles son los procesos cognitivos implicados en la activación de emociones como el miedo, el odio, la ira, la tristeza, la felicidad o el desprecio, facilita su inducción en laboratorios. Hablamos de una sicología social de las emociones. Experimentos para recrear estados de ánimo y aplicarlos al campo de la política electoral han dado pie al nacimiento de la neuropolítica. El lenguaje de las emociones y las ideas políticas tiene en el ensayo de George Lakoff, No pienses como un elefante, su más claro exponente. Para Lakoff, nuestras preferencias políticas están ligadas a dos modelos “opuestos idealizados de familia: un modelo del padre estricto y el modelo de padres protectores. La familia de los padres protectores presupone que el mundo, pese a sus peligros y dificultades, es básicamente bueno, que puede mejorar y que nosotros somos responsables de trabajar para ello (…) La visión conservadora de mundo se configura a través de valores familiares muy diferentes. El modelo de padre estricto presupone que el mundo es y será siempre peligroso y difícil, y que los niños nacen malos y hay que hacer que sean buenos (…) la única manera de hacerlo es mediante el castigo doloroso (…) Los modelos mencionados están en las sinapsis de nuestro cerebro. Cuando votamos en función de los valores y de los estereotipos culturales, lo que determina cómo votamos es el modelo que se activa para nuestra comprensión de la política en ese momento”.
A medida que la economía de mercado se trasforma en sociedad de mercado, las emociones se han colado al campo de la política. Hoy se apela a ellas para ganar elecciones. El gurú de las emociones políticas Antoni Gutiérrez-Rubí nos aclara: “La única posibilidad real de conseguir una comunicación política efectiva es la conexión emocional. Hasta que no se conecta, uno no se pone en la piel de los otros. Se ha de entender que buena parte de las ideas nacen de sentimientos o emociones. Es muy difícil hacer un discurso estrictamente ideológico, racional. La política debe entender estas dinámicas y percibir la importancia de estos temas para comprender la complejidad de la ciudadanía. Si me preguntasen qué tipo de asesores debería tener un líder político contemporáneo, independientemente de su orientación política, le propondría un poeta, un neuroquímico, un artista plástico”.
Al amparo del neoliberalismo, la idea de estar conducido por una prole de emociones, se trasladó al ADN. Ello dio lugar a la sociobiología, enlace entre neuropolítica y etiología. Richard Dawkins, uno de los padres de la sociobiología, apunta: “A nivel del gen, el altruismo tiene que ser malo y el egoísmo bueno. Ello se deriva inexorablemente de nuestras definiciones de altruismo y egoísmo. Los genes compiten directamente con sus alelos por la supervivencia, ya que sus alelos en el acervo génico son rivales que podrán ocupar su puesto en los cromosomas de futuras generaciones. Cualquier gen que se comporte de tal manera que tienda a incrementar sus propias oportunidades de supervivencia en el acervo génico a expensas de sus alelos, tenderá, por definición y tautológicamente a sobrevivir. El gen es la unidad básica del egoísmo”.
Las conductas sociales, de esta manera, remiten a una predisposición natural hacia el egoísmo. Esa visión se refleja en otro de los padres de la sociobiología, Edward Wilson, galardonado dos veces con el premio Pulitzer. Su tesis se asienta en una visión dominante del macho sobre las hembras: “En la mayoría de las especies, la estrategia más ventajosa para el macho es la dominación. Es pues, más interesante para los machos el ser agresivos, ariscos, ladrones y polígamos. En teoría es más provechoso para las hembras el ser tímidas y esperar poder encontrar a los machos portadores de los mejores genes. En las especies que educan a sus jóvenes, resulta igualmente importante para las hembras escoger machos que ofrezcan mayor seguridad de quedarse con ellas después del acoplamiento. Los seres humanos obedecen fielmente a este principio biológico”.
En esta dinámica, la neuropolítica, la sociobiología y la etiología se han unido para hacer posible la manipulación de las emociones. Es el principio del fin de la política tal como la entendemos, desechando los valores éticos, cuya fuerza se evapora en beneficio de ganar elecciones y hacerse con el poder, sin principios ni dignidad. De allí que la nueva derecha agite el odio, el miedo, el desprecio o la ira como estados nerviosos propicios para su nuevo proyecto totalitario. La guerra por el control y manipulación de las emociones es ya una realidad.