Las dos principales fuerzas políticas de Perú se llevan muy fuerte, a lo salvaje, con la mano cargada de piedras, por mucho que el pueblo de aquel país mayoritariamente desapruebe al Congreso y al hasta ayer Presidente de la República, Pedro Castillo, quienes desde el mismo 28 de julio de 2021 (fecha de la toma de posesión del ahora ex mandatario) desataron una feroz lucha por el control del poder político en aquella nación sudamericana, sin olvidar que a finales de noviembre un “grupo de trabajo” de la siempre progringa Organización de Estados Americanos (cuya cara visible es el sátrapa Luis Almagro) se apersonó en Perú para “analizar la situación del país” (recuérdese el caso de Bolivia y el golpe de Estado contra Evo).
Ayer, aparentemente concluyó el primer round: tras cuatro intentos, en sólo unos cuantos meses, el Congreso peruano logró destituir a Castillo (la causa: “incapacidad moral”, lo que ello quiera decir) luego de poco menos de un año y medio en el puesto (algo que al parecer no resulta sorprendente en Perú, porque en alrededor de los últimos seis años igual número de mandatarios fueron relevados); nombramiento de la primera mujer en ocupar la primera magistratura en aquella nación sudamericana, Dina Boluarte (hasta ayer vicepresidenta), quien denunció un “golpe de Estado” y el “quiebre del orden constitucional”, tras la intentona del ex dirigente magisterial de disolver al Congreso; 101 de los 130 congresistas aprobaron la destitución del hasta ayer presidente de Perú, y de cereza, la detención del propio Castillo por parte de la policía y su aislamiento en una de las comisarías limeñas.
Se llevan fuerte, pues, pero el problema es que ninguna de las fuerzas involucradas en el salvaje jaloneo por el control del poder político (que al parecer “olvidaron” a quiénes deben servir) ni lejanamente cuenta con la aprobación popular. Por el contrario, dos recientes encuestas levantadas en Perú demuestran que el nivel de aceptación del Congreso –dominado por la derecha– y de Pedro Castillo –que no ató, pero si desató– estaba en el subsuelo mucho antes del más reciente enfrentamiento público que terminó en la citada destitución.
De acuerdo con la empresa encuestadora Datum (el levantamiento concluyó el pasado 4 de diciembre), la aprobación de Pedro Castillo a duras penas llegaba a 24 por ciento, es decir, la desaprobación fue de 71 por ciento (5 por ciento no supo o no contestó). Por el lado del Congreso, sólo 11 por ciento de los encuestados avaló el trabajo legislativo, mientras 84 por ciento lo rechazó (5 por ciento no supo/ no contestó).
Por su parte, a finales de noviembre pasado el Instituto de Estudios Peruanos levantó su propia encuesta, con los siguientes resultados: la aprobación de Pedro Castillo apenas libró 31 por ciento, con un rechazo del 61 por ciento de los encuestados (8 por ciento no supo/ no contestó), en tanto que el Congreso a duras penas libró 10 por ciento de aceptación, contra 84 por ciento de repudio (4 por ciento no supo/ no contestó).
Resulta arrasador el nivel de rechazó popular para ambos grupos enfrentados, pero en medio de la gresca desatada por esas dos fuerzas políticas, la pregunta obligada es: con ese grado de impugnación, ¿cómo es posible que, en el juego de las vencidas, una de ellas haya logrado destituir al mandatario y la otra intentara disolver al Congreso?
Pedro Castillo fue democráticamente electo, pero desde el primer día en funciones la derecha peruana –con un “empujoncito” de Washington– impulsó el golpe de Estado y no lo dejó gobernar. Su labor siempre fue hacer hasta lo impensable para deponerlo, y al cuarto intento lo logró –con el apoyo del Poder Judicial y la mafia mediática–. Ahora Perú se encuentra en una crisis de pronóstico reservado, con los poderes constitucionales enfrentando el rechazo prácticamente total del pueblo de aquel país.
Habrá que ver cuánto dura en el puesto Dina Boluarte, porque en lista de espera hay un ejército.
Las rebanadas del pastel
Del presidente López Obrador, con atentos saludos para Lilly Téllez y Germán Martínez, entre otros: “siempre hay traiciones, pero no por eso hay que desanimarse, sentirse tristes. No, lo importante es no traicionarse a uno mismo, lo importante es el tribunal de nuestra conciencia” … Por enésima ocasión: desde hace alrededor de siete años, el autor de estas líneas no forma parte del jurado calificador del Club de Periodistas de México, por mucho que su nombre aparezca en los diplomas entregados a los ganadores. Parece que en alguna parte no saben leer.