Aficionado a la consigna de: “mandar obedeciendo”, la acepto con una ligera adecuación: “obedecer mandando”. La multitud decidió que la columneta no debía ser obsesiva, absolutista, totalitaria ni dogmática. Tampoco se le aceptaba escoger un tema que se alargaba varias emisiones e ignorara todas las cuestiones de la actualidad. Llegó alguien a decirme: tú, por los años vividos, fuiste protagonista o simple espectador de momentos que nos haría bien conocer. Di todo lo que sepas, lo que viste, viviste y te convirtió, aunque fuera por accidente, en un simple testigo.
Por ejemplo, cuando por tu culpa se enfrentaron los directores de dos de los periódicos más importantes del país: Excélsior, dirigido por Rodrigo del Llano, y Novedades, bajo la batuta de Mario Ramón Beteta, quienes desde las portadas de sus periódicos sostuvieron una ruda y agria disputa, ocasionada porque echaste de forma poco cordial a Aldo Baroni, aquel columnista de Excélsior a quien se le comprobó plenamente que estaba en las nóminas de aquellos a quienes la embajada de Estados Unidos otorgaba jugosas mesnadas por la información que proporcionaban o trasmitían sobre los “presuntos culpables del delito de disolución social”.
A Aldo Baroni no lo sacamos del auditorio de Ciencias Políticas por pensar diferente, sino por actuar diferente, es decir, él era un pillastre, cuya presencia en nuestro territorio era una infamia (y porque, además, seguramente mucho iba a cobrar alegando: les leí la cartilla a los apátridas alborotadores en su propio territorio). De estos aconteceres platicaré con ustedes, además de lo que en esa semana suceda y resulte de interés, antes de que el asunto se haga viejo.
Hoy, por ejemplo, quiero referirme a las dos marchas ciudadanas realizadas los días 13 y 27 del mes pasado. Las dos ya son información antigua y cosa juzgada, de ellas sólo diré: la primera me sorprendió: no es fácil reunir a 250, 300 mil personas upper class, en una abigarrada ciudad de más de 9 millones de pobretones, todos aspiracionistas de un cachito mayor. Además, todos tan nice people, tan correctamente ataviados para este singularísimo acto que, tengo entendido, será reconocido por el Guinness World Records como la más numerosa y hermosa pasarela avant-garde de la que se tenga memoria.
Fue una reunión del selecto sector social que todo lo tiene (y, por supuesto, la convicción de que de esto se mantiene), aunque tenga que afrontar pisar el pavimento y adentrarse a territorios ignotos como el Ángel de la Independencia y el Monumento a la Revolución (¡vaya sacrilegio!). No abundaban los jóvenes y los que estaban presentes mostraban las notorias huellas de sus recientes jolgorios en los que, sin parar, entonaban marciales, presuntuosas y agresivas marchas teutonas, bajo los ominosos símbolos de la suástica o esvástica (da igual el nombre si ambas versiones nos recuerdan, de golpe, el capítulo más vergonzante que haya escrito lo peor de la humanidad.
Y digo lo peor porque hay que recordar que en Alemania e Italia hubo numerosas personas que enfrentaron, pagando con la vida en muchas ocasiones, la barbarie nazifascista de la dupla infrahumana de Hitler y Mussolini. Estos jóvenes, a los que el neoliberalismo no les propone nada espiritual, emocionalmente acojonante, son presa fácil de estos ideales (?) en los que sus padres, su vida familiar y su entorno los han modelado.
Asistieron porque les hicieron ver que era en defensa de su estatus, es decir, de su vida regalona, plenty ahora, y creciente, muy creciente en el futuro si las aguas de la desigualdad regresaran a su cauce normal. La mayoría eran familias que, después de mucho tiempo de no reunirse y casi ni hablarse, ahora marchaban “del brazo y por la calle”: lo que duele duele y si afecta a dos, pues duele el doble y, por eso, igual que hace años en el altar, ahora desfilaban, ¡quién lo creyera!, tomados de la mano y ratificando sus votos originarios para defender no la inviolabilidad de un juramento, sino para preservar las condiciones de un contrato mercantil. ¿O no, Fernández de Cevallos?
De la manifestación del día 27 también tengo cosas que objetar. Anticipo que no estoy de acuerdo con el número de asistentes y menos con la descripción y comportamiento de los mismos. Adelanto: con los números más optimistas de los asistentes a la minimarcha del día 13 confieso que me resultan excepcionales. Los participantes en la del 27, aunque sean cinco veces más, me parecen pocos. Trataré de explicarme la próxima semana.