El domingo 27 de noviembre pasa a la historia de México como un día memorable; será recordado como el día de la transformación que en esa fecha se afirmó frente a sus críticos y frente a sus propios seguidores. No sólo una multitud nunca vista se adueñó de las avenidas y calles de la ciudad, sino que el Presidente propuso designar a la doctrina social de la transformación que él encabeza y el pueblo apoya en forma tan espectacular como “humanismo mexicano”.
La marcha, que fue mucho más que eso, al contrario de otras manifestaciones que hemos visto en la ciudad, se trató de una expresión de alegría y apoyo; no se pintaron monumentos, no se destrozaron con martillos puertas y ventanales de empresas privadas ni se ni se agredió a personas; ni un incidente y, como suele decirse, ni un vidrio roto.
La característica de lo sucedido esa mañana entre nublada y soleada fue que, más que una marcha o desfile, se trató del pueblo que se adueñó del espacio urbano y precisamente de un sector cargado de historia y de cultura: el Paseo de la Reforma, la avenida Juárez, las calles que convergen en la Plaza de la Constitución.
La multitud impuso su voluntad colectiva, impidió jubilosamente que los grupos más o menos organizados avanzaran de la manera tradicional; era tanta gente y tantos querían estar cerca, saludar, fotografiar al Presidente, que se convirtieron de un conglomerado más o menos formal, columnas y grupos por estados, en una multitud amorfa y entusiasta pero pacífica, que no se dirigía al Zócalo, sino adonde veía o presumía que estaba el dirigente. La multitud diluyó dentro de sí a la columna que con muchas dificultades intentaba la caminata que nunca llegó al Zócalo.
A pesar de ello, desde temprano, el lugar de la cita, la gran plaza con el asta bandera monumental, empezó a llenarse de pueblo; pude constatar personalmente que cuatro quintas partes del espacio fueron cubiertas por la multitud, no la que marchaba por Reforma sino otra, la que quiso instalarse para ganar lugar y no ser desplazada cuando llegara la columna que nunca arribó.
Quienes desde temprano ocuparon (ocupamos) la plaza mayor de México, llegaban en pequeñas, medias o mínimas marchas, ríos de gente que no pudieron o no quisieron ir al Ángel, prefirieron ganar un buen lugar y esperar allí. Sin embargo, la espera duró cerca de seis horas; cuando el Presidente arribó a su destino, todavía tuvo la fuerza y la presencia de ánimo para rendir su informe y dar un mensaje en el cual expuso los avances que ya todos conocemos.
Habló de los programas sociales, de los aumentos salariales, de las obras públicas, de la transformación del sistema de salud, del aeropuerto, del Tren Maya, de las refinerías; de Sembrando Vida, los caminos de mano de obra y otras acciones que son el orgullo de su gobierno; pero cuando ya muchos por apremios de tiempo se salían del Zócalo, porque tenían que llegar adonde estaban los autobuses en los que regresarían a sus labores cotidianas del lunes siguiente o por que sus boletos de avión no podían ser canjeados por otros más tarde, el Presidente expresó su propósito de darle al pensamiento que puede ser considerado como la doctrina de la Cuarta Transformación el nombre de “humanismo mexicano”.
Es importante, él mismo lo pidió, darle cuerpo a esa doctrina; sus bases están sentadas en las ideas que han movido al pueblo para ganar las elecciones y defender al gobierno con el que se identifica; se trata de la primacía de los pobres por el bien de todos, de principios éticos elementales, pero mucho tiempo olvidados: no mentir, no robar, no traicionar. Además, no rendirse perseverar como lo ha hecho el dirigente y muchos dentro del movimiento, a pesar de dolorosas tropiezos y barreras aparentemente insalvables, seguir adelante. Como lo decía un lema de un partido en el que milité “si se puede, depende de ti” u otro de la autoría de José Ángel Conchello “México no tiene otras manos que las tuyas”.
Hay diversas corrientes humanistas; liberal, socialista, cristiana; no son contradictorias y más bien convergen en un punto toral. Retomo algo que escribí hace tiempo refiriéndome precisamente a las corrientes humanistas: “se esfuerzan en modificar las estructuras políticas y económicas cuando se han convertido en fórmulas para degradar a las personas; cuando se manifiestan contrarias al respeto y a la defensa de los seres humanos y sus derechos fundamentales”. También, al final de la Edad Media, el humanismo se identificó con el renacer de las artes, la pintura, el arte gótico, las grandes catedrales, la música, el contrapunto y volver los ojos a la filosofía antigua, los grandes principios éticos y estéticos, renacer de la libertad, la justicia, la educación y la cultura para todos.
No podemos olvidar, al definir el humanismo mexicano, los Sentimientos de la Nación de Morelos, cuando dice que el fin de las leyes es “moderar la opulencia y la indigencia”.