Ciudad de México. Hasta 2020, Michelle Chávez no pensaba que su vida daría un vuelco debido a un intento de feminicidio. “El papá de mi hija me lanzó desde un cuarto piso, y se me enterró la varilla del portón, que me atravesó la pierna izquierda y me provocó una amputación arriba de la rodilla. Ahora tengo discapacidad motriz”.
Esa condición “puedes adquirirla en cualquier momento, soy ejemplo de ello. La vida es muy impredecible, era una persona convencional, y un día desperté en la Cruz Roja sin pierna”, cuenta a La Jornada, durante la marcha que el Movimiento de Personas con Discapacidad realizó desde el Ángel de la Independencia a la calle Doctor Mora, donde llevaron a cabo un mitin.
Michelle fue uno de los cientos que, en el Día Internacional de las Personas con Discapacidad, salieron a la calle a exigir “menos barreras; más inclusión”. Vistiendo prendas amarillas fluorescentes (playeras, pañoletas, tenis y gorras) y portando pancartas del mismo tono, aseguraron que enfundados con ese color “ahora sí nos ven”.
Gustavo Guevara (Gus), quien vive con osteogénesis imperfecta y forma parte de la coordinación del Movimiento de Personas con Discapacidad, asegura que “a la llamarada fosfo nadie la para” y destaca la urgencia de concretar una “revolución anticapacitista”. El capacitismo es un tipo de discriminación que considera que las personas capacitadas son la norma.
Dice que es el segundo año que marchan. “Este 2022 el lema es ‘Orgullo y dignidad’ y le apostamos a la accesibilidad universal. Todas las personas, todos los espacios”.
Al ritmo de tambores, los manifestantes avanzaron por Paseo de la Reforma gritando “ahora que estamos todos, ahora que sí nos ven, que se escuche fuerte y claro, movimiento PCD (personas con discapacidad)”; “por ti por mí, ya volvimos a salir”; “no somos uno, no somos 10, somos un chingo, cuéntanos bien” y “personas rodando, también están luchando”.
Eduardo, de 14 años, vive con parálisis cerebral infantil con ceguera, hipoacusia y epilepsia. La pancarta colocada en su silla de ruedas denuncia que la discriminación basada en prejuicios es una constante. “Mi discapacidad no es una enfermedad, tu ignorancia sí, y estamos aquí para acabarla”.
Su madre, Ivonne, dice que para ir a sus terapias es complicado, porque la mayoría de los transportes carecen de adecuaciones para personas con movilidad reducida. “Los peseros, taxis, metrobuses y el Metro, no son accesibles”. No sólo el transporte público tiene ese problema, “también muchos hospitales”.
Eduardo es beneficiario de la Pensión para personas con discapacidad de la Secretaría de Bienestar, y su madre cuenta que esos recursos los destina a la compra de sus pañales y para transporte, no es mucho (2 mil 800 pesos bimestrales), pero ayuda”.
Jeshua González, estudiante universitario que tiene osteogénesis imperfecta, también recibe ese beneficio y expone que ese dinero es bienvenido, pero no puede ser lo único. Las autoridades deben garantizar el acceso a oportunidades educativas y laborales dignas. Guz coincide con ese planteamiento. “No está mal, pero tenemos que dejar atrás las visiones asistencialistas”.
Desde su experiencia, Michelle exhorta a las demás mujeres a no pasar por alto las red flags, “no hay por qué aguantar todo por estar en una relación o por los hijos, primero tenemos que querernos a nosotras mismas”.