La capital del reino de Tailandia goza de una popularidad envidiable como destino turístico a escala mundial. Los atractivos de la metrópoli del sudeste asiático son prácticamente incontables en un país que se debate en la ambivalencia que la modernidad y la tradición traen consigo: regiones y habitantes en extrema pobreza, en contraste con la excentricidad que toca los límites de descaro del actual monarca Rama X.
Aquí se vive en una monarquía constitucional, el rey comparte poder con las instituciones que representan los representantes del Ejecutivo, Legislativo y Judicial, aunque goza de una imagen calificada de sagrada y constituye un pilar social como lo son la religión y el Estado.
En la constitución de esta nación se encuentran pasajes que obligan al ciudadano al absoluto respeto; el insulto a la monarquía es severamente castigado con penas de 15 años de cárcel.
El rey Bhumibol estuvo al frente del ahora anquilosado reino por siete décadas. A su muerte, en 2016, Bangkok se volcó con enormes fotografías del monarca rodeado de ofrendas florales un tanto desmesuradas.
La movilización por las honras fúnebres congregó a un millón de personas. Él era apreciado por el pueblo por su histórica capacidad como mediador ante los conflictos políticos, su cercanía con los ciudadanos y su modestia.
Decidir por dónde empezar al enfrentarse a esta urbe no es tarea fácil, independientemente de los muy particulares intereses. Proliferan los templos budistas en los que resplandecen doradas cúpulas, coloridos ornamentos que rodean gigantes figuras de Buda que se pueden visitar prácticamente a cualquier hora del día.
Se puede presenciar gratis una sesión del llamado box tailandés –muay thai– e incluso se puede participar de un combate abierto al público y aprender la técnica de estas peleas extremas.
En este país es el deporte nacional y si se soportan los altos niveles de humedad y la temperatura promedio de la capital, que oscila entre 25 y 32 grados, al final de una sesión de cuatro horas de entrenamiento la pérdida de tres a cuatro kilos de peso está prácticamente garantizada.
Trasladarse en auto propio no es lo más recomendable, pues es una de las ciudades con mayor tránsito del mundo y el caos que se experimenta con motocicletas y los tuk tuk –versión motorizada del rickshaw, vehículo de dos ruedas tirado por una persona– que aparecen por la izquierda o la derecha o desde el frente, si es necesario, requiere de una refinada capacidad de improvisación.
El transportarse de un lugar a otro en el tráfico de tuk tuk puede rebasar los límites de la tolerancia y la paciencia del más experimentado conductor.
Alia Lira Hartmann, corresponsal