Salieron a la calle presurosos, con alegría y entrega evidente. Respondieron al llamado de la voz presidencial para testificar su apoyo a la labor desplegada por este gobierno que se enfila en su ruta final. Saturaron avenidas y plazas, tal y como tantas veces lo hicieron en el pasado. En sus marchas anteriores fueron definidos por la incesante búsqueda de adherentes a un movimiento que planteara la firme reconstrucción nacional. Para, a continuación, formar un partido que les permitiera disputar el poder. Labraron, con celo y coraje, una propuesta de futuro que reconocieron como propia y se prepararon para triunfar en la necesaria contienda electoral. Ahora se muestran, con abertura consciente, para proseguir, con consistente empeño, en continuar lo mucho que ya se ha iniciado. Saben estos ciudadanos que lo propuesto como igualitaria ruta, ahora desde el poder político ya conquistado, es algo que les pertenece, que responde a sus inquietudes y esperanzas. A eso y no a otra aventura se les llamó y persiguiendo esos impulsos caminaron apretujados.
Las muestras de vigorosa salud, de entrega que patentaron en calles de la gran ciudad, pero también en otras adicionales de la República, llevan un claro mensaje inscrito. Y éste habla del deseo, del hecho de ser llamados para ahora patentizar su adhesión a una causa justa. Desean y exigen vivir en una República armónicamente balanceada en su integración. Una República que vaya eliminando la desigualdad, la discriminación y el olvido de los necesitados. Pujan por la justicia que a muchos les falta todavía. Por aquellos que no la han experimentado de manera cotidiana. Tal vez ni siquiera la palpan con obligada certeza, porque han sido permanentemente segregados.
Saben y lo reconocen con prestancia, que el Presidente personifica esa fuerza que les responde, que les guía y desean estar cerca de él, en su cercano entorno. Quizá esto implique lo que piensa el filósofo Enrique Dussel sobre el mesianismo de Andrés Manuel. Un mesianismo básico, que apunta al ser escogido como guía por el pueblo. No una imagen construida de palabras altisonantes, peyorativas o enclavadas en retórica vacía, agrandada por los medios de comunicación. Sino un mesianismo trabajado, día y noche desde los lugares donde habita, sufre y sueña el pueblo. Un pueblo emancipado que se viene trasmutando, que se ve, a sí mismo, como un ciudadano con derechos y obligaciones.
Esta marcha, ahora ya famosa (27N), lleva esos y otros significados que la hacen distinta de las que le precedieron. Esta implica el deseo de dar continuidad al modelo distributivo y mostraron que amasan suficiente energía colectiva para lograrlo. Para completar lo que falta, para enderezar lo torcido, perseverar en lo iniciado y para encarrilar la vida organizada por esos rumbos ya inscritos. El Presidente tiene, sin duda, la capacidad y visión para guiar a esa mayoría de mexicanos que le prestan oídos. Cerca ya espera el cambio de generación. Cerca queda la difícil labranza de una candidatura que asegure el perfeccionamiento del quehacer en proceso constructivo, obligado por el mismo pueblo ciudadano.
La otra marcha (14N) juntó a los que habrán de disputar el poder de conducir a la nación. Ahora ya se conoce quiénes son, lo que quieren y la fuerza que tienen. Son, sin duda, también, un pueblo ciudadano lanzado a la conquista del Poder Ejecutivo federal y a lograr mayorías que le permitan gobernar.
Desean restablecer su lugar perdido. Esta es la realidad democrática del país. Una democracia que, contrariamente a lo pregonado, no está en riesgo. Que es un fenómeno colectivo en proceso, pero con suficiente energía para dar a cada quien lo que merece y puede ganar con su trabajo participativo. No se trata de quitar a unos para poner a otros, sino para, en conjunto y con las contradicciones, oposiciones y la colaboración debida, asentar el futuro anhelado.
Quizás lo anterior suene un tanto optimista, hasta inocente, tal vez. Pero hay que plantearlo porque a eso obligan los millones que han marchado. Las acciones y logros del gobierno son hechos concretos y palpables aunque se insista, hasta con torpeza, en negarlo desde la oposición conservadora. El volumen de recursos públicos para beneficio popular no son cifras alegres. Han ido directamente a las manos de quienes los usarán en su alivio y trabajos. Se ha iniciado el proceso de rescate de marginados incidiendo en la igualdad. El salario de los trabajadores aumenta con firmeza y el empleo patentiza el esfuerzo de rescate. Las obras de infraestructura ya empujan al sur y le permitirán equilibrar oportunidades. Serán fuente de empuje para labrar su presente.