Me he dado cuenta de que, siendo incluso buenos músicos, no siempre los músicos comprenden en verdad la musicalidad de las palabras; como si esa otra musicalidad medio se les escapara, como si fuese una musicalidad secundaria.
Hablo de los que cantan, por supuesto, y de quienes componen canciones. Lo he dicho ya antes: conceden 66.66 por ciento a la melodía y 33.33 al decir. Claro, la melodía también dice, y con frecuencia, sin palabras, dice más, o uno así lo siente, que el decir mismo. Pero ahora hablo meramente de la musicalidad de las palabras, no de decir alguno. O de un decir que comunica sin decir, que comunica su tal vez inefable, pero no inteligible “decir”. La musicalidad de las palabras, con frecuencia, atreveré, dice más que las propias palabras.
Baste como ejemplo patente el famosísimo soneto del boliviano Ricardo Jaimes Freyre que comienza Peregrina paloma imaginaria… Baste este otro tomado de la canción popular, folclórica, mexicana: Erre con erre cigarro / erre con erre barril. / Rápido rueden los carros cargados de azúcar al ferrocarril, donde el significado, no obstante llamar la atención, la llama menos, bastante menos, que la tan evidente, juguetona, casi descarada sonoridad.
Entre los que logran entender eso, eso de lo que hablo, la musicalidad de las palabras en una canción, están desde luego Paco Ibáñez, quien no “le pone” música a los poemas que “musicaliza” sino de ellos los extrae; Joan Báez cantando hermosamente (qué novedad) un texto de Lord Byron, So We'll Go No More a Roving (la “musicalización” por cierto, no suya, sino probablemente, no estoy del todo seguro, de Richard Dyer-Bennet), o el dúo Ampersan, cuyo disco 6 Conejo da buena muestra de ello. Existen muchos más, por supuesto, pero por hoy con esos quedémonos.
Hay desde luego los aficionados (entre los llamados “cantautores” pocos no son) a los juegos de palabras, que naturalmente tienen algo que ver con la musicalidad de las mismas, pero que, en las piezas que a la mente me vienen ahora, apuestan más al juego de los significados que al juego de los sonidos, cosa para mí, y quizá sólo para mí, la verdad rara.
Por otra parte, la musicalidad de las palabras no sólo suele escapársele a los músicos; a veces, y lo digo sin ánimo crítico (no es sino otro elemento, muy, muy importante, pero uno más, de la escritura), a los propios escritores, poetas o no.