En el devenir zigzagueante y azaroso de la historia destaca en esta tercera década del siglo XX, para mal, un afán expansionista de la derecha neofascista, la ultraderecha, cuya élite ideológica por primera vez sesionó en México y por segunda vez en América Latina, con un mensaje regresivo, arcaico e intolerante, atacando los valores de la democracia, la libertad, la ilustración, la igualdad y la justicia.
Es una ultraderecha que, como afirma Anne Applebaum en su texto El ocaso de la democracia, no cree en los valores de la civilización y hoy critica no sólo al socialismo, sino “a la democracia representativa, la tolerancia religiosa, la independencia del Poder Judicial, la libertad de expresión y de prensa y las instituciones republicanas”.
Es una derecha antidemocrática que se consolida en sectores de Estados Unidos, que viene de perpetuarse en Hungría, de ganar en Italia, de crecer en Francia, de aumentar en estridencia mediática en España y de enquistarse –aunque no de triunfar– en Brasil; una ultraderecha que amenaza con regionalizarse y ya tiene cabezas de playa en la oposición de Chile y Argentina.
Una ultraderecha que embiste y llama a aniquilar todas las expresiones del pensamiento progresista, especialmente el socialismo igualitario y el liberalismo con compromiso social y defensor de los derechos de la mujer y del hombre, los derechos humanos. No sólo gobiernos en funciones, sino lo que, en su paranoia, percibe como amenaza a sus intereses mercantiles, clasistas, raciales e individualistas.
La llamada Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC), ya con 50 años de creación, se gestó entre sectores oscurantistas de Estados Unidos, críticos de la democracia liberal, de las minorías raciales y del establishment de ese país, y poco a poco ha ido extendiendo sus tentáculos a otros países y a otros continentes. Hoy es el epicentro de la ultraderecha mundial, a la manera de una Internacional Ultraderechista, la némesis de la Internacional Socialista.
A nivel continental, pretende ser un contrapeso ideológico del Foro de Sao Paulo, como declaró en la Cumbre de Santa Fe uno de los organizadores: “así como Lula fundó el Foro de Sao Paulo con una agenda radical muy fuerte, el CPAC se reúne en México para marcar una ruta; es el inicio de un movimiento en defensa de la vida, la patria, las libertades fundamentales que hoy están en juego”.
Como en tiempos de la guerra fría, los ponentes abordaron los presuntos peligros de los gobiernos socialistas y del Foro de Sao Paulo, “que tiene como objetivo la destrucción de las personas”, por lo que se declararon en pie de guerra contra el “progresismo que quiere censurar ideas, en contra del aborto y en defensa del binarismo de género”, es decir, en contra de la diversidad sexual.
Se trata de un movimiento que, decíamos, tuvo una gestación doméstica en nuestro vecino del norte, en la década de los 70, en plena guerra fría, con la bandera de detener al comunismo, el real y el imaginario, pero que ahora se constituye en una red de organizaciones y figuras mediáticas que tienen como nueva cruzada frenar los cambios en el mundo y aún involucionar hacia los valores tradicionales: fin al Estado y la educación laicas; un nacionalismo chovinista, hostil con los inmigrantes; una sociedad cerrada, refractaria con las minorías; rechazo a las preferencias personales; penalización del derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo.
También, de manera destacada, una ideología cerrada a la realidad del cambio climático y el calentamiento global, cuando debiera ser compromiso y lucha común de todos los gobiernos y de todos los seres humanos, más allá de las ideologías; trabajar por la conservación de los equilibrios de la naturaleza y restaurarlos ahí donde se han trastocado.
Es una constelación de fuerzas regresivas que se une para detener cambios que se perciben como destructores de la identidad nacional, para regresar el reloj de la historia y restaurar valores medievales, para cancelar los derechos de las minorías y las mujeres, aún aquellos que tenían estatus de derechos adquiridos y consumados, con tutela constitucional, en la misma capital del llamado mundo libre.
Por eso, en la Cumbre de la CPAC se dieron cita, de manera presencial o virtual con mensajes grabados, figuras de varios países. Del continente americano, actores centrales del trumpismo, como Steve Bannon; Eduardo, hijo del aún presidente de Brasil Jair Bolsonaro; el ex candidato derechista a la presidencia de Chile, José Antonio Kast, un nostálgico de Pinochet; Javier Milei, ex candidato perdedor de la derecha en Argentina, entre otros. De Europa participaron, en un formato u otro, Víctor Orbán, primer ministro de Hungría; Santiago Abascal, dirigente de Vox en España; representantes de la familia Le Pen, íconos del neofascismo francés, y una delegación del gobierno ultraderechista de Italia, entre otros.
En suma, el mundo no está a salvo de la amenaza de la ultraderecha trasnacional, ni están blindadas a perpetuidad las conquistas de la civilización, la ciencia, la ilustración, la democracia, la lucha social y, en general, el pensamiento progresista. Los valores con visión de futuro tienen que defenderse, hoy y siempre.
*Presidente de la Fundación Colosio