Las tragedias de los migrantes se siguen presentando. En estos últimos días una lancha sufrió un naufragio mientras se desplazaba frente al litoral del istmo de Tehuantepec al intentar llegar a Estados Unidos y cuatro personas perdieron la vida, entre los cuales se encontraban menores de edad. La verdad es que los migrantes están dispuestos a arriesgar la vida para intentar dejar atrás violencia, inseguridad, pobreza, represión, etcétera, buscando horizontes que les permitan condiciones dignas de existencia.
El periplo es muy doloroso, y alcanzar el sueño de llegar al objetivo final, que en muchos casos es Estados Unidos, por momentos parece imposible. Cuando llegan a México, se encuentran con que Estados Unidos no quiere migrantes y México, tras amenazas, se ve obligado a impedir su paso. En la espera, enfrentan enormes dificultades, ya sea para obtener los documentos que les permitan transitar o recibir las visas de trabajo, o bien visas humanitarias.
La realidad es que las autoridades están rebasadas, escasea el personal calificado para atenderlos, los albergues están saturados y el presupuesto es totalmente insuficiente para atender las necesidades de esas personas. Hay que reconocer que la política migratoria planteada en un inicio por el gobierno de Andrés Manuel López Obrador fue completamente diferente a lo que sucede ahora, pero dio un vuelco de 180 grados ante las amenazas de Washington y la negativa a cumplir con sus obligaciones internacionales, lo que obliga a muchos de ellos a quedarse en territorio mexicano. Ese país sigue utilizando a los migrantes como arma política por motivos electorales.
El problema es que los migrantes van a seguir llegando porque las condiciones por las que han huido se siguen deteriorando y Estados Unidos no piensa cambiar su política migratoria; se sigue fomentando la idea de los “invasores indeseados” del sur global, bajo calificaciones de racismo y xenofobia.
Las palabras de Donald Trump en su discurso para proponerse como candidato a la presidencia de Estados Unidos no augura nada bueno para el fenómeno migratorio, por el contrario exacerbó el odio contra los migrantes poniendo la construcción del muro como su arma de batalla ideológica.
El gobierno mexicano tiene la responsabilidad de proteger a todas las personas que se encuentran en su territorio, sin importar si tienen o no documentos. Ante esta verdad, lo primero es aceptar que no puede mantener a la Guardia Nacional en las fronteras para detener migrantes. Son otras sus responsabilidades y, además, no está capacitada para la labor que se le asignó. Recuérdese que plantear cierre de fronteras desata a los traficantes de personas, cuyas redes internacionales se ponen en marcha por tratarse de un negocio multimillonario que, como señala el Banco Mundial, alcanzaron en un año 3 mil 801 millones de dólares y se cree que son datos que pueden estar subestimados.
¿Qué puede hacer México? Lo primero es aceptar que el fenómeno migratorio rebasa a un país solo, a cualquiera, y en este caso México es expulsor, receptor y vía de tránsito de migrantes; que tiene una frontera de 3 mil kilómetros con la potencia que, para colmo, decide cerrarla a los migrantes. Ese es el motivo central del enorme caos fronterizo: los flujos están desbordados porque no se les da la atención adecuada a sus ingentes necesidades, porque incumple Estados Unidos sus responsabilidades que como miembro de la comunidad internacional está obligado a facilitar. Es una realidad que podemos comprobar al comparar lo sucedido con los migrantes ucranios que llegaron por miles a Estados Unidos y que al ser incorporados de inmediato, con las visas y trámites correspondientes no hubo ni desbordamiento ni caos porque se atendieron las causas y sus necesidades.
El fenómeno migratorio requiere que México convoque con urgencia a una discusión amplia y comprometida, no sólo con los países involucrados directamente con esos flujos de migrantes, que también son responsables de proteger a sus poblaciones y deben reconocer sus desafíos, sino con organismos internacionales afines, como la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños. Poner sobre la mesa el fenómeno migratorio y, al mismo tiempo y de enorme importancia, trabajar para hacer realidad los acuerdos alcanzados en el sentido de incorporar como objetivo central el desarrollo de la región, vincularse a partir de la cooperación y hacer efectiva la autosuficiencia alimentaria, impulsar al comercio intrarregional, el intercambio tecnológico y cultural y asegurarse de una distribución equitativa de la integración sin discriminar a ninguno. Y, lo más importante: generar un mercado común que lleve de la mano a un mercado laboral latinoamericano.
Una América Latina integrada que enfile sus potencialidades y capacidades a superar la enorme desigualdad que la ha caracterizado. Es en este marco en que se puede y debe plantear el grave problema que enfrentan los migrantes de la región para buscar entre todos las mejores soluciones.