Escribe Javier Hinojosa: “Leí su columna anterior, ‘Aprender a envejecer’, y quisiera comentar que la sociedad pone su atención en qué hacer con los viejitos en vez de promover maneras de alcanzar una vejez con calidad. Pero nuestra vida urbana ‘civilizada’ asegura una salud degradada desde la niñez que con el transcurso del tiempo pasa las facturas de una existencia caracterizada por degenerar al ser humano de forma cotidiana y persistente desde la cuna hasta la tumba, con vacunas, alimentos y medicamentos dudosos, comida chatarra, sedentarismo, tabaco, alcohol y drogas permitidas y prohibidas. Pero quizás el alimento más adictivo en los últimos años sea la brutal dependencia de los medios, a quienes seguimos mansamente como si fueran palabra divina y han venido destruyendo nuestros sentido crítico, capacidad de disentir y valores, contribuyendo a una vejez frustrada, achacosa, dependiente y sombría, si llegamos a ella.
“Se dice que la vejez aflora cuando llegas a una edad que ya no se va a duplicar en vida, digamos entre los 40 y los 50 años, aunque no seamos conscientes. Sin embargo, hay quienes a los 25 empiezan a pensar, sentir y actuar como ancianos, sin diferenciar lo que les resulta perjudicial de lo que les permite evolucionar. Más que cronología y años acumulados, la vejez es una cuestión de hábitos, actitud, ánimo, voluntad más o menos cultivada. Al jubilarse, no pocos se acaban jubilándose de la vida, y en lugar de recuperar el tiempo, empiezan a preparar su funeral ante la falta de imaginación y la fuerte rutina en que han vivido. Trabajar, proveer y apoyar a otros fue su único sentido de vida, descuidando el propio, y al llegar a viejos ya no saben qué hacer.
“Esa prolongada desatención acelera el envejecimiento en forma de enfermedades, desánimo, resentimiento y desmotivación, convirtiéndonos cuando menos lo esperamos, en una pesada carga emocional para la familia, ignorando que es en tiempos de vejez cuando más poder podemos ejercer, sea de creación, ejecución o de influencia. Es la mejor manera de no estorbar ni estorbarnos. Así como nos ejercitamos físicamente, debemos revisar nuestros demás hábitos, conscientes de que hoy y todos los días escribimos la historia que queremos vivir en el ocaso de esta maravillosa aventura que es la vida.”