En su maratónica agenda dominical (marcha-mitin-informe de gobierno) al presidente López Obrador le tomó alrededor de seis horas –en medio de un río humano– trasladarse del Ángel de la Independencia al templete del Zócalo, en donde finalmente ofreció su balance de cuatro años de gobierno. En efecto, la información por él ofrecida fue un recuento de lo ya conocido, pero tal vez lo novedoso fue que cerró su participación con una definición política que de forma cautelosa puede leerse de distintas formas, sobre todo cuando se recuerda que la misma fue utilizada por inquilinos de Los Pinos y cuando menos un partido tradicional, kilométricamente separados de Andrés Manuel.
Prácticamente para concluir su informe, el mandatario lanzó lo siguiente: “aun cuando lo fundamental son los hechos, no deja de importar cómo definir, en el terreno teórico, el modelo de gobierno que estamos aplicando; mi propuesta sería llamarle humanismo mexicano, porque si tenemos que buscar un distintivo … Nutriéndose de ideas universales lo esencial de nuestro proyecto proviene de nuestra grandeza cultural milenaria y de nuestra excepcional y fecunda historia política; ahora bien, ¿cuáles son los principios políticos, económicos y sociales del humanismo mexicano que postulamos y que inspira a la Cuarta Transformación?”
Y ofreció una serie de referencias históricas, de Miguel Hidalgo a Francisco I. Madero, para puntualizar algunos elementos; en lo político “no aceptamos el derrotismo”; en lo económico, “el progreso sin justicia es retroceso, porque no basta el crecimiento; es indispensable la justicia; se ha desechado la obsesión tecnocrática de medirlo todo en función del crecimiento que no implica distribución; ahora se trata de algo cualitativo, no cuantitativo; el fin último de un Estado es crear las condiciones para que el pueblo viva feliz y esté libre de miserias y temores; desterrar la corrupción y los privilegios para el beneficio de la mayoría, sobre todo de los más pobres”. Desde luego, incluye la “revolución de las conciencias”.
Palabras más o menos, esa sería la definición del “humanismo mexicano” conceptualizado por el presidente López Obrador, pero no cabe duda de que debe afinar, pulir el concepto y, sobre todo, distinguirlo del mismo término utilizado (sin el agregado de “mexicano”) por gobiernos anteriores provenientes de la derecha más rancia agrupada en el Partido Acción Nacional. Vicente Fox afirmó que su línea era “el humanismo” y los mexicanos lo sufrieron; Felipe Calderón “refrendó” esa “tendencia” y sabemos en qué se tradujo; y desde su fundación, el PAN, proclive el fascismo, lo incluyó en sus “lineamientos doctrinarios”.
Por ello, es necesaria y urgente una definición puntual de lo que el presidente López Obrador denominó “humanismo mexicano” y deslindarse de cualquier intento anterior, especialmente el asociado, así fuera retórico, a trágicas administraciones pasadas y el nefasto partido político que los avaló, con todo y fraude. De hecho, a lo largo de su estancia en Los Pinos hasta el propio Enrique Peña Nieto utilizó el término sin sonrojarse.
Por lo demás, el maratón político dominical resultó exitosísimo, con una enorme cuan entusiasta participación ciudadana que desbordó el Zócalo y las principales calles y avenidas adyacentes, con pancartas como la siguiente: “no vine por mi torta, vine por mis huevos”.
Por cierto, en uno de los pasajes de su informe, el presidente López Obrador recordó que durante su administración, y por primera vez en casi cuatro décadas, el salario mínimo se ha incrementado en términos reales (por arriba de la inflación) y que en el tiempo restante de su gobierno se mantendrá la tendencia, con el objetivo de acumular un aumento de 100 por ciento en términos reales (descontada la inflación) al cierre de su mandato.
Sólo para contextualizar este tema, durante el régimen neoliberal el salario mínimo aumentó, de forma acumulada, 21 mil 464 por ciento, mientras que la inflación se incrementó casi 63 mil por ciento (las cifras son del Inegi), es decir, en 36 años el mini ingreso no reportó más que caída libre en términos reales, pues el crecimiento de precios resultó casi tres veces superior al “aumento” salarial.
Las rebanadas del pastel
Ricardo Monreal se perdió el frutsi y la torta (dixit), pero a cambió dedica su tiempo a pepenar con otras basuras desechables. Eso sí, se niega a soltar el hueso moreno en el Senado, porque es de los que intenta chiflar y comer pinole al mismo tiempo.