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2022-11-27 06:00

Esperanza tricolor devino silencio y melancolía

Como suele ocurrir en cada Mundial, la tarde empezó como una fiesta y devino algo parecido a un velorio. En el FIFA Fan Festival, en el Monumento a la Revolución, los aficionados pasaron de los gritos al silencio. Apenas algunos atisbos de enojo, pero lo que predominó fue la decepción de cientos de fieles creyentes del Tricolor. Mientras Messi rescataba a Argentina con una genialidad en el estadio Lusail, los seleccionados mexicanos vivían su propio infierno. Andrés Guardado, nuevo integrante del selecto grupo de los Cinco Copas a sus 36 años, sufrió los estragos de la velocidad del partido y salió de cambio a los 42 minutos. El 2-0 de Enzo Fernández fue el acabose. Cabizbajos caminaron Raúl Jiménez, Héctor Herrera, César Montes y Erick Gutiérrez hacia el vestidor al tiempo que en las gradas los aficionados argentinos celebraron. Horas antes, después de vencer a Dinamarca, la campeona Francia se convirtió en la primera clasificada a octavos de final con Kylian Mbappé como estandarte. Foto Víctor Camacho y Afp
Periódico La Jornada
domingo 27 de noviembre de 2022 , p. 3a

¿Puede oírse el silencio? Cuando sobreviene tras el estruendo sí y es ensordecedor. En la explana-da del Monumento a la Revolución en el centro de la Ciudad de México, donde se celebra el Fan Festival de FIFA, volvió a escucharse esa ausencia de sonido que surge de una multitud a la que se le acaba la voz. Ese silencio, viejo conocido de los aficionados mexicanos en cada Mundial de futbol, volvió a expandirse como un estallido mudo con la nueva derrota de México ante Argentina en Qatar 2022.

Antes todo era ruido y gritos, una manifestación de alegría y bue-nos deseos. Llegaron de todas partes de la ciudad, de los alrededores, de otros estados, una muchedumbre que quería estar amotinada con la esperanza de que de ahí surgiera algo que cambiara la historia de los partidos del Tri contra la Albiceleste. Sobre todo para conjurar ese espanto resumido en la ima-gen de pesadilla que flota en la memoria de muchos: el patadón infernal de Maxi Rodríguez que le dio la victoria a los argentinos en Alemania 2006.

“Creo que nunca hemos estado tan cerca de ganarle a Argentina como en ese Mundial”, dice Marco Antonio Martínez, de 37 años, acompañado de su esposa y su pequeño hijo de tres, todos cubiertos por una bandera tricolor.

“Ese partido y esa patada son como un trauma que todos los aficionados mexicanos tenemos. Pero siento que hoy es el día para sacudirnos eso”, comentaba antes del partido.

Porque la gente hablaba y gritaba convencida de que este día era especial. Qué sería del futbol sin esa inocencia renovada cada cuatro años. Por eso llegó don Loreto Mata desde Tultitlán con un atuendo que llamaba la atención. Este hombre jubilado y aficionado fiel a la selección también tenía una punzada que le hacía pensar que este sábado tan soleado sería distinto. De modo que desde un día antes eligió su indumentaria, el pantalón, las botas y el sombrero para evocar a los mariachis y se maquilló con los colores verde, blanco y rojo. Desde temprano se alistó con ayuda de su familia como si fuera portador de una gran encomienda; en cierta forma sí lo era.

Mariachi futbolero

“Me ayudó mi esposa a maquillarme y mis hijos me animaron para venir. Aquí estoy porque siento que esta vez sí podemos”, decía esta versión improvisada de mariachi futbolero.

La multitud coreaba ese mantra que ya ha demostrado que casi nunca funciona, al menos en las Copas del Mundo. “Sí-se-puede-sí-se-puede”, se repetía, pero la realidad les respondió que, al menos en el futbol y por ahora, no se puede. Ocurrió un nuevo capítulo de una serie de fatalidades. Del gol agónico de Maxi en Alemania 2006 al madrugue-te en fuera de lugar de Carlos Tévez en Sudáfrica 2010, ahora se le agrega una joya de Messi en Qatar 2022, porque la diana de Enzo Fernández sólo fue un colofón.

Cuando cayó el tanto de Leo, todo el ruido, todo el clamor se apa-gó de golpe en la Plaza de la República donde se erige el Monumento a la Revolución. Los rostros felices, pintados o al natural, bajo gorras, sombrerotes o turbantes en alusión al emirato mundialista, se quedaron en silencio. Todo fue entonces un mosaico de caras serias y tristes, un tzompantli de melancolía futbolera que se repite cada cuatro años.

Cuando cayó el segundo gol ni maldiciones hubo. Al terminar el partido ocurrió una desbandada de camisetas verdes, color de luto tras la derrota. Todos en ese silencio tan futbolero. No faltó quien se quiso hacer “chistoso” con el dolor ajeno y gritó: “Ahora sí que los mariachis callaron”, pero nadie le celebró la gracejada.

“Todo es culpa del Tata”, decía mientras caminaba apurado un joven malhumorado o triste o todo al mismo tiempo; “porque jugaron bien el primer tiempo, pero después no supo recomponer cuando los argentinos empezaron a tocar más”.

Un muchacho que caminaba rumbo a avenida de los Insurgentes vendía desganado alcancías con la figura de la Copa del Mundo. “Antes del partido sí se vendían, ahorita ya nadie las quiere. Ya valió”, no se sabía si se refería a la venta del día o al futuro del tricolor en Qatar.

Todos se marchaban apurados. Como si quisieran dejar atrás el recuerdo de esta nueva derrota y ese silencio que se apoderó de todos, otra vez, como cada cuatro años.

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