El pasado viernes 18 se realizó en El Colegio Nacional un concierto-homenaje a la memoria de Mario Lavista (1943-2021), en el que se resaltaron diversas (y numerosas) facetas del compositor, del intérprete, del maestro, del editor, del divulgador, de todo aquello que fue a lo largo de una carrera extensa y productiva.
En un primer momento del homenaje se habló de Lavista mediante un breve video que fue a la vez retrato y glosa, protagonizado por las voces de Julio Frenk, José Emilio Pacheco, Alejandro Rossi, Teodoro González de León, Javier Álvarez y la suya propia. Ahí quedó claro que “Mario Lavista, compositor” es una expresión que le queda corta e incompleta, y que su legado es mucho más que las partituras (numerosas y variadas) que redactó a lo largo de los años. Después, la parte viva y presencial del homenaje, conducida por el arquitecto Felipe Leal y el escritor Juan Villoro, en la que los ponentes trazaron un retrato-reminiscencia de Lavista desde distintos enfoques y con diversas perspectivas. El lingüista Luis Fernando Lara, colega del compositor en El Colegio Nacional, aludió entre otras cosas a la cercanía de Lavista con las letras, especialmente como un gran lector y conocedor de poesía, y aprovechó el estrado para soltar una merecida y bien dirigida crítica al desprecio que se tiene hoy en este país a la educación en general, y a la educación artística y musical en particular.
La compositora Ana Lara abordó la figura de Lavista como su alumna y amiga, y ciertamente, como una de las depositarias importantes de la impronta estética del compositor. Felipe Leal, en sus intervenciones, se refirió de manera puntual y precisa a Lavista como un hombre universal al que nada de lo humano le fue ajeno; esta universalidad quedó señalada de manera particular en el contenido de los 147 números de la revista Pauta que fundó, y de la cual fue director y editor durante casi 40 años. Leal se refirió también al importante perfil de Lavista como entusiasta y empedernido jugador, aludiendo a su legendaria pasión, como practicante asiduo, por el póquer, el dominó y el billar. Habló también su hija Claudia Lavista, bailarina, promotora, educadora, quien, entre otras cualidades destacó en la figura de su padre a un hombre hospitalario, risueño, amante de los animales, apasionado por su madre, su hija, su nieta, sus amigos y, de manera muy especial, sus alumnos, de quienes Mario Lavista siempre dijo que eran el centro de su vida musical.
A su vez, la compositora Gabriela Ortiz, miembro reciente de El Colegio Nacional y también alumna de Lavista, glosó alrededor de los conceptos de tradición, renovación y ruptura, en un breve discurso en el que dejó claro que su maestro nunca derivó hacia las llamadas vanguardias del siglo XX, sino que siguió un camino propio, libre y flexible. A lo largo de ese camino, Mario Lavista estuvo siempre atento y cercano a un elemento que a él le parecía indispensable en la música, y cuya pérdida paulatina (en muchos casos, total) siempre lamentó: la expresividad. Aquí quedaron también claramente expresadas dos de las múltiples facetas del músico (sí, músico en la acepción más amplia del término): la de Mario Lavista el creador y promotor de intérpretes, y la de Mario Lavista el compositor de buen número de músicas luctuosas a la memoria de maestros, amigos, colegas, alumnos, no sólo como expresión de su amor por todos ellos, sino también como muestra de su singular y profunda religiosidad, que era del alma, y que nada tenía que ver con los rituales litúrgicos estandarizados y manipuladores.
Claro, también hubo música en el homenaje: obras del propio Lavista y de sus alumnas Ana Lara y Gabriela Ortiz. Me abstengo de comentarlas debido a que las enormes fallas del sistema de sonido de El Colegio Nacional estropearon buena parte del concierto. Y si usted anda por el Centro Histórico, o quiere ir ex profeso a la sede de El Colegio Nacional en Donceles, podrá visitar una interesante, numerosa y variada exposición internacional de carteles relativos a la persona, la música y el pensamiento de Mario Lavista, organizada y montada por el sello discográfico mexicano Urtext.