Como si no bastaran las discrepancias sobre temas importantes de la vida política y social, tales como la guerra en Ucrania, crisis migratoria, edad de jubilación, estragos de la identidad nacional a causa del fanatismo woke y tantos temas de inquietud general, una nueva controversia divide a los franceses, quienes ahora pelean con pasión sobre la posibilidad de prohibir la corrida de toros al extremo de proponerse un referéndum. Propuesta lanzada a menudo por la oposición cuando una cuestión divide a los electores en dos campos de dimensiones iguales y no se ve otra forma de decidir, tratando de contentar al menos a una mayoría relativa, como no sea con este último recurso.
La polémica divide a los defensores de los animales y los aficionados a la corrida de toros: a quienes se indignan contra el sufrimiento impuesto a los toros por los hombres y a quienes ven en la corrida un arte y una tradición; a quienes consideran la fiesta taurina una salvaje barbarie venida de los tiempos remotos anteriores a la civilización y a quienes la contemplan como rito iniciático, a través de su teatralización en la arena, del ser humano con su muerte. El negro pelaje del toro y la sangre ennegrecida que escurre de su cuerpo contrastan con el traje luminoso que exhibe el torero durante su faena.
Una polémica engendra otra, pues hay quienes no defienden la corrida, la cual puede incluso parecerles insoportable, pero se oponen a cualquier idea de prohibición. En efecto, en nombre de la higiene, la salud, la salvaguarda del planeta, el antirracismo, los sentimientos humanitarios y otras nobles causas, se prohíben conductas, lenguajes, en fin, cuanta expresión pueda tratar de ocultar comportamientos más que dudosos para algunos. Prohibiciones que se imponen en la vida diaria y restringen voluntad e independencia personales, reduciendo incluso y poco a poco el libre pensamiento.
A semejanza de otras controversias en la vida pública francesa como de otras naciones, el debate toma nuevos visos y se transforma en combate entre partidos políticos, cada uno de los cuales encuentra, según sus principios, un escalón para subir al poder, o mantenerse en él. Para los ecologistas, la lucha contra el sufrimiento animal es pan bendito. Sobre todo, cuando la ecología abandona los terrenos de la ciencia y se transforma en ideología. Lo que habría podido ser una reflexión seria se vuelve una lucha política donde se utilizan golpes y ataques por bajos que puedan llegar a ser.
Las acusaciones se prosiguen: ecototalitarismo contra barbarie en el caso de la corrida de toros. Se discute con pasión sobre el rabo y la oreja, trofeos de la faena. ¿Por qué humillar al noble animal después de torturarlo y matarlo?
Y, como otros debates sociales o políticos, la polémica llega a tomar carices tan cómicos como grotescos. Así, cuando escucho las declaraciones de los distintos partidarios, me parece ver la épica batalla, duelo y justa caballeresca, entre los campeones de una y otra causa: Froylán López Narváez y María Luisa La China Mendoza:
“Pobre animalito, inocente toro”, exclama La China con la boca abierta en una “O” por lo redondo. “Animalito de casi una tonelada”, contesta Froylán con sentenciosa ironía. “El pequeñín lame la mano por una caricia, solito frente al espadachín de torero que ve tú saber si no trae una pistola, mientras el indefenso animal...” “Armado de cuernos”. “El cornudo serás tú”. “Es un rito, China, una danza iniciática con la muerte”. “¡Cómo no! Nomás falta que me lo pongas a bailar una rumba mientras te bebes la sangre del crucificado y vacías hasta la última gota del cáliz chupando rabos y orejas“. “Una tradición que inspira a Goya, a Picasso. Michel Leiris ve la literatura como una tauromaquia, erotismo y violencia...”
La China inclina su cuerpo y Froylán se yergue, abombando el pecho, con el brazo en alto sobre la cabeza de ella, para brindar con la copa de tequila en la mano como una espada.