Entrevistado por Blanche Petrich en La Jornada, Gabriel Boric, presidente de Chile, señaló en respuesta a las voces que lo pintan como un izquierdista moderado o bien portado: “creo que la izquierda tiene el deber de estar permanentemente repensándose y que actuar con responsabilidad no significa ser moderado, implica ser responsable, porque cuando somos irresponsables las consecuencias las terminan pagando los sectores siempre más vulnerables”.
Añadió: “De partida no hay que confiarse. Uno ve las elecciones que tuvimos en Chile, las que hubo en Brasil o la situación de Perú y advierte que pese a que tenemos gobernantes donde tuvimos una mayoría presidencial, la derecha o los sectores más conservadores siguen estando muy fuertes” (https://bit.ly/3V79kma).
Las prevenciones de Boric son particularmente pertinentes en la realidad mexicana, hasta ahora regida poderosamente en el terreno político por el proyecto denominado Cuarta Transformación (4T), pero, conforme avanza el calendario electoral de la sucesión presidencial, cada vez más bajo faenas de desgaste que provienen de su oposición natural (empresarios, alto clero, medios convencionales, derecha y ultraderecha y clase política desplazada), pero también de sus contradicciones e insuficiencias, del agotamiento del recurso deldiscurso y la justificación, y la exigenciade resultados proporcionales a la esperanza generada, sobre todo de cara a sectores de clase media (muy presente debe estar en todo análisis serio el hecho de que en la capital del país, históricamente favorable a la izquierda electoral, en 2021 se perdieron nueve de 16 alcaldías).
Ya casi a cuatro años de la llegada al poder de Andrés Manuel López Obrador, es necesario aplicarse a la tarea de repensar y replantear, sin que el precoz torbellino electoral pretenda posponer el razonamiento en aras del inmediatismo de las urnas.
El movimiento social llegado a Palacio Nacional requiere, entre otros temas, críticay autocrítica, organización social y partidista auténticas (Morena se ha convertido en mero instrumento electoral, procesador de decisiones de cúpula, recolector de piezas políticas que deberían ser inaceptables) y un fortalecimiento ideológico hasta ahora desdeñado.
En el contexto de tal cuatrienio virtualmente cumplido, y de la marcha de respaldo que ha sido organizada para el próximo domingo, el presidente López Obrador ha anunciado que considera llegado “el momento en el que tenemos que definir teóricamente cómo le vamos a llamar a esto que estamos aplicando y lo voy a decir en el discurso, lo voy a proponer (...) es también una definición con mucho orgullo, porque hay muchas cosas que nosotros aplicamos en México que no se aplican en otras partes”.
Adelantó que el modelo político que ha aplicado “no es, desde luego, neoliberalismo; tampoco es –como dicen nuestros adversarios– populismo”. Sin dar mayores pistas, dejó entrever un enfoque fáctico, una preponderancia de los resultados: “sí es importante el pensamiento, pero lo más importante es la acción, hechos no palabras; que hablen los hechos”.
Además, anticipó un aire nacionalista, anclado en la historia de la nación: “¿para qué vamos a estar extrapolando o importando experiencias de otras partes? Claro que hay que ser lo más universal que podamos y lo más nacional, desde luego, pero es mucha la herencia cultural, histórica, y eso es lo que hemos hecho, inspirarnos en lo mejor de nuestra historia”.
Ya se verá si tal redefinición teórica de la llamada 4T es profunda o responde únicamente a las necesidades retóricas del momento, a la formulación de arengas con visión marcadamente electoral.
Y, mientras Marcelo Ebrard da a conocer este sábado en Morelia su proyecto político rumbo a 2024, en un lienzo charro al que estiman asistirán unas 3 mil personas, ¡hasta el próximo lunes, con Ricardo Monreal tocando puertas partidistas no morenistas en preparación de su cantada salida decembrina!
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