En el país la movilidad social ascendente prácticamente no existe; sólo cuatro de cada 100 personas logran entrar en el grupo de mayores ingresos, y tres de cada cuatro mexicanos que nacen en la pobreza se quedarán en esa condición durante toda su vida.
En la investigación Desigualdades. Por qué nos beneficia un país más igualitario, de Raymundo Campos, profesor del Colegio de México e investigador asociado del Centro de Estudios Espinosa Yglesias (CEEY), se exponen las disparidades existentes de acuerdo con el sitio donde se nace y hasta la incidencia que tiene el color de la piel en las posibilidades económicas.
“El desarrollo incluyente es un asunto de seguridad nacional. La integridad del país depende de que el crecimiento económico llegue a todos los rincones y regiones de México”, plantea Campos, y advierte que la injusticia económica puede combatirse, por ejemplo, con la existencia de un “Estado más grande y más fuerte, cuya sociedad orbite alrededor de principios como empatía, solidaridad, justicia y cooperación”.
En la obra, publicada por el CEEY, el académico proporciona evidencia sobre las diferentes desigualdades que afectan a México y reflexiona sobre su alcance, profundidad y consecuencias.
Desde 1895 no se han cerrado las brechas económicas y sociales entre el sur y el resto del país. Así, la desigualdad regional no se ha podido disminuir en al menos 130 años. Este resultado “no es algo natural, sino una decisión en política”.
Sobre la desigualdad por motivos de género, refiere en un estudio realizado con Eva Arceo, profesora de la Universidad Iberoamericana, el cual consistió en enviar miles de currículas falsas a diferentes empresas, que a las mujeres las juzgan más por su apariencia, personalidad y estado civil al momento de postularse a puestos de trabajo.
“Si 40 por ciento de las mujeres desocupadas se integraran al campo laboral, el PIB de México aumentaría 43 por ciento en algunos años. El 55 por ciento de las mujeres no tienen trabajos remunerados, y quienes sí perciben un salario, ganan 23 por ciento menos que los hombres.
“Además, tienen poca estabilidad laboral, realizan trabajos más precarios y dedican más horas al trabajo doméstico. La discriminación y los estereotipos de género contribuyen a que 80 por ciento de las mujeres indígenas vivan en pobreza”.
Sobre la discriminación por el tono de piel, señala que las personas blancas perciben ingresos 54 por ciento mayores a los ingresos de una persona morena, y hay sobrerrepresentación de personas blancas en puestos directivos o cargos públicos de alto nivel.”