Sreepur, Bangladeh. En los últimos años miles de migrantes llegaron a Qatar para trabajar en grandes proyectos de construcción para el Mundial de futbol. Pero sus sueños no siempre se han hecho realidad.
Atraídos por la perspectiva de ganar más dinero del que podrían obtener en su país, los migrantes representan casi 90 por ciento de los 2.8 millones de habitantes de Qatar. La mayoría procede del subcontinente indio y de Filipinas. Otros llegan de países africanos como Kenia y Uganda.
El emirato del Golfo se enfrenta a duras críticas por las muertes, las lesiones y el impago de salarios a los trabajadores extranjeros.
Qatar ha introducido reformas para mejorar la seguridad de los trabajadores y castigar a los empresarios que infringen las normas. También ha pagado cientos de millones de dólares en indemnizaciones por salarios perdidos y lesiones.
Pero los grupos de derechos humanos creen que los cambios han sido demasiado pocos y tardíos.
En vísperas del Mundial, la Afp habló con trabajadores migrantes de India, Bangladés y Filipinas, así como con sus familias, sobre sus experiencias.
Estas son sus historias:
El hijo afligido
Sravan Kalladi y su padre Ramesh trabajaban en la misma empresa que construía las carreteras que llevan a los estadios del Mundial.
Sin embargo solo Sravan regresó a su casa en India.
Un día, tras un largo turno, su padre, de 50 años, se desplomó y murió en el campamento donde vivían.
"El día que mi padre murió, le empezó a doler el pecho cuando estaba trabajando", cuenta Kalladi. "Lo llevamos al hospital (…) Les dije a los médicos que intentaran una y otra reanimarlo", recuerda el joven de 29 años, con la voz quebrada.
Las condiciones de trabajo no eran "nada buenas", explica, describiendo largas jornadas de trabajo y horas extras mal pagadas.
Su padre, que era conductor, "solía ir a trabajar a las 03:00 de la mañana y volvía a las 23:00".
Entre seis y ocho personas vivían juntas en una habitación del campamento en la que "ni siquiera cuatro personas podían sentarse bien". "Teníamos que trabajar en condiciones climáticas extremas y la comida que recibíamos no era buena", recuerda.
Padre e hijo se fueron a Qatar con la esperanza de una vida mejor. Pero después de llevar el cuerpo de su padre de vuelta a casa, en el estado indio de Telangana (sur), Kalladi nunca regresó.
Se fue de Qatar cobrando solo el salario de un mes como compensación de la empresa. Ahora su casa en India sin terminar es el recordatorio de los sueños rotos de la familia.
En los seis años transcurridos desde entonces, Kalladi ha ayudado a otras familias a repatriar los restos de parientes fallecidos en los países del Golfo.
Pero ahora quiere volver allí para ganar el dinero suficiente para terminar la casa.
"Somos parte de la compañía cuando estamos vivos, pero no cuando estamos muertos", dice. "Confiamos en ellos y por eso dejamos nuestras casas y nos fuimos a trabajar para ellos, y nos defraudaron".
El deudor
El reluciente mármol del estadio internacional Khalifa de Doha, que acogerá ocho partidos del Mundial, fue instalado en parte por el albañil bangladesí Aupon Mir.
Pero después de cuatro años en Qatar regresó a casa sin nada, dice a la Afp.
"Es un estadio muy bonito. Es increíblemente bonito. Pero lo triste es que, aun formando parte de esta gigantesca y hermosa construcción, no nos pagaron. Mi capataz nos quitó las hojas de asistencia, retiró todo nuestro dinero y huyó", asegura.
Mir dejó su casa en Sreepur, en la zona rural del oeste de Bangladés, y se fue a Qatar en 2016, con la esperanza de ganar suficiente dinero para transformar su vida.
Pagó el viaje gracias a sus ahorros y a los préstamos de su padre y de otros familiares.
Y aunque trabajó para una empresa constructora india en siete de los estadios del Mundial, como no tenía un permiso de trabajo válido, fue detenido en 2020 y deportado.
"Me gasté casi 700.000 takas [7 mil dólares] para ir a Qatar y cambiar mi destino", dice el hombre de 33 años.
"Volví a casa con 25 riales [8 dólares]. Esto es lo que Qatar ha aportado a mi vida", asegura este padre de dos hijos, frente a su casa y su tienda donde vende té.
"Soñaba con construir una casa mejor, vivir una vida mejor, enviar a mis hijos a mejores escuelas. Pero ninguna de esas esperanzas se hizo realidad. Solo reuní un montón de deudas y ahora llevo esa carga", dice.
Mir cuenta como se despertaba de madrugada para tomar el autobús hacia las obras y luego trabajaba durante 10 horas con un calor abrasador.
Pasaba días sin comer cuando no tenía dinero, y a veces dormía en la playa cuando no podía pagar el alquiler.
"Sudábamos de pies a cabeza todos los días de trabajo", dice. "Pero solo para que nos echaran, sin dinero y sin honor".
El constructor
Los trabajadores que van a Qatar y otros países del Golfo aspiran a ganar mucho más dinero que en sus países de origen. Para algunos, esos sueños se hacen realidad.
Abu Yusuf, que pidió no usar su nombre real porque quiere regresar al país anfitrión del Mundial el mes que viene, pagó 680 mil takas bangladesíes por su viaje a Qatar.
Allí trabajó como conductor, obrero de la construcción y soldador, incluyendo varios meses en un cuartel de bomberos dentro de un estadio.
Ganaba unos 700 dólares al mes y estaba "más que contento" con su sueldo, dijo. "Son buena gente, muchos cataríes me ayudaron", afirma.
Aunque un contratista le robó parte de su sueldo, el joven de 32 años sigue alabando a las autoridades de Qatar.
El mes pasado regresó a Sadarpur, una ciudad en el centro de Bangladesh, donde fue criado por una madre soltera en condiciones de extrema pobreza.
Ahora, con lo que ganó en Qatar, está construyendo una casa de dos plantas, se ha comprado una moto nueva y se hace cargo de los gastos de siete personas, incluida su madre y la familia de su hermano ciego.
Es un hincha acérrimo de Argentina y le gustaría poder ver un partido en el estadio Al Bayt, donde trabajaba como soldador.
"Es un estadio precioso. Me siento orgulloso de haber estado entre los trabajadores que construyeron el estadio. Me gustaría ver un partido allí", dice, esperando poder trabajar otros diez años en Qatar.
El ciego
En una obra en construcción cerca de Doha, el trabajador bangladesí Babu Sheikh cayó desde cuatro metros de altura y se fracturó el cráneo.
Pasó cuatro meses en coma en un hospital. Cuando se despertó, estaba ciego.
"Pregunté a mi hermano si el lugar estaba a oscuras. Me dijo que estaba bien iluminado. No podía creer que había perdido la vista", explica.
"No tenía idea de cómo habían pasado cuatro meses y cómo ocurrió todo", agrega.
Necesitó 18 meses antes de poder salir del hospital. Los gastos fueron pagados por su familia.
Las autoridades cataríes abrieron una investigación contra su empleador, pero el acusado fue sobreseído y Babu Sheikh no recibió ninguna compensación, según cuenta el propio damnificado.
Sheikh pertenece la mayor parte del tiempo sentado en el jardín de adelante de su casa. Algunos días su hijo lo lleva a un mercado cercano o a un puesto de té por la tarde donde puede charlar con amigos de la infancia.
"No quiero vivir de esta manera", dice. "Quiero trabajar. No puedo dormir por la noche ya que estoy preocupado por el futuro de mi familia, mi hijo y mi mujer".
Su niño, de cinco años, nació cuando Sheikh se encontraba en Qatar. Su padre nunca lo ha visto.
"Lo único que quiero es recuperar la vista. Quiero ver a mi hijo. ¿Tiene mi aspecto? ¿Se parece a mí?"
A la cárcel para comer
Cuando el empleador del trabajador de la construcción filipino Jovanie Cario dejó de pagarle en 2018, éste se hizo detener a propósito para poder comer en la cárcel.
Cario, que pasó seis años en Qatar, afirma que se trataba de una práctica común entre los migrantes filipinos que luchaban para sobrevivir.
Los trabajadores hambrientos mostraban documentos vencidos a la policía catarí, que se los llevaban presos por una noche, les daban de comer y los liberaban.
"Cuando éramos liberados y volvíamos a nuestro alojamiento, teníamos el estómago lleno", cuenta a la Afp Cario, de 49 años, recordando que en la cárcel había "mucha comida".
Cario llegó a Qatar en 2012, dos años después de que el país obtuviese la organización del Mundial.
Instaló vidrios y paneles de aluminio en muchos proyectos en construcción, incluyendo el estadio Lusail cerca de Doha con capacidad para 80 mil personas y que será escenario de la final el 18 de diciembre.
La paga mensual en Qatar era más alta que su salario básico como vendedor de productos de Nestle en Filipinas, y aumentaba cuanto más se quedaba.
Envió la mayor parte del dinero a su familia en la provincia central de Negros Occidental.
Pero había momentos en que su salario se atrasaba meses y se veía forzado a pedir prestado a amigos, parientes o usureros.
A inicios de 2018, Cario dejó de percibir su salario de manera repentina. Siguió trabajando, sin saber que su empleador había caído en bancarrota.
Luego de tres meses, Cario logró obtener una compensación de parte del ministerio de Trabajo Qatarí y se volvió a su país.