En sus clases de historia, el profesor emérito de la UNAM Juan Brom solía decir que fue un acierto que el movimiento estudiantil de 1999-2000 diera el nombre de Ricardo Flores Magón al auditorio principal de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales.
El gesto no era menor, y Brom lo sabía: no se trataba sólo de un homenaje de una generación que defendía la gratuidad de la educación al intelectual anarquista más importante de la Revolución Mexicana, era al mismo tiempo una reapropiación del espacio, una resignificación plebeya, una ruptura con la historia hegemónica y también quizás, una señal del avance del pensamiento y la acción libertaria entre los movimientos sociales.
La primera vez que Ricardo Flores Magón fue llevado a la cárcel tenía apenas 19 años. Por aquel entonces, el anarquista se había trasladado con su familia de su natal Oaxaca a la Ciudad de México y estudiaba en la Escuela Nacional de Jurisprudencia. Era la primavera de 1892, y la gente se movía, se agitaba, como si con la entrada de la estación se hubiera desentumecido el caduco organismo de la sociedad mexicana, escribiría en Apuntes para la historia. Mi primera prisión.
Ricardo Flores Magón describía así el movimiento antirreleccionista contra Porfirio Díaz, en el cual el movimiento estudiantil era pieza clave: En aquella época éramos los estudiantes los ídolos del pueblo. El caso es que Ricardo Flores Magón y su hermano Jesús, junto a decenas de integrantes del movimiento estudiantil fueron detenidos por participar en las protestas. Afortunadamente, las masivas movilizaciones populares que sucedieron luego de la detención los salvaron de ser fusilados, como ocurría con tantos otros en aquella época.
Los aportes teóricos y prácticos de los hermanos Magón, y de otros de los integrantes del Partido Liberal Mexicano (PLM), como Práxedis Guerrero o Librado Rivera, han sido ampliamente estudiados desde distintos enfoques.
Destaca en particular el vínculo entre las comunidades originarias y el magonismo, un vínculo que no sólo estaría marcado por el lugar de nacimiento de los Flores Magón, San Antonio Eloxochitlán, Oaxaca, poblado principalmente por comunidades mazatecas, sino que se desarrollaría en la misma formación del propio PLM, como bien lo ha destacado Benjamín Maldonado en su texto El indio y lo indio en el movimiento magonista.
Sobre los matices y debates de este vínculo, vale revisar la interesante conversación Ricardo Flores Magón y el movimiento indígena nacional, realizada recientemente en el Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM (https://bit.ly/3EolUGm).
Si bien el anarquismo del grupo encabezado por Ricardo Flores Magón ha tenido un profundo impacto en la vida política, cultural e intelectual de México, hay que señalar también que desde el principio, y por las propias características y condiciones en que se desarrolló, se trató de un movimiento trasnacional, con repercusiones incluso más allá de México y Estados Unidos.
Es también entre los movimientos juveniles donde el magonismo ha florecido con mayor ímpetu. Ese magonismo libertario ha echado raíces ahí donde convergen posiciones antiautoritarias, contraculturales y antiestatistas.
Desde la década de los 70, ya sea impulsando periódicos, revistas, bibliotecas, radios, cooperativas, en el campo y en la ciudad, decenas de organizaciones y colectividades han reproducido y alimentando el ideario magonista en la lucha contra el Estado y el capital.
En la década de los 90, con el estallido de la rebelión zapatista y su crítica frontal al Estado, los ideales anarquistas también ganaron terreno entre cientos de jóvenes que querían construir alternativas emancipadoras contra y más allá del Estado.
En septiembre de 1911 el PLM lanzaría un manifiesto determinante: La tormenta se recrudece día a día: maderistas, vazquistas, reyistas, científicos, delabarristas os llaman a gritos, mexicanos, a que voléis a defender sus desteñidas banderas, protectoras de los privilegios de la clase capitalista.
No escuchéis las dulces canciones de esas sirenas, que quieren aprovecharse de vuestro sacrificio para establecer un gobierno, esto es, un nuevo perro que proteja los intereses de los ricos. ¡Arriba todos; pero para llevar a cabo la expropiación de los bienes que detentan los ricos! El documento concluiría con la consigna ¡Tierra y Libertad!, que tiempo después Emiliano Zapata y el Ejército Libertador del Sur harían suya.
Casi un siglo después, el vínculo entre zapatismo y magonismo sería reivindicado por el EZLN, cuando los neozapatistas nombraron a uno de los municipios recuperados en 1994 como municipio rebelde Ricardo Flores Magón, ubicado en la selva Lacandona tseltal, cerca de la biósfera de Montes Azules.
A 100 años de su muerte, el pensamiento y acción de Ricardo Flores Magón vive ahí con quienes luchan desde abajo, contra y más allá del Estado.
* So ciólogo
Twitter: @RaulRomero_mx