No será difícil imaginar una Ciudad de México sin Plaza de Toros, porque la fiesta ha venido perdiendo prestigio y popularidad. De todas maneras, el espectáculo taurino tiene su razón de ser, una enorme tradición de siglos que lo sustenta. Es más, en algunos estados ha sido considerado Patrimonio Cultural Inmaterial y no será fácil revocar este criterio.
La fiesta de toros es el último espectáculo épico, y no sólo los toros están condenados a morir, sino también los toreros exponen su vida y su integridad física. Hay un aspecto de fiesta que nunca abandonará a la tauromaquia. Hay una alegría y una emoción difíciles de reproducir en ningún otro espectáculo.
En México hay una enorme tradición; la época de oro del toreo fue de multitud de figuras muy populares. Además, la fiesta representa la presencia de España en México. Por todas estas razones, resulta difícil pensar en la abolición completa e instantánea de la fiesta brava, pero no hay duda de que es cada vez mayor el número de animalistas que están en contra del rito taurino que consideran salvaje.
De alguna manera tienen razón, porque obligar a un toro bravo a enfrentarse sin que hubiera posibilidad de una salida a un ruedo donde se le va a sacrificar después de pincharlo, ponerle banderillas y finalmente matarlo después de una tortuosa secuencia, son aspectos que no se pueden negar.
Es probable que el espectáculo, como señala el gran aficionado y filósofo Francis Wolff, desaparezca en las próximas generaciones, porque la tendencia a la protección de los animales aumentará. Por supuesto que se perderá así una tradición extraña y anacrónica, pero también, como lo he dicho antes, épica, en la que los toreros se exponen verdaderamente y el riesgo que asumen es un elemento fundamental para entender la tauromaquia.
Es posible que haya un régimen de transición y que se modere la crueldad de la fiesta, eliminando, por ejemplo, el capítulo final, en que los toros tienen que soportar una larga agonía por pinchazos y estocadas mal colocadas. A cambio de esto se evitaría la desaparición de una raza de toros bravos, que no tendría para qué subsistir sin la tauromaquia. También se puede seguir el ejemplo de Quito y de Portugal y encontrar alguna fórmula, un puente que permita rescatar un espectáculo que proporciona 6 mil millones de pesos cada año en México.