La compleja personalidad de Ricardo Flores Magón (1873-1922) sin duda tiene muchas facetas pero ninguna contradice la enorme coherencia de su incansable lucha política. En este ensayo se muestra su oficio de narrador más que solvente y claramente articulado con el activismo social de toda su vida.
¿Cómo considerar a Ricardo Flores Magón: como un activista revolucionario o como un escritor? O mejor dicho: ¿puede considerarse a uno de los precursores ideológicos de la Revolución Mexicana de 1910, también como un literato? Pocos son quienes así lo hacen; por ejemplo, Luis Leal en su antología Cuentos de la revolución. Ahí, en su presentación al cuento “El apóstol”, publicado por primera vez en enero de 1911 en el número 19 del periódico Regeneración (periódico que, como se sabe, Ricardo dirigió con sus hermanos Jesús y Enrique), Leal escribe al respecto: “Ricardo Flores Magón (nació en San Antonio Eloxochitlán, Oaxaca, el 16 de septiembre) periodista y revolucionario, se valió de la forma del relato para mejor presentar sus ideas y doctrinas sociales”. Más adelante añadirá:
…murió el 21 de Noviembre en la prisión de Leavenworth, Kansas, donde se encontraba encarcelado desde 1918, por sus ideas revolucionarias. Como escritor de relatos supo enfocar escenas dramáticas en las que predominan los conflictos políticos. Su intención principal fue la de expresar sus ideas revolucionarias, las cuales encarnan, en sus relatos, en personajes de la realidad mexicana de la época. Es el primero que escribe cuentos que tratan de la Revolución de 1910.
Leal definirá como un “boceto” a un texto de Flores Magón titulado “Dos revolucionarios”, para mostrar así la lenta transición del cuento realista/modernista al cuento de la Revolución: “Este y otros bocetos de Flores Magón no fueron escritos con intención de crear obra literaria sino con el propósito de iniciar al pueblo mexicano a reclamar sus derechos políticos y sociales. Pero ya apunta hacia lo que será el cuento de la Revolución.”
Por su parte, Max Aub en su Guía de narradores de la Revolución mexicana (FCE/SEP, 1985), señalará en una nota referida al cuento de la revolución: “Aunque auténticamente no son cuentos sino sucedidos, y además, con fines puramente políticos, no pueden dejarse de citar los dos libros de Ricardo Flores Magón: Sembrando ideas (1923) y Rayos de Luz (1924), que fueron publicados en Regeneración, de 1910 a 1916.”
La diversidad estilística
Habría que preguntarse: ¿qué tipo de escritura fue la que practicó Flores Magón? Un simple vistazo a la clasificación de sus obras que el Grupo Cultural Ricardo Flores Magón editó en los años veinte, con el título general de Vida y obra de Ricardo Flores Magón, puede dar una idea aproximada de su diversidad estilística: Semilla libertaria (Artículos); Tribuna roja (Discursos); Sembrando ideas (Historietas); Rayos de luz (Diálogos); Tierra y libertad (Drama); Verdugos y víctimas (Drama); Epistolario revolucionario e íntimo (Cartas).
Además, en el “Apéndice” a Rayos de luz (Grupo Cultural Ricardo Flores Magón, 1924), en un texto titulado “Persecución y asesinato de Ricardo Flores Magón”, Librado Rivera, quien fuera su compañero de prisión en Estados Unidos, consignará el siguiente dato:
Ricardo fue autor de dos bellos dramas altamente revolucionarios “Tierra y libertad” y “Verdugos y víctimas” que terminó pocos meses antes de su último arresto. Durante su prisión en Leavenworth, escribió dos dramas en inglés, adaptados para películas de cinematógrafo, con la esperanza de poder sacarlos cuando fuera puesto en libertad; pero por no haberse encontrado en el archivo de su correspondencia después de su muerte, es de suponerse que fueron decomisados por los empleados de aquella misma institución.
Así entonces, la de Flores Magón era, ante todo, una escritura libertaria, ácrata, como lo fue su ideología política. Una escritura en la que los factores ideológicos cumplen una función primordial y explícita, que se produjo en condiciones difíciles y adversas, como lo fueron la censura, la persecución, el exilio y el encarcelamiento que sufrió Flores Magón tanto por parte de la dictadura porfiriana como del gobierno estadunidense.
La materialización de esta escritura se llevó a cabo principalmente, como ya se dijo, a través de las páginas de periódicos como Regeneración, un semanario que habría de conocer cuatro distintas épocas de publicación, entre 1900 y 1918, debido al cierre de sus instalaciones, incautación de sus imprentas o a las distintas formas de represión hacia sus directores y/o colaboradores.
Este periódico (junto a otros en los que también participó Flores Magón, como El hijo del Ahuizote o Revolución) jugó un papel importante en la gestación del movimiento revolucionario de 1910 y contribuyó a preparar las condiciones subjetivas para el derrocamiento del régimen de Porfirio Díaz.
Su labor como medio de propaganda, agitación y organización social puede compararse, tomando en cuenta sus diferentes condiciones objetivas, con la de Iskra, el órgano utilizado por la socialdemocracia rusa, y la concepción magonista de la prensa coincidía con las de Lenin o Gramsci (quien fuera director del periódico Le Ordine Nuovo), como lo hace saber Armando Bartra en su excelente libro Regeneración 1900-1918 (ERA, México, 1991): “Regeneración no era simplemente un órgano periodístico en el que se expresaba el pensamiento magonista, por el contrario, el hecho de que el magonismo tuviera como un arma política principal un periódico como Regeneración es un rasgo esencial que define a esta corriente. El magonismo no utilizó Regeneración: Regeneración era el magonismo.”
“En pos de la realidad”
La influencia de Regeneración en las masas, aunque limitada, sobre todo en un país con un alto índice de analfabetismo, como era el México de la Revolución, fue, como ya se mencionó, de importancia para la formación de una ideología revolucionaria, lo que se reflejó en la radicalización de sus propuestas políticas, pasando de ser en sus inicios un periódico netamente jurídico a un periódico “independiente de combate”, y de ahí a ser un difusor de los ideales anarco-comunistas.
En el caso particular de Ricardo Flores Magón, el proceso de su formación y su transformación política es inseparable de su maduración como escritor. Su paso del liberalismo como filosofía política al anarquismo puede constatarse en la producción de sus textos; por ejemplo, en el titulado “Vamos hacia la vida”, publicado originalmente en julio de 1907 en el periódico Revolución (en el que colaboraban Flores Magón y Práxedis Guerrero en Los Ángeles, California). Ahí la idea de la Revolución es expuesta abiertamente con un lenguaje literario, en el que el empleo de las figuras retóricas, como la metáfora, es muy marcado:
No vamos los revolucionarios en pos de una quimera: vamos en pos de la realidad. Los pueblos ya no toman las armas para imponer un dios o una religión; los dioses se pudren en los libros sagrados; las religiones se deslíen en las sombras de la indiferencia. El Korán, los Vedas, La Biblia, ya no esplenden: en sus hojas amarillentas agonizan los dioses tristes como el sol en un crepúsculo de invierno […]
El polvo de los dogmas va desapareciendo al soplo de los años […]
Todos tenemos derecho de vivir, dicen los pensadores, y esta doctrina humana ha llegado al corazón de la gleba como un rocío bienhechor […]
Somos la plebe que despierta en medio de la francachela de los hartos y arroja a los cuatros vientos como un trueno esta frase formidable: “¡Todos tenemos derecho a ser libres y felices!”
Con frases formidables como ésas, Ricardo Flores Magón conformaría un estilo de escritura que sin dejar de hacer referencia a los acontecimientos políticos inmediatos adquirirá un potencial expresivo que posteriormente vertería en textos cada vez más literarios. En un texto como el anteriormente citado podemos constatar ya un tono más exaltado y combativo, logrado mediante el uso de hipérboles como las siguientes: “El miedo es un fardo pesado, del que se despojan los valientes que se avergüenzan de ser bestias de cargas. Los fardos obligan a encorvarse, y los valientes quieren andar erguidos. Si hay que soportar algún peso, que sea un peso digno de titanes; que sea el peso del mundo o de un universo de responsabilidades.”
De este modo, Flores Magón habría de escribir un conjunto de textos que revisten una forma alegórica, en donde, por medio de comparaciones y metáforas, se plantea una serie de mensajes cuya finalidad era crear una toma de conciencia política, y con ella servir de acicate para la acción, como parte de una clara estrategia de persuasión ideológica y política.
Así, en “El derecho a la rebelión”, el tirano Porfirio Díaz adquiere la figura de un ave de rapiña, un “buitre viejo”, y se compara a la insurrección con un gigante: “Desde lo alta de su roca el Buitre Viejo acecha. Una claridad inquietante comienza a disipar las sombras que en el horizonte amontonó el crimen, y en la lividez del paisaje parece adivinarse la silueta de un gigante que avanza: es la insurrección.”
La estética revolucionaria
Asimismo, en otro texto titulado “Sembrando”, se hace una analogía del trabajo del campesino, el sembrador de granos, con el del revolucionario, el “sembrador de ideales”. Pero entre todos estos textos, publicados entre septiembre y noviembre de 1910 en Regeneración, es decir inmediatamente previos al levantamiento del 20 de noviembre, sobresale uno titulado “Discordias”. Como su titulo lo indica, en él se presentará una especie de visión dialéctica en la que se da cuenta del comportamiento del universo natural así como del de los seres humanos: “El orden, la uniformidad, la simetría parecen más bien cosas de la muerte. La vida es desorden, es lucha, es crítica, es desacuerdo, es hervidero de pasiones. De ese caos sale la belleza; de esa confusión sale la ciencia; de la crítica, del choque, del desorden, del hervidero de pasiones surgen radiantes como ascuas, pero grandes como soles, la verdad y la libertad”.
Este texto refleja tanto las concepciones sociopolíticas de Flores Magón como lo que podríamos llamar su concepción de una “estética revolucionaria”, que avizoraba los movimientos artísticos que vendrían como consecuencia del proceso revolucionario:
En las sociedades humanas, la discordia desempeña el principal papel. Innovadora, rompe viejos moldes y crea nuevos; destruye tradiciones queridas pero perniciosas al progreso, y prende en el alma popular nuevas luces, nuevas ansias después de destruir los rescoldos en que desentumecen un frío senil los ideales viejos. Esteta, detiene en su trillado camino al arte y lo hace tomar nuevos derroteros, donde hay fuentes no aprovechadas aún por el rebaño literaloide, nuevos colores, nuevas armonías, giros de dicción inesperados que no existen en ninguna paleta, que no han vibrado en ninguna cuerda, que no han brotado como chorros de luz de ninguna pluma.
Como se puede observar en este último párrafo, existía la necesidad de proponer la creación de un nuevo tipo de arte y una nueva literatura, de la que él mismo formaba parte, tal vez sin siquiera saberlo. En este sentido, su escritura política se volvió sensible a estas transformaciones estéticas, como lo prueba la serie de textos contenidos, póstumamente, en el volumen titulado Rayos de luz.
Era ésta una escritura dialógica, que comenzó a manifestarse en textos como el ya citado “Dos revolucionarios”, en que un revolucionario viejo y desencantado habla con uno moderno y esperanzado; lo que lo llevó también a escribir, posteriormente, obras dramáticas. El diálogo fue empleado más que como un recurso estilístico, como un modo de exposición polémico en que los aspectos contrarios y contradictorios se presentan como elementos que representaban el antagonismo de las clases sociales.
Conforme el movimiento revolucionario era desvirtuado por dirigentes que sólo aspiraban a ocupar el poder presidencial dejado con la caída de la dictadura de Díaz, y mientras en lo internacional el mundo se conmocionaba con la gran guerra entre potencias burguesas, Flores Magón inicia la búsqueda de un lenguaje más inventivo y expresivo. Así, creará un conjunto de prosas donde la forma dialógica es fundamental tanto para la presentación de sus ideas como para la construcción de situaciones imaginarias, en las que ya no sólo los seres humanos sean quienes dialoguen sino que también los objetos lo hagan.
De este modo, en estos textos, escritos la mayoría entre 1910 y 1916, las piedras, las banderas, el hierro y el oro, la levita y la blusa, las plumas, la barricada y la trinchera, las tendencias, el insomnio del juez, la torta de pan, el presidio, el templo y la dinamita, el obrero y la máquina, el cerebro del revolucionario, el águila y la serpiente, o el fusil, habrán de convertirse en los personajes que hablarán entre sí o con ellos mismos.
“Soy la pluma de la plebe”
En estas fábulas modernas (o parábolas o apólogos) cuya intención didáctica es obvia, mediante el recurso de la prosopopeya o la personificación, los objetos (sobre todo los producidos o elaborados por el ser humano) poseen una existencia propia y adquieren así “conciencia” y valores ideológicos, como es el caso de “Las dos plumas”, un diálogo entre una pluma de oro y una de acero, que representan, respectivamente, a la burguesía y al proletariado, y en donde la última se expresa de esta manera:
Mi lugar no es el escritorio de caoba; pero prefiero la mesa de pino, sobre la cual el literato del pueblo traza las frases robustas que anuncian al mundo una era de libertad y de justicia. Soy la pluma de la plebe y como ella fuerte y sincera. No me toca el ministro para calzar documentos que sancionan la explotación y la tiranía, ni el presidente para autorizar las leyes que ordenan la esclavitud y el tormento de los humildes, ni ordeno guerra criminales, ni pacto paces humillantes […]
Mi fuerza es inmensa, mi influencia es gigantesca; cuando el escritor proletario me toma entre sus manos, el tirano tiembla, se sobrecoge el clérigo, palidece el burgués; pero la libertad sonríe con sonrisa de aurora…
Precisamente, fue esta “sonrisa de aurora”, con la que Flores Magón soñó, la que le permitió soportar los múltiples encarcelamientos hasta su muerte (sufrió cárcel en nueve ocasiones, al purgar un total de doce años y medio de condenas), y fueron las cartas escritas en esas circunstancias uno de los testimonios más conmovedores de un luchador social frente a las injusticias del Estado burgués, testimonio que trasciende las épocas y los lugares. Cartas que alguna vez fueron escritas en “trapitos”, pedazos de tela que se escondían en el interior de la ropa que Flores Magón enviaba para ser lavada a su amada María Talavera, y en las que le confesaba con ternura a la vez que con dramatismo: “María, si algo sagrado y sincero hay en mí es el amor que te tengo a ti como mujer, a la revolución como ideal. María y revolución eso es lo que ocupa mi corazón.”
Como también esta otra carta dirigida a Elena White, seudónimo de una camarada estadunidense, en la que le expresaba su opinión acerca de la importancia del lenguaje en la vida social y en el arte, y que podríamos caracterizar como la concepción que Flores Magón tenía acerca de los efectos materiales de las prácticas discursivas en el proceso revolucionario:
Las palabras son poderosas. El primer paso de toda tiranía se dirige contra la libertad de hablar, porque la tiranía sabe que las palabras son la acción en potencialidad. […]
La educación es una de nuestras tareas, y necesitamos palabras, palabras y más palabras. No es necesario creerse uno artista para intentar la tarea; lo que se necesita es expresar con sinceridad lo que se siente y se piensa de modo de infectar a los demás con el mismo sentimiento y pensamiento. El que lleva a cabo esto, es un artista, por imperfecta que sea la ejecución de las palabras.
Un artista, como lo fue, sin duda, Ricardo Flores Magón.