La culpa es de todos nosotros y sobre todo de los que creemos estar preparados para pensar más profundo y mejor. Porque hemos permitido que el pensamiento se extinga en cuanto a sus capacidades de percepción, análisis, conclusiones y propuestas, repitiéndonos frases hechas dentro de un marco prefigurado por el pensamiento construido en el siglo XX con hilachos de marxismo bien digerido, de experiencias de socialismo real, de aventuras con mayores o menores consecuencias dentro de la revuelta social local hasta la transformación de los parámetros del lenguaje, con una comunicación social e imaginario personal distorsionados e inconciliables con nuestras antiguas convicciones, entonces inquebrantables pero hoy incapacitantes por las nuevas referencias sin fondo ni sustancia, sin aristas de donde agarrarlas ni vocabulario para expresarlas.
No obstante, una vez afirmado esto, me resisto a doblegarme, y ya cerca del fin de vida me pronuncio por una revolución auténtica de conciencias acompañadas por acciones concretas y vocabulario correcto, de ése que te permite visualizar la realidad con sólo enunciarla y nos permite encontrarnos en una dimensión común, donde establecer una plataforma para el despegue de acciones consensuales cuya discusión fortalece en vez de desgarrarlas.
Al Presidente de México le tocó el fin de una época tapizada en suelo y muros de vidrios rotos y grietas de las que emergen fuegos incendiarios antiguos..., bendigamos su habilidad e inteligencia para pasar por ello sin empeorar la realidad e incluso enderezar caminos y aplanar superficies para todos, pero sería criminal quedarnos viendo hasta que se ofrezca expresar un testimonio; al contrario, nos toca recuperar un lenguaje para repensar la realidad que sí sería posible si se nombra. Porque es el nombre lo que permite que la realidad exista ante la conciencia; sin nombrarla el sujeto no puede transformarla ni obtener consensos para cambiarla. Un ejemplo de esto se da en el hecho de que si llamamos “milpa” a un sembradío de maíz, y es a partir de esta premisa que analizamos la productividad del grano, nunca vamos a cuestionar el discurso del monocultivo, de la tecnología, la “soberanía alimentaria” y las cocinas mexicanas de chefs recién llegados.
Pero si aprendemos a pensar y a expresarnos correctamente, sentando los conceptos que vamos a usar en nuestros discursos, no sólo podremos unir nuestros codos en las luchas, sino que llegaremos a mostrar a las nuevas generaciones de qué se trata. Porque el lenguaje también puede ser un medio de incomunicación o de confusión malintencionada, si no se construyen los conceptos... Dicho de otro modo, transformar nuestra realidad alimentaria pasa por llamar a las cosas por su nombre, conceptualizar las realidades y, de acuerdo con el consenso, construir alternativas viables a corto, mediano y largo plazos. Alternativas que no saldrán solas del suelo, sino que requerirán de todos nosotros, de la lucha de las generaciones hoy vivas y de las por venir. Porque la soberanía alimentaria, en cualquier parte del mundo, no se ganará jamás siguiendo las leyes del mercado, reinventemos las que existían antes del flagelo mercantilista que impusieran los invasores noroccidentales sobre las tres cuartas partes de nuestro planeta común hace al menos seis siglos.
Proponemos la página www.cruzadaporlamilpa.com.mx para sumar impulsos creativos al trabajo de la 4T, no sólo en el tema de la alimentación sino de la revolución de las conciencias.