No importa que mientan, sean corruptos o ignorantes, sus argumentos no se encuentran en la verdad, ni siquiera en la ideología liberal. Son el nuevo batallón que se articula en torno a la manipulación de las emociones. Les une un sentimiento primario del cual obtienen su fuerza: el odio. En origen no se diferencian del surgimiento del nacionalsocialismo o el fascismo: ser excrecencia de las derechas tradicionales, y desencantados de la socialdemocracia.
En la década de los 70, tras la derrota de Estados Unidos en Vietnam, bajo el mantra del neoliberalismo emerge la nueva derecha. No ha transcurrido un año del golpe de Estado que derrocase al presidente Salvador Allende en Chile, cuando los ataques a los derechos democráticos y las conquistas sociales se generalizan en Occidente. Allí comienza el proceso de involución política que se acompaña de un discurso xenófobo, racista, chovinista y homófobo; defensor de los valores de la familia, donde resaltan el antiaborto, el patriarcado y el antifeminismo. Poco a poco, esta nueva derecha rompe con el keynesianismo y la vertiente democrática asentada en los partidos liberales y conservadores de posguerra.
En 1974, nace la Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC), cuyo primer orador sería Ronald Reagan. Una plataforma que patrocina y apoya a Margaret Thatcher, convirtiéndola en primera ministra de Gran Bretaña (1979-1990). En 1980 daría cobertura a la campaña presidencial del propio Reagan. Sin aspaviento, esta nueva derecha irá adueñándose de las estructuras partidarias y, cuando no, formarán las propias. (Fujimori en Perú, Bolsonaro en Brasil, Kast en Chile o Abascal en España). Su protagonismo correrá paralelo a la desafección y pérdida de credibilidad de las élites gobernantes y los partidos de la derecha tradicional.
Si el rechazo al comunismo transformó a sus dirigentes en adalides del mundo libre, Lech Walesa sin ir más lejos, presidente de Polonia y premio Nobel de la Paz, hoy invitado de honor de la CPAC en la Ciudad de México; tras la caída del Muro de Berlín, sus integrantes redefinen la propuesta, sin abandonar el anticomunismo. En la actualidad, son negacionistas y acientíficos. En su interior habitan quienes rechazan el cambio climático, la violencia de género o los derechos de los pueblos originarios. Se declaran enemigos de la igualdad de género, los derechos de los inmigrantes y de la comunidad LGBT+. Dicen formar parte de una raza y una cultura superiores: la blanca, bajo la bandera de Cristo salvador y Dios omnipotente y omnipresente. Su lucha, dirán, quiere “evangelizar las instituciones hoy en manos del diablo: socialistas y comunistas”.
Ellos, superiores, los blancos, los elegidos de Dios, los patrocinadores del odio, se reúnen en la Ciudad de México. Su anfitrión, Eduardo Verástegui, recalca en sus palabras de bienvenida el objetivo: ser un bastión frente a la amenaza socialista. Su mensaje: “no se quedarán con las manos cruzadas”. Vienen de todo el mundo. En el programa encontramos a Zuri Ríos o Ramfis Domínguez Trujillo. La primera, hija del criminal de lesa humanidad Ríos Montt en Guatemala, y el segundo, nieto del tirano Leónidas Rafael Trujillo en República Dominicana.
La pléyade de participantes, algunos en directo, otros por Zoom, harán sus intervenciones. Todos a una, defender la familia, Dios y la patria. Se enfrentan a una nueva cruzada. Requieren guerreros. No ocultan su simpatía con las bandas paramilitares, cuerpos de choque y grupos neonazis. Ellos las protegen, cuando las potencian. Son los patriotas que luchan por salvar a sus países de migrantes, homosexuales, feministas, socialistas y comunistas. La frase de Santiago Abascal, presidente de Vox: “no somos la derechita cobarde”, retumba en la sala y está activa en el subconsciente colectivo de los invitados. Destacan el argentino, futuro candidato de la derecha a la presidencia en 2023, Javier Milei. El hijo de Bolsonaro, Eduardo, y el senador Ted Cruz, representante del odio estadunidense contra Cuba. Son muchos y todos llenos de odio.
Han relaborado la agenda de miedos políticos. El extranjero, el pobre, los inmigrantes, la clase obrera y sus pretensiones de justicia social. Han logrado capitalizar el desencanto. Una parte de la población renuncia de buen grado a sus derechos civiles a cambio de orden y progreso. La seguridad de un régimen totalitario, que les devuelva la paz y combata el crimen organizado que se adueña de la vida cotidiana, con una clase política corrupta que la alienta y protege. La CPAC, bajo una red de organizaciones, entidades financieras, culturales, fundaciones, periódicos y redes digitales, ha logrado anclar su relato. Se saben fuertes, lo cual les convierte en un peligro real para la humanidad. Hay que pasar de la denuncia a desactivar con democracia su discurso de odio.