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Cultura

2022-11-19 06:00

Ólafur Arnals reinterpretado

Magnus Johann y Eydís Evensen, dos de los 10 amigos a los que convocó Ólafur Arnalds para que cada uno reinterpretara, desarmara, deconstruyera y rehiciera las 10 piezas del álbum Some Kind of Peace, para dar como resultado un nuevo disco: Some Kind of Peace: Piano Reworks (en la imagen).
Magnus Johann y Eydís Evensen, dos de los 10 amigos a los que convocó Ólafur Arnalds para que cada uno reinterpretara, desarmara, deconstruyera y rehiciera las 10 piezas del álbum Some Kind of Peace, para dar como resultado un nuevo disco: Some Kind of Peace: Piano Reworks (en la imagen). Foto tomadas de los perfiles de Facebook de los músicos
Periódico La Jornada
sábado 19 de noviembre de 2022 , p. 12a

Oli Arnalds sí tiene quien le inspire.

Su nuevo disco, titulado Some Kind of Peace: Piano Reworks, es una obra maestra de interpretación musical, reinterpretación artística, articular y desarticular, construir y deconstruir. Ofrece una versión contemporánea y más poderosa que el viejo recurso de “tema y variaciones”.

Publicó hace dos años su hermoso disco Some Kind of Peace, una joya poética en sonidos. Pasado el tiempo y a la luz de giras, encierros por pandemia y el aislamiento natural que implica vivir en Islandia, convocó a 10 músicos que admira, amigos suyos, y les puso en la mesa las 10 piezas que conforman Some Kind of Peace, para que cada reinterpretara, desarmara, desvinculara, deconstruyera y volviera a hacer esas mismas piezas; el resultado, el nuevo disco: Some Kind of Peace: Piano Reworks, es asombrosamente más hermoso que el original.

Por ende, el nuevo disco del compositor islandés Ólafur Arnalds ofrece una serie de significados y valores. No es solamente un bello disco. Es un compendio de asombros y descubrimientos.

Enumero: en primer lugar, sella el destino de su música: tiene ahora, ya, intérpretes, y así garantiza su estadía, su permanencia, su vigencia y oportunidad. Esto es importante de señalar porque se trata de uno de esos músicos inclasificables que produce sonidos que ningún otro, crea obras sin parangón, establece parámetros difíciles de seguir.

Sucede con ese tipo de músicos que cierran su círculo en diámetro muy estrecho: si no es Ólafur Arnalds quien interpreta la música de Ólafur Arnalds, la obra está condenada al confinamiento, al olvido.

Ese procedimiento ha ocurrido con otros músicos, como Keith Jarrett y Philip Glass, este último quien hasta hace pocos años era su único intérprete, hasta que comenzaron a surgir músicos que graban sus obras, especialmente las partituras para teclado, porque las sinfonías ya están escritas y a la disposición de la orquesta sinfónica que le apetezca.

Continúo la enumeración: pedir a 10 músicos que desarmen sus 10 piezas y las armen en el estilo de cada uno de ellos, constituye no solamente un acto de gran humildad, sino una idea genial: multiplicar la música, hacerla crecer, reproducirse, procrearse.

La prole que nació de este experimento es un disco que se parece al disco original pero que no es el mismo disco, es una obra nueva, que parece creada desde cero.

Es como escuchar las siete sinfonías de Sibelius con Karajan y enseguida con Simon Rattle y luego con John Pritchard y enseguida con Vladimir Ashkenazi y más tarde con Paavo Jarvi y por último con Paavo Berglund. Es la misma obra, la de Sibelius, pero interpretada según la personalidad de cada uno de los directores de orquesta que enumeré. Es la misma obra, pero es diferente.

Así sucede con la escucha del nuevo disco de Ólafur Arnalds.

Añado al listado de significados y valores diferentes que ofrece el álbum flamante, su condición poética. Es un disco de pura poesía. Es hermosamente poético, meditativo, hondo, elevado. Es un estado meditativo. Una ensoñación. Comienza, se desenvuelve y culmina igual que el original, porque son las mismas piezas que conforman Some Kind of Peace.

Enumero las piezas y sus nuevas versiones: abre la obra nombrada Loom, concebida por Arnalds en el original al alimón con su homólogo británico Bonobo y contiene los elementos predominantes en todo el disco: un loop digital, vocalizaciones femeninas y un tono ambient.

En el nuevo disco, que hoy nos ocupa, la bella compositora islandesa Eydís Evensen, proveniente del pueblo remoto de Blönduós, al norte de Islandia, trae la magia de aquel lugar recóndito, muy parecido al cosmos, y crea una obra nueva: un prodigio de música concertante, prácticamente un Concierto para Piano y Orquesta de Cuerdas.

Muestra de cuerpo entero la naturaleza íntima del nuevo disco de Oli Arnalds: es música de concierto, propia de la Philharmonie, la sede de la Filarmónica de Berlín, o de cualquier otra sala de conciertos del mundo, como la Alice Tully Hall, de Nueva York.

La claridad de las frases con las que la hermosa Eydís Evensen construye esta que es prácticamente una sinfonía, ostenta fulgores lumínicos de gran intensidad nívea. Es una música paradisíaca, edénica. Apenas comenzó el disco y ya caímos en un estado de ensoñación. Ya estamos dentro de nosotros mismos, de manera que las piezas siguientes no serán sino episodios de una velada de sueños.

Porque no es otra cosa sino un sueño la siguiente pieza: Woven Song, que en el original es un embrujo, una cantinela que proviene de otro mundo, otra era, el umbral de un portal dimensional que por igual evoca rituales primitivos que nos lanza a un futuro sideral: tono inca pero igualmente maya, helénico, islandés, vikingo; nos remonta a los orígenes de los tiempos en cuanto atmósfera sonora y nos ubica en medio de un espacio acústico vacío, donde flotamos.

En su nueva versión, que hoy nos ocupa, la compositora polaca Hania Rani nos provoca sueños más intensos todavía. Sentada en el piano vertical de su departamento, con hojas manuscritas, partituras, dibujos, fotografías, pendidas en las paredes, desencadena los sonidos de la pieza original y es ella misma quien musita, murmura, suspira cada nota, como si nos las dijera en el oído, como una especie de canción de cuna que dura todo lo que dura nuestro sueño.

La presencia de una compositora como Hania Rani, quien por sí misma es una de las grandes personalidades del mundo de la música actual, se suma a la lista de virtudes de este disco: Ólafur Arnalds se carea, se cartea, se encara con sus iguales para crear música. Expande el ciclo sistémico de la música islandesa, hoy en pleno florecimiento. De hecho, Hania Rani, aun siendo polaca, se declara integrante del gran movimiento de la nueva música islandesa.

Conviene recordar el contexto: la gran ola expansiva, la gran explosión sonora de Islandia en este momento, es consecuencia de muchos años de picar piedra, arar en la nieve, soñar en los largos inviernos nórdicos.

La gran figura de ese vasto movimiento es Jóhann Jóhannson (1969-2018), maestro por cierto de Hildur Guonadottir, ganadora del premio Oscar por la música que escribió para el filme Guasón.

Otros integrantes de la pléyade islandesa han desfilado en el Disquero en los momentos en que han aparecido sus novedades discográficas, entre ellos Víkingur Olafsson, por cierto uno de los mejores intérpretes de Philip Glass (así de mágica es la música: los círculos se abren y se cierran como pétalos de flores: hace algunos párrafos mencionamos a Philip Glass y ahora regresa, emparentado también con la ola islandesa).

El nuevo disco de Oli Arnalds transcurre, decíamos, como una sucesión de sueños y en cada episodio escuchamos con asombrosa claridad guiños, destellos, signos que distinguen a la gran música, cuando tiene una personalidad propia y es elástica y entonces hay momentos en que los sonidos evocan al universo de Debussy, luego al cosmos de Keith Jarrett y enseguida frases de Chopin. Es como crear en nuestros sueños una antología personal de la música y la poesía que amamos.

Se suceden obras maestras de músicos invitados a partir de la obra maestra de Ólafur, llamado cariñosamente Oli, Arnalds: Dustin O’Halloran (fundador, con Adam Wiltzie, del proyecto A Winged Victory for the Sullen); la australiana Sophie Hutchings; el alemán Lambert, con su bella máscara sarda); el británico Alfa Mist; el maestro del ambient, nombrado tstewart, alias a su vez del alias Machinedrum’s; el coreano Yiruma y el joven compositor islandés Magnús Jóhann.

El momento más hermoso del disco es la pieza ocho: The Bottom Line, que en el disco original incluye la voz de Josin y que nos remite en automático a la obra más bella de todo el repertorio de Ólafur Arnalds: Particles, que canta Nanna Bryndís en el primero de todos los discos de Arnalds: Island Songs.

En la nueva versión, que ahora nos ocupa, ocurre un enroque muy interesante: quien canta ahora esa hermosa pieza es JFDR (nombre artístico de Jófriour Ákadóttir), quien a su vez había cantado la pieza titulada Back to the Sky en el disco original (ahora quien interpreta, sin cantar, en el nuevo disco esa pieza, Back to the Sky, es el pianista alemán que firma como Lambert y usa siempre una máscara sarda). JFDR canta The Bottom Line a velocidad increíblemente baja, tan lenta que parece que no se mueve y el resultado es sencillamente conmovedor.

Eso, conmovedor. El nuevo disco de Oli Arnalds es profundamente conmovedor, sumamente bello, un hermoso sueño hecho realidad, digno de un buen regalo de cumpleaños.

disquerolajornada@gmail.com

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