Angustia en un patio de recreo. Playground: un mundo ( Un monde, 2020), primer largometraje de la cineasta belga Laura Wandel, transcurre en su totalidad en el ámbito de una escuela primaria en Bélgica. En su primera escena presenta a Nora (formidable Maya Vanderbecque), una niña de siete años, en una incontenible crisis de llanto que su hermano mayor Abel (Günter Duret) intenta apaciguar. Este último, por su parte, hace todo lo posible por integrarse a un grupo de compañeros de escuela cuyo pasatiempo favorito es atormentar a esos condiscípulos débiles con los que Abel no desea en absoluto identificarse por miedo de sufrir la misma suerte. La impotencia de Nora, su testaruda decisión de seguir a su hermano a todas partes, y naturalmente también sus lágrimas, provienen del deseo de evitarle nuevos sufrimientos, pero también de no entender la razón de la vulnerabilidad de quien siempre soporta los abusos físicos de una manera desconcertantemente pasiva.
Laura Wandel, autora también del guion, elabora un fino análisis de las relaciones de poder entre los niños y sus camaradas más grandes en una situación en la que el bullying se prolonga impunemente bajo la indiferencia de una autoridad escolar que minimiza la gravedad del asunto. Sólo una maestra, Agnès (Mara Verlinden), manifiesta empatía y comprensión hacia la pequeña Nora. Finnigan (Karim Lekleu), el padre de los dos niños, no puede, por su lado, contener su rabia al enterarse del asunto, y sus amenazas imprudentes a los agresores púberes sólo complican la situación de Abel. Confrontado el mundo de los mayores al de los niños, lo único que resalta es una incomunicación casi total, un lamentable diálogo de sordos, como si padres y maestros ignoraran que zambullir repetidas veces la cabeza de un condiscípulo infantil en un inodoro es un acto similar a las prácticas de tortura que son capaces de ejercer los adultos. La infancia de Nora, su confusión ante la apatía de la gente grande, su duro aprendizaje moral, tiene un posible parentesco con cintas de Maurice Pialat ( La infancia desnuda, 1966 ) o Jacques Doillon ( Ponette, 1996), muy apartadas de las miradas convencionales y sonrientes a esta compleja primera parte de la vida.
¿Como no ver en ese gran mundo que es para los niños el patio de recreo un espacio de iniciación a los rígidos roles de género que habrán de interpretar en la vida adulta? La pequeña Nora le reprocha a su hermano Abel no poder ajustarse a los códigos de reciedumbre exigidos a su género; en suma, no saber defenderse, y con ello auspicia la misma violencia viril que escenas más tarde le causará pesadumbre. La traición y el resentimiento, el flagelo de la culpa y la posibilidad de una reconciliación, forman parte de un laberinto de sentimientos contradictorios que la realizadora explora, con dosis parejas de lucidez y ternura, para lograr este soberbio retrato de una infancia.
Se exhibe en la sala 2 de la Cineteca Nacional a las 13:15 y 18:15 horas.