Moscú. El único consenso que hasta ahora registra la guerra entre Rusia y Ucrania –la llamada iniciativa alimentaria del mar Negro, que permite exportar los granos ucranios desde tres puertos– se logró mantener este jueves para los siguientes cuatro meses, con la mediación de Turquía y de la Organización de Naciones Unidas (ONU).
Tras semanas de incertidumbre acerca de si iba a renovarse o no el pacto de los cereales, cuyo plazo de vigencia vence mañana, los cuatro firmantes del acuerdo confirmaron su prórroga para los próximos 120 días. En orden cronológico, por Ucrania lo anunció el presidente Volodymir Zelensky; por Turquía, el presidente Recep Tayyip Erdogan; por la ONU, el secretario general, Antonio Guterres, y por Rusia, la cancillería en un comunicado.
Ante la amenaza de hambruna en los países más pobres del mundo, la ampliación del pacto se considera una excelente noticia, ya que, en medio de las hostilidades entre Moscú y Kiev y cerrado a la navegación el mar Negro, deja abierta la vía que, desde que entró en vigor en julio anterior, hizo posible sacar hacia 38 países cerca de 11 millones de toneladas de cereales de los puertos ucranios de Odesa, Chornomorsk y Pivdennii, mientras en los silos hay todavía al menos igual cantidad de granos de la cosecha anterior.
El entendimiento alcanzado no es lo que querían ni Ucrania ni Rusia, pero es sin duda lo mejor que podría suceder en el actual contexto bélico, sobre todo después de que Moscú acusó a Kiev de utilizar el corredor humanitario para atacar con drones aéreos y subacuáticos la base naval de Sebastopol.
Aunque el Kremlin amagó con suspender “indefinidamente” su participación en el pacto, pocos días después reconsideró su decisión al recibir seguridades de parte de Ucrania, presionada por Turquía y por la ONU, de que “el corredor humanitario no debe usarse con fines militares”, formulación que satisfizo a Rusia a pesar de que Ucrania no admitió haber atacado Sebastopol.
Kiev había planteado en el Centro Conjunto de Coordinación, instalado en Estambul –y lo reiteró este jueves en Twitter su ministro de Infraestructuras, Oleksandr Kubrakov–, que el pacto se extendiera por un año y que se incluyera un cuarto puerto, Mikolaiv, desde el cual exportaba antes de la guerra 35 por ciento de sus alimentos.
Y Moscú, como recordó ayer el viceministro de Relaciones Exteriores, Aleksandr Pankin, confía en que pronto se cumpla el segundo acuerdo de la iniciativa alimentaria del mar Negro, que se refiere al compromiso de la ONU de interceder para facilitar que se levanten las sanciones que dificultan las exportaciones rusas de alimentos y sobre todo de fertilizantes, los cuales, aunque no figuran directamente en las listas de restricciones, no pueden llegar a su destino por los impedimentos que afectan el transporte mercante, las transferencias bancarias, los seguros y otros aspectos logísticos.
En caso de fracasar las gestiones de la ONU –sólo en puertos de la Unión Europea permanecen bloqueadas cerca de 300 mil toneladas de fertilizantes que Rusia, como gesto de buena voluntad, ofreció donar a los países más pobres, con la ayuda logística de Turquía–, dentro de cuatro meses el futuro del pacto de los cereales volverá a estar en duda.
Al menos así lo dio a entender la cancillería rusa en su comunicado sobre la prórroga de la iniciativa alimentaria: “Rusia toma nota de los esfuerzos del secretariado de la ONU por cumplir los compromisos que asumió para desbloquear la exportación de alimentos y fertilizantes de Rusia. Todas las cuestiones tienen que resolverse en el plazo de 120 días en que se extiende la vigencia del pacto”.
Más bombardeos a ciudades
Como ya se está volviendo habitual, muchas ciudades ucranias amanecieron con sirenas antiaéreas, en espera de los enésimos bombardeos rusos con misiles de crucero y drones, detectados por los radares del ejército ucranio. La intensidad y cantidad de los que impactaron este jueves no se compara con el ataque masivo de hace dos días y, aunque Rusia asegura que sólo dispara contra “objetivos militares”, resultaron dañadas instalaciones de la infraestructura energética y civil, ya sea por errores de cálculo de los misiles lanzados o por fragmentos de los que pudieron ser derribados.
El portavoz del Kremlin, Dimitri Peskov, explicó por primera vez por qué los ataques rusos se centran en la infraestructura energética de las ciudades ucranias: “La falta de electricidad y calefacción en muchas regiones de Ucrania es consecuencia de las acciones de las autoridades de Kiev, que se niegan a negociar”, declaró a los reporteros.
Según Peskov, “la parte ucrania carece de voluntad para resolver el problema y no quiere iniciar negociaciones, aparte de que ya demostró que se desdice de los entendimientos que ya formaban parte de un borrador de acuerdo”, en la interpretación rusa de la ruptura del proceso negociador en Estambul en marzo pasado. Huelga decir que los ucranios culpan a los rusos del fracaso en la ciudad turca.
El vocero de la presidencia rusa cree que “si Washington fuera capaz de tener en cuenta las preocupaciones de Moscú, podría alentar a Kiev a volver a la mesa de negociaciones; claro, si quisiera”.
Y añadió: “Si Estados Unidos y la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte) hubieran presionado en su día al régimen de Kiev y dado garantías de que éste no desataría una nueva guerra civil y no atacaría a su propia población en dos repúblicas que se declararon independientes, no hubiera habido ninguna operación militar especial”.
Peskov concluyó su comparecencia diaria con la prensa en el mismo estilo: “Washington dice que sin bombardeos rusos no habría caído un misil S-300 de la defensa antiaérea ucrania en Polonia. Con esta lógica, tendríamos que convenir que sin la completa falta de disposición a considerar las preocupaciones de Rusia que mostraron Estados Unidos y la OTAN, no habría la operación militar especial que se está llevando a cabo en Ucrania”.