En 2017, Nietzsche, Sartre, Grams-ci, Séneca y Sócrates, entre otros filósofos, ingresaron a cárceles de la Ciudad de México para hacer eco en las mentes de decenas de reclusos y moverlos a reflexionar en torno a temas como la ética de la no violencia, la cultura de la paz, los derechos humanos, la justicia, la dignidad y, por supuesto, la libertad.
Los resultados del proyecto La filosofía: El arte de vivir en los últimos cinco años son más que alentadores para los catedráticos de la Universidad Nacional Autónoma de México, quienes hicieron realidad ese innovador programa educativo que enseña en las prisiones más que un saber, un “saber ser”.
Entre los alumnos que han participado en los talleres de filosofía en el Centro de Ejecuciones de Sanciones Penales Varonil Oriente (anexo al Reclusorio Oriente), el Sur y el femenil de Santa Martha Acatitla, “ha habido una disminución considerable de sus ideas suicidas, así como el surgimiento de un espacio de encuentro con ellos mismos, autocrítico, que se replica con las personas que los visitan; también ha bajado su consumo de drogas y sus niveles de ira, ya que ahora utilizan las herramientas del pensamiento para el manejo y solución de conflictos, entre otros aspectos”, explicó en entrevista con La Jornada el doctor en filosofía y bioética Ángel Alonso Salas, pionero en México de ese proyecto.
Desde hace varios años –explicó el investigador–, la apuesta de la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) “es sacar a la filosofía de las aulas y llevarla a los lugares más vulnerados y marginados de la sociedad, para que no solamente las personas que tienen el privilegio de llegar a algún grado educativo donde se imparte esta disciplina puedan adquirir esos conocimientos”.
El gran objetivo que han hecho suyo varios filósofos en el mundo es que los contenidos de la filosofía, la ética, la estética, el pensamiento crítico y la cultura de la paz, “que son los temas con los que trabajamos, se impartan también a migrantes, a personas en situación de calle, que se lleve a asilos y a gente privada de su libertad, como ya sucede en este proyecto que en 2017 me propuso uno de mis estudiantes de la Facultad de Estudios Superiores Acatlán, Marco Antonio López Cortés”.
Los talleres, que se impartieron todos los días durante ese año en los centros penitenciarios capitalinos, tuvieron la finalidad de liberar el servicio social del futuro filósofo, pero “al terminar se hizo una conferencia de cierre en la que las personas privadas de su libertad en Santa Martha pidieron que siguieran las clases; fue así que decidimos continuar”, recordó Alonso Salas.
Servicio altruista
En 2018, los contactó su colega José Barrientos-Rastrojo, de la Universidad de Sevilla, España, director del proyecto internacional Filosofía Aplicada en Prisiones BOECIO y los invitó a sumarse. En la actualidad esa iniciativa agrupa a investigadores y filósofos que desarrollan proyectos similares en Argentina, Colombia, Brasil, España e Italia, “con los cuales generamos intercambios educativos, capacitación, compartimos nuestra experiencia y caminamos de la mano.
“Todo esto es un servicio altruista, no recibimos ningún pago. Marco Antonio López va cada semana al Reclusorio Sur y al Oriente, yo sólo cada miércoles a Santa Martha. Suspendimos unos meses por la pandemia, pero este año retomamos las clases”, detalló el profesor Ángel Salas, quien añadió que muchos de los escritos con los que trabajan los alumnos privados de la libertad “han sido pensados desde la prisión o pensando en la prisión; por ejemplo, los de Gramsci, los testimonios de Sócrates, de Sartre u otros autores que fueron presos políticos y redactaron una serie de textos fundamentales para pensar la vida en reclusión, pero también reflexionan sobre la muerte, la existencia o el problema de la libertad.
“Los autores que analizamos tienen manifiestos humanísticos que normalmente se leen en salones de clases de las universidades, pero al leerlos dentro de prisión adquieren otro sentido y dimensión porque se entrelazan con las vivencias de las personas privadas de su libertad. Se potencializan discursos, como los de Mandela, que mencionan el aislamiento, la soledad, el sinsentido de la vida y cómo hace el autor para no sumirse en la depresión.
“Los alumnos se sienten identificados y, aunque se trata de textos escritos en otro contexto y en otros países, siguen siendo vigentes en cárceles mexicanas, tanto de varones como de mujeres. Nuestros talleres son gratuitos, se acude libremente y sin ninguna condicionante.”
Poco más de 200 personas en reclusión han asistido a los cursos de filosofía de ambos profesores, en los que se ha dado la convivencia entre alumnos indígenas, incluso con poco conocimiento del idioma español, y que han salido motivados para continuar sus estudios. Ahí también han participado reclusos que tienen maestrías o doctorados.
La filosofía per se –insistió el académico– tiene como compromiso fundamental “la liberación mental de las personas, al mostrarles una serie de valores, actitudes y conocimientos que nuestros alumnos desarrollan a partir de proveerles de una serie de herramientas de pensamiento crítico, dialógico, y al establecer comunidades de indagación para reflexionar sobre problemas específicos que se viven dentro de la prisión, pero también sobre las situaciones de fuera que los afectan.
“Los ayudamos a encontrar sentido al sinsentido en el que están, pues independientemente de si son culpables o no, están en un lugar hostil, difícil, aislados y, aunque estén privados de su libertad, siguen siendo personas con derechos básicos.
“Les ayudamos a darse cuenta de que siguen siendo personas con una calidad humana, independientemente de la etiqueta social que se les ha impuesto. Nuestros talleres se han convertido en un espacio para el encuentro con ellos mismos, donde no se les criminaliza, sino que se les dan herramientas para pensar sobre temas que a todos nos preocupan, para pensar en otro mundo. De eso se trata el aprender filosofía.”