El Mundial en Qatar se acerca y, como recomendaba Bertrand Russell sobre el futbol, es momento de pensar en los humanos y sus disputas políticas. En ese marco, el 22 de noviembre México enfrentará a Polonia en el debut de ambos equipos en la justa. Momento de recordar enlaces ideológicos en ambos países.
Al igual que lo hizo en días recientes para invitar a la marcha “en defensa del INE”, el 2 de julio de 2005 Vicente Fox también invitó a las derechas –tanto a las asumidas como a las vergonzantes– a copar el Ángel de la Independencia para festejar “el día de la democracia”. Disfrazado de remembranza de la alternancia en 2000, el acto fue intento de mostrar fuerza en las calles, pues el obradorismo recién las había desbordado contra el autoritarismo del desafuero, y se acercaba la elección de 2006. El acto de Fox tuvo como invitado estelar al ex presidente polaco Lech Walesa, timbre del catolicismo tornado en proyecto político, cuya presencia buscó lustrar a un templete dominado por figuras de la ultraderecha mexicana, como Luis Luege o Velasco Arzac.
Más que anecdotario, el hecho fue recordatorio. Investigadores y periodistas como Samuel Schmidt, Diego Velázquez, Patricia Campos o Maciek Wisniewski han señalado un hecho crucial. A inicios del siglo XX Intermarium fue un proyecto geopolítico centroeuropeo que pretendía unir países entre el Báltico y el mar Negro, con centralidad en Polonia, para formar un muro ideológico contra la revolución rusa, con base en un elemento: el anticomunismo geopolítico de raíz católica, que desde el siglo XIX se obsesionó contra una presunta conspiración judeo-comunista para dominar al mundo, obsesión que enmascaraba una cruzada antilaica y antilustrada.
Hace justo 100 años se eligió Papa a Pío XI (antes nuncio en Polonia), emisario de un conservadurismo intransigente y admirador de las tesis del Intermarium polaco, que también fueron inspiración para organizaciones de ultraderecha mexicanas, como Los Tecos y el Yunque. Así, el catolicismo centroeuropeo –“temeroso” de que los judíos fundaran ahí su Estado–, y las venas poscristeras mexicanas, opuestas al laicismo constitucional, tenían vasos comunicantes, unidas ambas por el miedo a la “conspiración judeo-comunista”. Las conexiones no son banales: ya en guerra fría, el Vaticano retomó las tesis de Intermarium fomentando grupos reservados en Latinoamérica, lo que devino en que esa inercia intolerante tuviera cabida en México –como fue el caso de Puebla– y que luego halló espacio en el PAN. De Varsovia a Cholula, la “amenaza” era una: los judeo-masones-comunistas.
Cien años después del ascenso de Pío XI; 100 años después del auge de Intermarium, 100 años después de que la URSS se consolidara (y luego se disolviera), hoy en México se aviene un cónclave: un foro en la Ciudad de México el 18 y 19 de noviembre organizado por la Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC), con exposiciones, entre otros, del pinochetista Antonio Kast o el señor Javier Milei, energúmeno que representa a ese sector de gente que, incapaz de socializar sanamente con otros, disfraza su antipatía de una ideología del individualismo exacerbado. El eje de ese foro es predecible: la contracultura reaccionaria contra derechos reproductivos y de minorías sexuales; entreverar anticomunismo y antipopulismo, y regurgitar conspiraciones geopolíticas, quizá cubanas, venezolanas o incluso de nuevo rusas.
¿Quién completará el cónclave? Lech Walesa, quien hoy, como hace 17 años, de nuevo estará en México para lavar la cara a grupos reaccionarios con el prestigio de su Premio Nobel, igual que lo hace Vargas Llosa adulando a Díaz Ayuso en Madrid o instando a votar por Bolsonaro. Con Walesa estará Eduardo Verástegui, actor mexicano devenido en ideólogo de esta derecha posguerra fría, en un toque de farándula que recuerda a cuando Alicia Villarreal, cantando, dio un discurso mejor y más profundo que el de Fox en aquel encuentro en el Ángel en julio de 2005.
Las trazas de los conservadurismos intransigentes polaco y mexicano han sido conexas. Mientras en Polonia esa expresión gobierna, en México yace en una oposición presuntamente diversa pero que cada vez teme menos mostrarse articulada entre sí encabezada por impresentables (como fue el coctel de “liberales” marchando con delincuentes electorales para “salvar” al INE), en tanto que la derecha “dura” se hace visible tal cual es, como en el foro de la CPAC.
En 100 años mucho del mundo ha cambiado, pero en el partido global de la reacción, sea polaca o mexicana, sus extremos derechos siguen anclados en el siglo XVIII, mientras los que se creen centros o brillantes delanteros no se dan cuenta de que comparten cancha con los retrógrados más de lo que quisieran. Ojalá el campo del que se habla aquí no fuera político, sino de futbol.
* Académico de la Universidad de Hradec Králové, República Checa. Autor del libro Las raíces del Movimiento Regeneración Nacional