“No sé qué pasaba, pero estábamos todos enfermos de algo muy grave”. Manto de gemas (2022), el enigmático y perturbador primer largometraje de Natalia López Gallardo, se aparta de modo muy deliberado de toda rutina narrativa convencional para adentrar a los espectadores en el clima de zozobra espiritual que prevalece primero en el seno de una familia de clase media alta, donde uno de sus miembros, Isabel (Nailea Norvind), atraviesa por una crisis conyugal encaminada al divorcio, y luego, en el ambiente venenoso en que se mueven personajes de la policía y el crimen organizado, cuyos destinos se entrelazan en una complicidad perversa.
En una casa veraniega del estado de Morelos, en la que, al lado de sus dos hijos –Benjamín y Valeria–, Isabel ha elegido un refugio temporal para sobrellevar su desasosiego, se suceden hechos inquietantes: la desaparición de la hermana de su asistenta doméstica María (Antonia Olivares) y el drama personal de La Torta (Aída Roa), mujer policía de carácter recio, quien paulatinamente pierde la serenidad en el intento inútil de apartar a su hijo Adán (Juan García Treviño), de su involucramiento en el narcotráfico y el secuestro. A una atmósfera inicial de degradación doméstica, con ecos visuales del cine de Lucrecia Martel (La ciénega, 2001), le sucede la radiografía social, entre metafórica y realista, que con acierto han manejado Amat Escalante (Heli, 2013) y Carlos Reygadas (Luz silenciosa, 2007), realizadores con los que Natalia López colaboró en su brillante labor de editora. En Manto de gemas, ella es también guionista y editora, y el merecido premio a la mejor dirección que acaba de obtener en el Festival de Morelia, sin duda recompensa a la vez su habilidad para transmitir las sensaciones difusas y angustiantes que corroen el ánimo de los protagonistas, así como su buen manejo de actores, en su mayoría no profesionales, los cuales interactúan con gran solvencia a lado de Nailea Norvind (Leona, Isaac Cherem, 2018) y García Treviño (Ya no estoy aquí, Fernando Frías, 2019), dos comediantes que siguen dando pruebas de un excelente oficio.
En los últimos años el señalamiento cinematográfico del clima de violencia que se vive en México, en particular en zonas rurales como en la que se sitúa la acción de esta película, ha sido intenso y sus recursos estilísticos muy variados, desde un realismo casi visceral que detalla el horror de las desapariciones y masacres, hasta el extremo opuesto que propone aquí, en clave de cine contemplativo, la estupenda fotografía de Adrián Durazo. Y aunque para algunos espectadores pudiera parecer excesiva esa apuesta formal con sus ritmos lentos, planos fijos y encuadres muy cuidados, voces en off e interacción de la imagen con música clásica, lo cierto es que la directora y sus colaboradores técnicos han conseguido abordar el tema de la violencia en el campo mexicano de una manera novedosa, con notas de una intensa espiritualidad y una organización narrativa inteligente, lo cual, en tiempos de una retórica de denuncia social ya reiterativa, no es poca cosa. Manto de gemas conquistó el oso de Plata (premio del jurado) en la pasada edición de la Berlinale.
Se exhibe en la sala 3 de la Cineteca Nacional a las 12:30 y 17:45 horas.