Decir que en la estrambótica reunión entre los cinco ex presidentes y el actual titular del Ejecutivo, que se realizaba en Palacio Nacional, las aguas amenazaban salirse de madre no es una exageración, si acaso, una apreciación urbana un tanto ruda, que poco tiene que ver con el sentido que en infinidad de espacios rurales significa esta expresión: las aguas rebasan sus límites normales e invaden terrenos más allá de las costas tradicionales. Se trata de un crecimiento inusual que supera los bordes naturales de contención. Eso era precisamente lo que en nuestra imaginaria locación ocurría. Claro que, salirse de madre no podía darse por descartado. “El otro yo” de cada uno de los dos ex presidentes estaba desbordado. Todo en el ambiente hacía presentir una tormenta.
Los rostros de don Carlos y don Ernesto estaban convulsos: uno salivaba incontenible y el otro, con el gaznate seco. Los ojos, antes tan diferentes, ahora por el odio que los inundaba, se tornaban semejantes. Sólo el histrionismo desbordado del señor Fox, y la ausencia (congénita) de entendereras de don Enrique Peña, pudieron hacer ver que un confrontamiento brutal entre ambos los exhibiría y sería en beneficio del enemigo común. ¡Quién lo creyera! Lo evidente calmó los ánimos y, entre rezongos, surgió una precaria tolerancia. Para contribuir a ella, la columneta renunciará, en lo posible, a descripciones (ya iniciadas), sobre el talante y el lenguaje facial y corporal de los protagonistas de este encuentro. Se concretará a transmitir, dentro del globito, lo que cada uno de los personajes sentía, pensaba y no se atrevía a expresar en alta voz.
Comencemos. CS: Infeliz. El que yo te haya hecho de la nada, no te provocó gratitud, sino rencor. Cómo me provocaste pena con tu respuesta a la miserable indígena que te pidió que le compraras un mantelito hecho por sus propias manos y le contestaste; “no tengo cash”. Evidentemente, en todo tu sexenio no tuviste cash económico, patriótico, nacionalista, ni menos ideológico. Tampoco de la dimensión de tu poder: con la mala venta del sistema ferroviario nacional podías haberte hecho inmensamente millonario, pero tus complejos ancestrales siempre te han hecho ser un agachado. En tu campaña, alguno de tus asesores te aconsejó presentarte como un estudiante proletario que tenía que aceptar las más modestas encomiendas. Por eso llegaste al atrevimiento de afirmar que, para solventar tus estudios superiores en el Poli, tuviste que dedicarte al modesto (pero muy terrenal) oficio de bolero, en el que comenzaste tus cursos del idioma inglés en el que ahora les sigues ofreciendo tus servicios a los CEO (shoeshine, boss, shoeshine), que te agradecen la sumisión que mostraste en actos de gobierno que los favorecieron multimillonariamente durante tu sexenio. Tu cargo y tus emolumentos de “empleado J” de servicios “lo que usted ordene, master chef”, son absolutamente degradantes para todos los que hemos gobernado hermanados a los intereses de nuestro big brother. Menos mal que yo llegué antes que tú a la subasta, si no, qué mal me hubiera ido. Tú bajaste la cotización a nuestras complacencias ligeramente anticonstitucionales, porque siempre has sido y serás pequeño, acomplejado, naquiux de exportación. Recordemos la información que los “medios mediatizados” ignoraron o trataron de minimizar, pero que SinEmbargo, dio a conocer en toda su dimensión. De 1996 a 1998, el gobierno de Ernesto Zedillo privatizó el sistema ferroviario mexicano. Otorgó concesiones por entre 20 y 50 años al Grupo Ferroviario Mexicano (Ferromex), al Grupo Acerero del Norte (Peñoles) Medios de Comunicación y Transporte de Tijuana, Grupo Triturados Basálticos (Tribasa), y por mil 400 millones de dólares a Transportación Mexicana (TFM), asociada con Kansas City Southern Industries (no puedo precisar si de Tlahualilo, Durango, o de Ajuchitán del Progreso, Guerrero). ¿Tendrías algo que aclarar a lo anterior?, inquirió retador el “otro yo” del señor Salinas. La contestación del otro yo zedillesco, tardó un largo minuto (aunque los minutos no son, ni más ni menos largos, que 60 segundos), y contestó sereno, pero amenazante: en la columneta siguiente nos veremos. La columneta, por su parte, no opina sobre estas citas, pero reitera: aquí se verán en igualdad de condiciones todas las opiniones que voluntariamente quieran expresarse. El juicio, como el voto, es individual y, si se quiere, secreto. Recién me entero de la muerte de Eliezer Morales. No quiero, como final de una columneta que ya se acabó, poner unos renglones de más para una obligada condolencia. Mi personal sentimiento dará inicio a la próxima entrega.