Estimado amigo presidente Lula da Silva:
Cuando lo visité en la cárcel el 30 de agosto de 2018, experimenté en el poco tiempo que duró la visita un torbellino de ideas y emociones que siguen tan vivas hoy como aquel día. Poco antes habíamos estado juntos en el Foro Social Mundial de Salvador de Bahía, charlando, en compañía de Jacques Wagner, en el ático del hotel donde se alojaba. Hablamos entonces de su posible encarcelamiento. Usted aún albergaba alguna esperanza de que el sistema judicial suspendiera el vértigo persecutorio que se cernía sobre su persona. Yo, tal vez porque soy sociólogo jurídico, estaba convencido de que eso no ocurriría, pero no insistí.
En cierto momento, tuve la sensación de que pensábamos y temíamos lo mismo. Poco después, lo detenían con la misma indiferencia arrogante y compulsiva con la que lo habían tratado hasta entonces. El juez Sergio Moro, el lacayo de Estados Unidos (es demasiado tarde para ser ingenuos), había cumplido la primera parte de su misión. La segunda parte sería mantenerlo preso y aislado hasta que se eligiera el candidato que le daría la plataforma para llevarlo a la presidencia más tarde.
Cuando entré en la prisión de la Policía Federal sentí un escalofrío al leer la placa que señalaba que el presidente Lula da Silva había inaugurado el edificio 11 años antes como parte de su vasto programa de modernización de la Policía Federal y de la investigación criminal. Un primer torbellino de preguntas me asaltó. ¿La placa había permanecido allí por olvido? ¿Por crueldad? ¿Para demostrar que el hechizo se había vuelto contra el hechicero? ¿Que un presidente de buena fe había entregado el oro al bandido?
Me acompañaba un joven y agradable policía federal que en el camino se dirigió a mí y me dijo: “Leemos mucho sus libros”. Sentí frío por dentro. Estaba horrorizado. Si se leyeran mis libros y se entendiera el mensaje, ni Lula ni yo estaríamos allí. Tartamudeé algo al respecto y la respuesta fue instantánea: “Cumplimos órdenes”. De repente, el teórico jurídico nazi Carl Schmitt irrumpió en mí. Ser soberano es tener la prerrogativa de declarar lo que es legal y lo que no, y de imponer su voluntad burocráticamente con la normalidad de la obediencia funcional y la consiguiente banalización del terror de Estado.
Querido presidente Lula, así es como llegué a su celda y seguramente ni siquiera sospechó la agitación que se estaba produciendo en mi interior. Al verlo, me tranquilicé. Por fin estaba frente a la dignidad misma y sentí que la humanidad aún no había renunciado a ser aquello a lo que el común de los mortales aspira. Todo era normal dentro de la anormalidad totalitaria que lo había encerrado allí. Las ventanas, los aparatos de gimnasia, los libros, la televisión. Nuestra conversación era tan normal como todo lo que nos rodeaba, incluidos sus abogados y Gleisi Hoffmann, presidenta del Partido de los Trabajadores desde 2017. Hablamos de la situación en América Latina, de la nueva (vieja) agresividad del imperio y del sistema judicial convertido en un Ersatz de golpes militares. Era como si el inmenso elefante blanco de aquella habitación –la repugnante ilegalidad de su encarcelamiento por motivos políticos ni siquiera disimulados– se transformara en una inefable ligereza para no perturbar nuestra conversación; como si, en lugar de estar allí, estuviéramos en cualquier lugar de su elección.
Cuando la puerta se cerró tras de mí, el peso de la voluntad ilegal de un Estado secuestrado por delincuentes armados con manipulaciones legales volvió a caer sobre mí. Me apoyé en la ira y la rabia y en la buena actuación que se espera de un intelectual público que tiene que hacer declaraciones a la prensa al salir. Hice de todo, pero lo que realmente sentí fue que había dejado atrás la libertad y la dignidad de Brasil, encarceladas para que el imperio y las élites a su servicio pudieran cumplir sus objetivos de garantizar el acceso a los inmensos recursos naturales de Brasil, la privatización de la seguridad social y el alineamiento incondicional con la geopolítica de la rivalidad con China.
La serenidad y la dignidad con la que afrontó ese año de reclusión es la prueba de que los imperios, especialmente los decadentes, suelen equivocarse en sus cálculos, precisamente porque sólo piensan en el corto plazo. La inmensa y creciente solidaridad nacional e internacional, que mientras tanto lo convirtió en el preso político más famoso del mundo, demostraba que el pueblo brasileño empezaba a creer que, al menos, parte de lo destruido a corto plazo podría reconstruirse a mediano y largo plazos.
Consideraciones para su nuevo mandato
Hoy me dirijo a usted, en primer lugar, para felicitarlo por su victoria en las elecciones del pasado 30 de octubre. Es un logro extraordinario sin precedente en la historia de la democracia. Suelo decir que los sociólogos son buenos para predecir el pasado, no el futuro, pero esta vez no me he equivocado. No por eso tengo mayor certeza en lo que siento que tengo que decirle hoy. Tome estas consideraciones como expresión de mis mejores deseos para usted personalmente y para el ejercicio del cargo que va a asumir:
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Sería un grave error pensar que con su elección todo vuelve a la normalidad en Brasil. En primer lugar, la situación normal antes de Bolsonaro era muy precaria para las poblaciones más vulnerables, aunque lo fuera menos que ahora. En segundo lugar, Bolsonaro infligió un daño a la sociedad brasileña que es difícil de reparar. Ha producido una regresión civilizatoria al reavivar los rescoldos de la violencia propios de una sociedad sometida al colonialismo europeo: la idolatría de la propiedad individual y la consecuente exclusión social, el racismo, el sexismo, la privatización del Estado para que el imperio de la ley coexista con el imperio de la ilegalidad, y una religión excluyente esta vez en forma de evangelismo neopentecostal. La división colonial se reactiva en forma de polarización amigo/enemigo, nosotros/ellos, típica de la extrema derecha. Con esto, Bolsonaro ha creado una ruptura radical que hace muy difícil la mediación educativa y democrática. La recuperación llevará años.
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Si la nota anterior apunta al mediano plazo, lo cierto es que su presidencia estará por ahora dominada por el corto plazo. Bolsonaro ha devuelto el hambre, ha quebrado financieramente al Estado, ha desindustrializado el país, ha dejado morir innecesariamente a cientos de miles de víctimas por covid, ha propuesto acabar con la Amazonia. El campo de la emergencia es en el que mejor se mueve el presidente y en el que estoy seguro de que tendrá más éxito. Sólo dos advertencias. Seguramente volverá a las políticas que ha encabezado con éxito, pero cuidado, porque las condiciones son ahora muy diferentes y más adversas. Por otra parte, todo debe hacerse sin esperar la gratitud política de las clases sociales beneficiadas por las medidas de emergencia. La forma impersonal de beneficiar, propia del Estado, hace que las personas vean en los beneficios su mérito o derecho personal y no el mérito o benevolencia de quienes los hacen posibles. Sólo hay una manera de demostrar que esas medidas no son fruto del mérito personal o de la benevolencia de los donantes, sino que son el producto de alternativas políticas: la educación para la ciudadanía.
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Uno de los aspectos más dañinos de la reacción provocada por Bolsonaro es la ideología antiderechos capilarizada en el tejido social, dirigida contra grupos sociales antes marginados (pobres, negros, indígenas, gitanos, LGBT). Mantenerse firme en una política de derechos sociales, económicos y culturales como garantía de la dignidad extendida en una sociedad muy desigual debería ser el principio básico de los gobiernos democráticos de hoy.
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El contexto internacional está dominado por tres megamenazas: pandemias recurrentes, colapso ecológico y posible tercera guerra mundial. Todas estas amenazas son globales, pero las soluciones políticas siguen limitándose en gran medida a la escala nacional. La diplomacia brasileña ha sido tradicionalmente ejemplar en la búsqueda de la articulación, ya sea regional (cooperación latinoamericana) o global (BRICS). Vivimos en una época de interregno entre un mundo unipolar dominado por Estados Unidos, que aún no ha desaparecido del todo, y un mundo multipolar que aún no ha nacido del todo, que también se manifiesta, por ejemplo, en la desaceleración de la globalización y el retorno del proteccionismo, la sustitución parcial del libre comercio por el comercio con socios amigos. Todos los estados son formalmente independientes, pero sólo unos pocos son soberanos. Y estos últimos ni siquiera incluyen a los países de la Unión Europea. Usted dejó el gobierno cuando China era el principal socio de Estados Unidos y vuelve cuando China es el principal rival de Estados Unidos. Siempre ha sido partidario del mundo multipolar y China es ahora un socio esencial para Brasil. Debido a la creciente guerra fría entre Estados Unidos y China, predigo que la luna de miel entre Biden y usted no durará mucho.
Posible mediador entre Rusia y Ucrania
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Hoy tiene una credibilidad mundial que le permite ser un mediador eficaz en un mundo minado de conflictos cada vez más tensos. Puede desempeñar este papel en el conflicto entre Rusia y Ucrania, dos países cuyos pueblos necesitan urgentemente la paz, en un momento en que los países de la Unión Europea han abrazado la versión estadunidense del conflicto sin un plan B y se han condenado al mismo destino que el mundo unipolar dominado por Estados Unidos. Y también será un mediador creíble en el caso del aislamiento de Venezuela y el fin del vergonzoso embargo contra Cuba. Para ello, debe tener el frente interno pacificado y aquí radica la mayor dificultad.
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Tendrá que vivir con la amenaza permanente de desestabilización. Este es el sello de la extrema derecha. Es un movimiento global que corresponde a la incapacidad del capitalismo neoliberal de convivir en el próximo periodo con un mínimo de convivencia democrática. Aunque es global, adquiere características específicas en cada país. El objetivo general es convertir la diversidad cultural o étnica en polarización política o religiosa. En Brasil, como en India, se corre el riesgo de atribuir a esa polarización el carácter de una guerra religiosa, ya sea entre católicos y evangélicos o entre cristianos fundamentalistas y religiones de origen africano (Brasil) o entre hindúes y musulmanes (India). En las guerras de religión, la conciliación es casi imposible. La extrema derecha crea una realidad paralela inmune a cualquier confrontación con la realidad real. Sobre esa base, puede justificar la violencia más cruel. El principal objetivo de la extrema derecha es impedir que usted termine pacíficamente su mandato.
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Usted cuenta actualmente con el apoyo de Estados Unidos a su favor. Es bien sabido que toda la política exterior de Estados Unidos está determinada por razones políticas internas. El presidente Biden sabe que al defenderlo se está defendiendo de Trump, su rival en 2024. Estados Unidos es ahora quizá la sociedad más fracturada del mundo, donde el juego democrático convive con una ultraderecha plutocrática lo suficientemente fuerte como para convencer a cerca de 25 por ciento de la población estadunidense de que la victoria de Joe Biden en 2020 fue fruto de un fraude electoral. Esta extrema derecha está dispuesta a todo. Su agresividad queda demostrada por el reciente intento de secuestrar y torturar a Nancy Pelosi, la líder de los demócratas en la Cámara de Representantes. Pensemos en ello: el país que quiere producir un cambio de régimen en Rusia y detener a China no puede proteger a uno de sus líderes políticos más importantes. Y, como se verá en Brasil, justo después del atentado, se puso en circulación una batería de noticias falsas para justificar el acto. Así que hoy, Estados Unidos es un país dual: el oficial que promete defender la democracia brasileña y el no oficial que promete subvertirla para ensayar lo que quiere conseguir en su propio país. Recordemos que la extrema derecha comenzó siendo la política del país oficial. El evangelismo ultraconservador comenzó como un proyecto estadunidense (véase el informe Rockefeller de 1969) para combatir el “potencial insurreccional” de la teología de la liberación. Y es cierto que durante mucho tiempo su principal aliado fue el papa Juan Pablo II.
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Desde 2014, Brasil vive un proceso golpista continuado, la respuesta de las élites a los avances que las clases populares lograron con los gobiernos en los que usted estuvo al frente. Este proceso no terminó con su victoria. Sólo cambió el ritmo y la táctica. A lo largo de estos años, y especialmente en el último periodo electoral, hemos sido testigos de múltiples ilegalidades e incluso delitos políticos cometidos con una impunidad casi naturalizada. Además de los muchos cometidos por el jefe de gobierno, hemos visto, por ejemplo, a altos miembros de las fuerzas armadas y de seguridad llamando a un golpe de Estado y poniéndose públicamente del lado de un candidato presidencial durante el ejercicio de sus funciones. Estos comportamientos golpistas deben ser castigados de forma ejemplar, ya sea por iniciativa del Poder Judicial o mediante el pase forzoso a la situación de reserva. Cualquier idea de amnistía, por muy nobles que sean sus motivos, será una trampa en el camino de su presidencia. Las consecuencias podrían ser fatales.
Política de vida y política de muerte
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Es sabido que usted no da mucha importancia a la caracterización de su política como de izquierdas o de derechas. Curiosamente, poco antes de ser elegido presidente de Colombia, Gustavo Petro declaró que la distinción importante para él no era entre izquierda y derecha, sino entre la política de la vida y la política de la muerte. Probablemente los dos binarismos no son muy distintos. La política de la vida hoy en Brasil es una política ecológica sincera, la continuación y profundización de las políticas de justicia racial y sexual, los derechos laborales, la inversión en salud y educación públicas, el respeto a las tierras demarcadas de los pueblos indígenas y la promulgación de las demarcaciones pendientes. Sobre todo, es necesaria una transición gradual, pero firme, del monocultivo agrario y del extractivismo de los recursos naturales a una economía diversificada que permita respetar las diferentes lógicas socioeconómicas y las articulaciones virtuosas entre la economía capitalista y las economías campesinas, familiares, cooperativas, sociales y solidarias, indígenas, ribereñas y quilombolas que tanta vitalidad tienen en Brasil.
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El estado de gracia es corto. No dura ni cien días (véase a Gabriel Boric en Chile). Usted tiene que hacer todo lo posible para no perder al pueblo que lo eligió. La política simbólica es fundamental en los primeros tiempos. Una sugerencia: es necesario restablecer inmediatamente las Conferencias Nacionales para dar una señal inequívoca de que hay otra forma de hacer política, más democrática y participativa. Coímbra, 10 de noviembre de 2022.
Traducción de Bryan Vargas Reyes
* Académico portugués. Doctor en sociología, catedrático de la Facultad de Economía y director del Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coímbra (Portugal). Profesor distinguido de la Universidad de Wisconsin-Madison (Estados Unidos) y de diversas instituciones educativas del mundo. Es uno de los científicos sociales e investigadores más importantes del mundo en el área de la sociología jurídica, así como uno de los principales dinamizadores del Foro Social Mundial. Texto enviado a OtherNews por la oficina del autor el 11 de noviembre pasado.