1. El29 de octubre de 1922, tras encabezar la Marcha sobre Roma, Mussolini fue nombrado primer ministro. Más que una “repentina victoria” −parte de la mitología del propio fascismo que nació en el norte de Italia tres años antes− la Marcha fue la culminación de un lento proceso de normalización de las Camisas Negras ( squadristi) por las que la clase dominante optó desde hace tiempo como un “antídoto a la izquierda”. La Marcha oficializó su “fusión” con el Estado burgués italiano. A 100 años de ella, Giorgia Meloni y su Fratelli d’Italia (FdI), heredero del Movimiento Social Italiano (MSI), un partido posmussolinista, ganaron las elecciones. Las analogías son preocupantes, pero en contextos muy diferentes. La Marcha ocurría en medio de la radicalización y la polarización posguerra, la expansión de la política de masas y la −ya descendente− ola revolucionaria. Hoy la victoria de FdI se da en el clima de desmovilización política, apatía y sólo gracias a la implosión de fuerzas tecnocráticas centro-liberales que históricamente bloqueaban su ascenso.
2. Carlo Ginzburg, un punto de referencia en cuanto a los usos y abusos públicos de la historia −cuyo padre, un editor antifascista fue asesinado en Roma en 1944−, remarcaba hace tiempo que “el fascismo es el futuro” (sic), en la manera en que “apela exitosamente a las emociones” y “tiene raíces profundas en la sociedad italiana” (bit.ly/3UIA3Vi), una predicción que parece haberse cumplido. Ante la inminente victoria de FdI, “un partido con claras raíces fascistas”, Ginzburg se mostró preocupado: “(…) no estamos ante el fascismo literal, pero muchos de los votantes de FdI sí están ligados a él. Siempre he evitado usar la palabra ‘fascismo’ fuera de su contexto histórico, pero recuerdo que en 2016, al ver a Trump, la encontré irresistible”, algo que a su vez le hizo pensar en la necesidad de ampliar su definición (bit.ly/3fPWo4K). Si bien hoy, para él, “se trata sólo de algunos elementos del fascismo”, resulta difícil luchar contra ellos después de todas las derrotas históricas de la izquierda que, además, “en Italia ya existe sólo como residuo” (bit.ly/3UmqzQ0).
3. Contrario a la doxa de “fascismo como antiliberalismo”, Alberto Toscano, al margen del aniversario de la Marcha y la victoria de Meloni (bit.ly/3G5BCbV), enfatizaba que en Italia el fascismo se afianzó en el poder absorbiendo las coordenadas y los cuadros liberales. Ha sido apoyado por las élites capitalistas asustadas por el espectro del bolchevismo ( biennio rosso) e hizo lo que prometía: aplastó a los sindicatos, las huelgas, achicó al Estado e introdujo una feroz austeridad basada en violencia −“el liberalismo por medios iliberales”− como bien lo demostró Clara Mattei ( The Capital Order: How Economists Invented Austerity and Allaned the Way to Fascism, 2022, pp. 480). Lo aplaudieron los principales ideólogos liberales –Ludwig von Mises: “por esto, el fascismo vivirá eternamente en la historia” (D. Losurdo, Liberalism: A Counter-History, 2011, p. 328)− y su prensa ( The Economist, claro). Si bien hoy los principales denunciadores del “fascismo” de Meloni son los liberales −los mismos que han estado administrando... la austeridad que la catapultó al poder−, se pueden dar el lujo: la izquierda no es ninguna amenaza. Si no, ya la estarían abrazando como lo hicieron con Mussolini.
4. Dadas las diferencias del contexto, la analogía directa entre el fascismo y los movimientos y partidos populistas de derecha actuales es errónea. En vez de semejanzas, sobran contrastes. Sonar el alarma “fascismo” el término usado no en sentido histórico/analítico, sino como una “operación política” −sea con buenas intenciones o sólo para acarrear el voto para el centro (neo)liberal− oscurece más que explica. Imponiendo comparaciones y referencias, deforma la anatomía de los actores en cuestión. Recordando el afán de Ginzburg, de ampliar la definición del fascismo, FdI y Meloni son un perfecto caso del “posfascismo” conceptualizado por Enzo Traverso ( The New Faces of Fascism, 2019, p. 3-41), de manera en que es un movimiento que tiene claro linaje fascista, pero carece de ciertos atributos (cuadros de lucha callejera, el afán de remplazar la democracia liberal por un orden “totalitario” en lo que acabó Mussolini, etcétera) y que en vez de “inaugurar una nueva era” acabará −lo más probable− implosionando igual que sus predecesores centroliberales.
5. El posfascismo es “un fenómeno en cristalización”: aún pueden cambiar condiciones que lo determinan, pero es intrínsicamente “negativo”. Carece de una visión del futuro, mezcla la nostalgia por el pasado perdido con el kitsch (la colección de figurinas fascistas de Ignazio La Rusa, cofundador de FdI) y la banalización (los discursos de Meloni). Más allá de las nociones ahistóricas de “fascismo eterno” (Umberto Eco) o bon-mots de “cada época tiene su fascismo” (P. Levi), conviene historizar viendo la evolución de las ideas políticas dialécticamente: así, para Traverso la extrema derecha de hoy, con su obsesión por las “guerras culturales”, retrocede a la época de Kulturpessimismus prefascista y en vez de abrazar la “irracionalidad” que acabó en el fascismo, sigue apegada a la “racionalidad del mercado” y la defensa de los “valores tradicionales” junto (sic) con los valores liberales individuales “amenazados” por los musulmanes, migrantes o “marxismo cultural” (Traverso en: G. Lukács, The Destrucción of Reason, 2021, p. 43). A 100 años del triunfo del fascismo el posfascismo se funde con el prefascismo.