Gabriel García Márquez amaba La Habana, le fascinaban las “mansiones babilónicas”, los bosques del río Almendares, los misterios de La Habana Vieja y de algunos barrios arrabaleros del puerto.
En esos sitios solía degustar algún traguito de ron Havana Club mientras disfrutaba esos boleros de victrola quejosos, como una tragedia griega o latina que nos caracteriza.
Todos sabíamos que el Nobel no era amante de las entrevistas, les tenía aversión, solamente concedía algunas por compromiso, respetando el oficio que él mismo había asumido desde su juventud.
Prefería dialogar, propiciar que los entrevistadores tomaran el pulso de una conversación. Mi método siempre era sencillo: provocarle una opinión sobre la música cubana.
A todo buen colombiano le place demostrar sus conocimientos sobre la música cubana, en eso son indiscutibles. “Si me meto en ese rollo no acabo nunca. Dicen que uno vive donde tiene sus libros, pero yo vivo donde conservo mis discos, que tengo por miles. Oigo unas dos horas de música. Es lo que más puede relajarme y ponerme en mi tono, siempre se lo digo a mis amigos Jiménez, Molina y Restrepo”.
Cada año el Gabo visitaba, casi religiosamente, la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, en el marco de su festival de La Habana. Tan pronto se bajaba del auto lo increpaba: ¿Está usted al tanto de lo último en la música cubana?
“En la última etapa de mi vida siempre estaba al tanto de todo, ahora estoy sumergido en mi biografía, pero en mis buenos tiempos siempre venía a disfrutar de la sabrosa música cubana. A veces busco discos de orquestas o conjuntos que escucho en los carnavales o fiestas y no los encuentro, ¡qué lástima que muchos en Cuba no conocen la mejor música que aquí se hace cada día!”
Conocía sobre la Isla grande del Caribe desde su juventud: “Sabíamos que Cuba había sido la colonia más culta de España, la única culta de verdad, y que la tradición de las tertulias literarias eran proverbiales”.
Y atesoraba muchos datos de la capital cubana desde la etapa en que compartía con el poeta Nicolás Guillén en París en 1959.
“Guillén nos pintó un panorama de la Cuba de aquellos tiempos… Se levantaba bien temprano, como en Camagüey, abría la ventana y gritaba las últimas noticias en Cuba y en toda América Latina. En una de esas ocasiones, el 1º de enero de 1959, gritó una noticia única: ‘¡Se cayó el hombre!’ El hombre era el entonces presidente Fulgencio Batista.”
García Márquez llegó a La Habana por primera vez a los pocos días, el 18 de enero, después de una serie de avatares e invitado por la Operación Verdad, una masiva conferencia con intelectuales convocada por el comandante Fidel Castro que dio origen a la fundación de la Agencia Informativa Latinoamericana Prensa Latina (16 de junio de ese año).
La prisa fue tanta que el barranquillero vino sin documento alguno, toda una aventura. “Llegué a La Habana en las primeras dos semanas de 1959, después de enterarnos de la fiesta de la revolución en Cuba”.
Una de las primeras preguntas que le hice al Gabo trataba de la música que en aquellos días escuchaba en la gran ciudad.
“Muchacho, en aquellos días lo único que sonaba por todas partes era la canción compuesta por Daniel Santos, Sierra Maestra, que escribió en 1957 y tuvo que grabarla en Nueva York porque nadie quería grabársela, y allá, un loco, que no creía ni en la luz eléctrica, se la grabó.”
El escritor colombiano entonaba la canción tratando de imitar la voz nasal de Daniel Santos: “Sierra Maestra, monte glorioso de Cuba, donde luchan los cubanos que la quieren defender, un capricho miliciano, que no han de retroceder, porque tiene allí al amparo, la fuerza para vencer. // Pero si un venezolano, como yo lo contemple, pudo romper sus cadenas, pudo su yugo romper. También lo puede un cubano, la unión no puede perder”.
Seguí indagándole por las músicas que se escuchaban en la ciudad de fiesta, “en el hit parade estaban del extranjero Mario Suárez la tonada Tengo el sentimiento herido; de Caracas Héctor Cabrera, con El pájaro chogüí; Benny Moré, Se te cayó el tabaco, con alusión a Batista, y más adelante entra La Lupe, de Juan Almeida, cantada por Amelita Frades”.
García Márquez me contó cómo era la vida de los periodistas en La Habana: “Era una pachanga fenomenal. En La Habana la fiesta estaba en su apogeo. Había mujeres espléndidas que cantaban en los balcones, música por todas partes”.
Este es mi recuerdo de un Premio Nobel que sentía amor por la capital cubana, su música y su gente. Un colombiano que siempre se sintió un cubano más.