Tal como la columneta lo había supuesto, fue “el otro yo” del ojos de apipizca el que abrió el fiero, pero inaudible enfrentamiento: su mirada esta vez no era, como de costumbre, burlona y descalificadora, sino plena de rencor y profundamente despreciativa. Aunque silente al exterior, dentro del señor Salinas se desarrollaba un agrio debate. Una voz interna lo acicateaba: ninguno de tus errores, de tus equivocaciones te ha traído mayores perjuicios hasta en tu salud y sano juicio. Reconócelo, te engañó. Fue, quién lo creyera, más pérfido que tú. Mohíno, atufado, fúrico contra sí mismo, no tuvo sino reconocer lo que durante años lo ha atormentado: noches de insomnio, whisky de más y Rivotril por galones. Lo que no pudieron hacer tus más brillantes colaboradores Manuel (Camacho), ni José Francisco (Ruiz Massieu), engañarte, imponérsete, lo realizó con creces este palurdo, gris y apocado politécnico, al que siempre presumiste como otra de tus hechuras. Lo sacaste del anonimato, de la mediana burocracia del Banco de México y lo llevaste, con toda su mediocridad a cuestas, a tu gabinete. ¿Secretario de Educación? ¡Qué burla! ¿Allí donde despacharon José Vasconcelos, Pino Suárez, Narciso Bassols, Sánchez Pontón, García Téllez, Torres Bodet, Agustín Yáñez, Fernando Solana, Muñoz Ledo, González Avelar? Y no olvidemos por supuesto al porro de la universidad de Nuevo León, Reyes Tamez, o al ágrafo mozalbete a quien una niña de escuela primaria oficial enseñó los principios básicos de la lectura: Aurelio Núñez Mayer, cuyo paso por la dependencia ha sido un insulto mayor para quienes fueron sus antecesores y una flagrante demostración de lo que para Enrique Peña significaba el compromiso de la educación de los mexicanos. Reyes Tamez y Aurelio Núñez han representado, sin lugar a duda, una grave degradación de este compromiso esencial de todo gobierno.
Durante la campaña presidencial de Zedillo todo fue mansedumbre y pleitesía, pero iniciando el sexenio, ante la catástrofe inminente del sistema de pagos, que hubiera significado una verdadera hecatombe nacional, el nuevo Presidente se deslindó totalmente de su pasado, de su progenie salinista y la máxima demostración fue el cese fulminante de Jaime Serra Puche, el más breve secretario de Hacienda del que se tenga registro: 28 días. Quien durante el sexenio anterior había fungido como secretario de Comercio y, por supuesto, la aprehensión y encarcelamiento del hermano entrañable de un expresidente, el EX, a quien él debía, sin dudas, la posibilidad de llegar a ser otro EX.
Pues el otro globo le contestaba: Te lo buscaste por ególatra, por soberbio. Siempre me maltrataste o me ignoraste, hasta que fui la última carta que según te quedaba para seguir gobernando. Siempre fuiste un provocador de rencores dentro de tu grupo y aún de tu familia. Tu gobierno fue creando, día tras día, las condiciones incontrolables para la crisis de diciembre, cuando yo tenía apenas tres meses de responsable de la conducción del país, cuando el problema generado por tus políticas al servicio de los grandes intereses económicos del país y del extranjero estalló y tú, amafiado con los grandes barones de la banca y las finanzas, crearon ese engendro letal para el desarrollo del país y la vida más justa e igualitaria en la que hemos estado empeñados desde siempre los mexicanos: el Fobaproa, que criminalmente transformó a los acreedores en deudores, a demandantes en demandados, a las víctimas en verdugos. Tú, el que luego, con tu jefe Diego y sus sumisos acólitos lograron en una de las páginas más vergonzosas de la historia de la Cámara de Diputados, convertir en deuda de todos los mexicanos, los que vivieron, los que vivimos, los que esperemos lleguen a vivir, una existencia encadenada, anticipadamente, a sus enemigos históricos: los poseedores. Esta responsabilidad, digas lo que digas, a ti y a mí nos alcanza.