“(…) La orientación de la política económica hacia el combate simultáneo del estancamiento y la desigualdad por medio de la prioridad a las inversiones en infraestructura en las regiones más rezagadas del país, la realización de una reforma fiscal redistributiva que relaje las actuales restricciones fiscales y promueva el bienestar de los estratos más pobres de la población y una política de recuperación de los salarios reales (…)”, planteaba en 2016 Jaime Ros en un ensayo sólidamente argumentado: “La economía mexicana desde la crisis de 2008-2009 y las lecciones de 2015”. ( Revista de Economía Mexicana, Facultad de Economía, UNAM).
Eran estas acciones necesarias para salir del “bache” en que la economía se encontraba y que bien podrían ser dichas, sin cambiar una coma, en la actualidad. El bache continúa ahí, tal vez más hondo y ancho y no saldremos de él con jaculatorias o la magia del mercado.
Desde ese año mucha agua ha pasado bajo los puentes, pero en términos de la conducción de la economía, seguimos igual. Así lo indican las propuestas de política económica para el año entrante y las reiteraciones del Presidente y su gobierno: en economía ni un paso atrás o a los lados; ahí no hay más ruta que la nuestra.
Nada ha podido alterar esta pauta, caprichosamente adoptada por un gobierno que prometía cambios progresivos o progresistas en la política económica y la estrategia del desarrollo. El tristemente célebre “momento mexicano” con que The Economist celebró el arribo del presidente Peña Nieto, ni el “primero los pobres” de López Obrador se tradujeron en cambios de fondo y forma de nuestra economía política. El hecho es que con gobiernos neoliberales o con los cuatroteístas, con pandemia o sin ella, nuestra economía mantiene su evolución a ras de suelo. Las formas diversas de autosuficiencia y de sobrevivencia, exploradas por las mayorías, serán objeto de estudio por parte de antropólogos o sicológos, pero por lo pronto continúan ahí para disfrute y goce de los que mandan. Éste sí que ha probado ser el milagro mexicano encomendado a nuestra Morenita.
No sobra repetirlo: la encrucijada que México vive no es coyuntural, las enormes fallas geológicas son, en buena medida, fruto de decisiones y acciones de ayer. Por lo pronto, con un nuevo acto de fe de los legisladores al aprobar la Ley de Ingresos y el Presupuesto de Egresos de la Federación para 2023, volvamos al telescopio que nos ilustra sobre un bosque alicaído, talado por años de incuria, donde sobresalen los grandes faltantes institucionales que imponen rezagos históricos. Junto con la precariedad laboral que afecta a todos, privilegiados y abandonados, crece la desprotección generalizada de la población por el solo imperio demográfico: somos más que ayer o antier y los recursos y accesos públicos no crecen a ese ritmo.
La política democrática, la que se teje en los partidos y congresos y se desmenuza y proyecta en la academia y los medios masivos de información parece haber renunciado a los más elementales atributos de la democracia. En vez de la deliberación y el debate, se apoderan del podio el engaño y la soberbia. Y mucha majadería de la peor ralea.
Al país le urge una reforma profunda del Estado y su sistema político, que toque los tejidos más delicados de la sensibilidad intelectual y nuestros reflejos morales para, desde ahí, imponer a los servidores públicos y del Estado cumplir con sus tareas y asumirlas como servicio para el bien común. Poco o nada es lo que podemos hacer antes de las horas definidas del 23 y el 24. Pero de los partidos y las organizaciones “epistémicas” que nos quedan podemos esperar ejercicios de convocatoria que confluyan en una visión reconstructiva del país todo, como ha planteado Cuauhtémoc Cárdenas.
Mucho daño se ha infligido a prácticas como las sugeridas. Su negación desde el poder constituido en la Presidencia o el Congreso, como ocurrió con la ponencia del secretario de Hacienda, Carlos Urzúa, sobre el Plan Nacional de Desarrollo, marcó límites angostos y la dimensión político-económica del debate público se empobreció, imponiéndose la ocurrencia y el exabrupto.
El sitio al que se ha sometido al INE, por parte de Morena y su gobierno, coreado en redes sociales y medios simpatizantes, no puede ser visto sino como adelanto de un lamentable intercambio político-electoral en 2024. Urge que el Presidente se controle y deje la diatriba.
Nuestro tiempo está marcado por el correr de un mundo atribulado que no da tregua, es momento de enmendar. Modular nuestras confrontaciones, tomar nota de nuestras precariedades y comenzar a superarlas es obligado. Sin diálogo no será mucho lo que avancemos.