En poco más de una década, la deuda “verde”, sumada la “sostenible”, ha crecido 3 mil 594 por ciento en los países emergentes, exhiben datos del Fondo Monetario Internacional (FMI). El debate sobre este tipo de financiamiento no sólo se centra en lo insuficiente que resulta para el tamaño de inversiones que requiere el vuelco hacia un modelo de desarrollo menos agresivo con el ambiente, también avanza sobre la incertidumbre y pocas garantías de que los recursos realmente se inviertan en proyectos de mitigación y adaptación a medida que la temperatura mundial sigue avanzando.
De acuerdo con el FMI, “el cambio climático es uno de los desafíos macroeconómicos y de política financiera más críticos” que enfrentarán los países en las próximas décadas. El organismo advierte de “inversiones masivas”, que deberían aumentar 9 mil 230 por ciento en diez años, a fin de tener un efecto real, contundente, en la forma de producción a nivel global.
En los anexos al más reciente infome sobre Estabilidad Financiera Global del FMI, se evidencia que de 6 mil 612 millones de dólares en préstamos verdes para países emergentes durante 2010, para este 2022 se estima que la deuda vinculada a las sostenibilidad alcance 244 mil 234 millones de dólares, movilizados a través de una gama más amplia de instrumentos financieros: los bonos verdes, los sociales, los de sostenibilidad; así como papeles y préstamos directos vinculados a la sostenibilidad.
Agustín Rojas Martínez, del Instituto de Investigaciones Económicas (IIEc) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) explica que la economía verde es una repuesta al modelo de desarrollo basado en la explotación del petróleo y que busca una forma de producción más cuidadosa con el ambiente. Sin embargo, por el momento tiene un efecto mínimo frente a las condiciones de consumo que prevalecen, y aún más corta es la inversión en el desarrollo de tecnologías que permitan cambiar la producción basada en el patrón fosilista.
El investigador detalla que la economía verde busca, “aparentemente, transitar a otro esquema de producción a través de energías alternativas, pero obviamente eso también tiene que ir con el objetivo de modificar las condiciones de consumo. Además de que el acceso a ciertas tecnologías es difícil y está concentrado y monopolizado por algunas naciones”.
En este punto, la disparidad en el acceso a las tecnologías verdes y la inercia a seguir produciendo con patrones fosilistas se concentra en los países de altos ingresos que hacen de la economías y finanzas verdes un terreno desigual. Un ejemplo son los bonos de carbón, explica Rojas Martínez. Las economías altamente desarrolladas tienen que tener este tipo de instrumentos para cumplir con sus cuotas de contaminación, pero también pueden comprar las de otros países para ampliar su margen de emisiones.