En poco tiempo, Gustavo Dudamel se ha convertido en uno de los más importantes directores de orquesta del mundo sinfónico. Su talento y carisma le han llevado no sólo a ser considerado como “la batuta del futuro” sino a ser una especie de imán que atrae multitudes a sus conciertos. El venezolano, nacido en la provincia de Barquisimeto (1981), ha logrado darle vitalidad y frescura a una expresión musical que se había (dicho por los propios críticos) alejado del interés del público y, sobre todo, del público joven. Por eso, cada presentación suya, sea con las múltiples orquestas que le invitan a dirigir destacados programas o con la Filarmónica de Los Ángeles (la muy querida Phil), de la que es director titular, se convierte en todo un acontecimiento a salas llenas tal como se dio en sus recientes presentaciones del mes de octubre en el Auditorio Nacional (viernes 28) y el Teatro Juárez de Guanajuato (sábado 29), en el contexto del 50 Festival Internacional Cervantino.
En el Auditorio Nacional, Dudamel y la Phil presentaron un programa por demás interesante: los estrenos de las obras Kauyumari (venado azul en la lengua wixárika), de Gabriela Ortiz; Fandango para violín y orquesta del maestro Arturo Márquez y la Primera Sinfonía de Gustav Mahler.
La pieza de Gabriela Ortiz inspirada en la tradición huichol tiene ecos de Silvestre Revueltas, Carlos Chávez, de Igor Stravinsky y de nuestra tradición indígena. Contiene, como dice Dudamel “una carga ancestral única, con momentos de contemplación sublimes que reflejan esa esencia histórica de lo que somos”.
Por su parte, Fandango, es una obra, que según nos ha dicho Arturo Márquez forma parte de una investigación realizada sobre el género que va desde los fandangos en Veracruz y la Ciudad de México, a los huapangos de la huasteca, Querétaro, Veracruz e Hidalgo. Un proyecto en el que el compositor trabajó por más de 30 años y que vino a concretar a petición de la violinista Anne Akiko Meyers para que ella lo tocara como solista y que en el estreno en México hizo una vigorosa y sublime interpretación.
La creación se conforma de tres movimientos. El primero es Folía tropical (la folía es un género musical cuyo nombre viene de la palabra francesa folie, que signica locura); el segundo movimiento, Plegaria, es una chacona que tiene que ver con el fandango; y el tercero, llamado Fandanguito, es un homenaje al violín huasteco del que Márquez destaca la forma única e inspirada con que se toca en la región.
Las dos obras fueron interpretadas en la primera parte del concierto con un Dudamel comprometido y emocionado. La orquesta, bajo su dirección, se desempeñó con una disciplina y un espíritu ejemplares. Un virtuosismo y una comprensión brotados del interés por adentrarse en otros repertorios. Un logro musical y artístico del conjunto ya que con estas creaciones continúan (a propuesta de Dudamel) con el proyecto de presentar lo mejor y lo más audaz de la música nueva latinoamericana incluyendo comisiones de compositores nóbeles.
Esa primera parte concluyó con el ánimo encendido del público que ovacionó de pie el virtuosismo de la violinista Anne Akiko Meyers, la esplendida dirección de Gustavo Dudamel y el talento artístico/musical del maestro Arturo Márquez.
Tras el intermedio Gustavo Dudamel y la Phil regresaron para interpretar la Primera sinfonía de Mahler, la que Dudamel conoce desde niño y dirige sin partitura, de memoria. Desde el primer momento el silencio en el enorme recinto es absoluto, Dudamel dirige con energía y suavidad. Uno que está atento admira su manera de comunicar: los movimientos de las manos (la izquierda del corazón, la derecha del ritmo), su lenguaje gestual-corporal… La orquesta le sigue, obediente, cómplice, emocionada. Al terminar cada movimiento el público no se resiste y aplaude. ¡”No se debe aplaudir entre movimientos!” diría la ortodoxia. Pero al público le vale, es su respuesta emotiva. Dudamel sonríe. No se molesta, no es tan rígido como otros directores. “Así es como me educaron”, ha dicho: “Sin límites, con libertad”.
Por eso gusta, por eso cae bien. Él impone su particular manera de comportarse con la música. Se han dado casos que hasta pone al público a bailar. Entonces se da una doble complicidad, un doble carisma que transmite por igual a público y orquesta. Una suerte de honestidad que aplica hasta en los saludos. Jamás se sube al podio para recibir ovaciones en solitario. Da todo el protagonismo a los músicos, a las secciones que han dominado en la interpretación. Se mete en el corpus orquestal y como un músico más recibe sonriente la ovación.
“Ellos me proporcionan todo, yo sólo canalizo su esfuerzo. Ellos me dan la magia, yo la devuelvo”, nos ha dicho en entrevista. Y tras de alzarle las manos a unos, darles palmaditas en la espalda a otros se despide con sus rizos alborotados y una enorme sonrisa que le ilumina el rostro.
Y nosotros, para rubricar el recuerdo y la emoción de una gran noche agradecemos al renovado Auditorio Nacional por el extraordinario sistema de audio y video que le vuelve una de las mejores salas del mundo para escuchar música.