Como en todo lo que abarca la iniciativa privada, en materia educativa, especialmente desde que el estado, cada vez más “neoliberal” o “neoporfirista”, soltó las riendas de la enseñanza superior, se han consolidando algunos –no muchos– centros de estudios de apreciable calidad y seriedad. Pero también ha proliferado una gran cantidad de instituciones privadas pésimas, de conducta inmoral y, a fin de cuentas, una verdadera toma de pelo para medrar a costa de quienes caen en el garlito de confiar en ellas.
Algunas incluso caben perfectamente en lo que, quienes bregamos por una buena enseñanza en los altos niveles, llamamos “universidades de cochera”.
No daré nombres por respeto a sus incautos alumnos, pero no son difíciles de identificar, máxime que en esta época se anuncian en diferentes medios en busca de “clientes” ofreciendo siempre descuentos o lo que llaman “becas” en vez de hablar de la calidad de su trabajo.
Claro está, nunca hablan del nivel de sus docentes ni de sus instalaciones y, mucho menos de sus talleres y bibliotecas, porque carecen completamente de ellos.
Incluso, andan algunas ahora presumiendo que no tienen repositorios bibliográficos porque con sus recursos técnicos no se requieren.
Asimismo, llama la atención que en la retórica publicitaria ya no se habla nunca de forjar ciudadanos útiles a la sociedad, como se nos predicaba antaño, ahora el objetivo es que se encumbren en ella: “forjamos líderes” hemos oído decir por ahí.
En ese sentido, las universidades chafas coinciden hasta con las más prestigiosas. Los estudios superiores se consideran ahora un mecanismo para sobresalir y no para contribuir al bienestar general. De esta manera queda bien establecido que, quienes van a dichas escuelas, pueden aspirar a ser superiores a los demás.
Por fortuna, al menos en Jalisco, quienes más destacan siguen siendo todavía los egresados de la universidad pública, aunque es cierto que los hay de algunas privadas, incluso de las más reaccionarias y con ribetes fascistas.
Cuando todavía no se había dado lugar al libertinaje educativo actual, en Guadalajara se produjo una abierta competencia entre la universidad pública y la privada, de la que salió ganadora esta última prácticamente siempre y cada vez de manera más clara, especialmente en las disciplinas universitarias de las que no se podían obtener buenos pesos y centavos.
Por más que se pretenda disimular, se sabe que el abrevadero más rico para el aprendizaje son los libros, de manera que basta comparar las bibliotecas de una universidad y la otra para calibrar la magnitud de las diferencias, de la misma manera que una diferencia similar produce el inventario de autores y miembros del Sistema Nacional de Investigadores de una y otra.
Es precisamente con la Benemérita Universidad de Guadalajara con la que ha agarrado pleito el señor gobernador, a pesar de que su señor padre fue rector de ella en los años 80, en tanto que, con las demás casas de estudio anda de a “pellizco en la nalga”. Por algo será…